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Columna
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Las manchas del 'puzzle'

Las primeras lecciones del drama del Prestige salen a flote como las manchas de petróleo que asedian las costas gallegas. Es como componer un puzzle: sólo al final, Dios sabe cuándo, podremos tener la figura completa. Pero las piezas, esparcidas confusamente al principio, comienzan a configurar un dibujo en el que están todas las contradicciones, para bien y para mal, de un presente por descubrir. En el puzzle, para mayor desconcierto, juegan las piezas vacías de la incompetencia y la inconsciencia junto a las piezas que aporta el instinto de supervivencia, la inteligencia y la generosidad humana. Unas y otras acabarán configurando, en algún momento, un apreciable mapa de situación en el que ubicarnos.

El puzzle tiene ahora mismo cuatro grandes zonas llenas de puntos oscuros e interrogantes, plagadas de incomprensibles agujeros negros. La primera de esas zonas está en torno al buque del terror, el Prestige. Ahí aparece esa nueva / vieja forma de un terrorismo que nunca se reconocerá a sí mismo como tal. Creado en las cloacas de la ley, en la que abre constantes resquicios para lograr beneficios egoístas, trafica con materiales que se han mostrado tan letales como la bomba atómica o las armas químicas. El efecto indeseado del tráfico de petróleo es su conversión en bomba biológica ambulante. Ahí convergen armadores osados, comerciantes espabilados, aseguradoras ladinas, marinos sin escrúpulos, marineros desheredados, países mercenarios que alquilan sus banderas, burócratas corruptos y equipos de salvamento que dependen de las cotizaciones en Bolsa. Su conjunta avaricia, consentida e impune gracias a un conjunto de gobiernos incompetentes y perezosos, ha sido desvelada por un simple golpe de mar.

La segunda zona del puzzle hace referencia a esos gobiernos, entre los que está el nuestro, el del señor Aznar. Horas de dudas ante la evidencia del desastre, intentos de mirar para otro lado y de adjudicar responsabilidades a los elementos o a Gibraltar, decisión de negar la evidencia: dos ministros españoles aseguraron: "No hay marea negra". Días de fuegos de artificio buscando complicidades, como la francesa, para, en un gesto tan espectacular como inútil, anunciar que se controlará el tráfico de barcos terroristas mientras el petróleo corroe el mar y la vida. La clamorosa ausencia de organización, de interés -¿cuántos ministros y responsables cazaban tan tranquilos ignorando el desastre?- y de medios quiso calmarse de la forma más fácil: echando mano del presupuesto público, que es como condenar a aquellos que se ganaban la vida con sus manos a la ofensa de la subvención. La lección es evidente: ¿por qué nuestros impuestos sostienen tanta incompetencia e ignorancia?

En contraste, la tercera y la cuarta zona del puzzle dibujan una nueva conciencia ecologista y solidaria. La gran catástrofe gallega ha tenido el efecto de un ataque terrorista y hoy ya son muchos más los que, aunque sea por prevenir intoxicaciones y enfermedades propias, se aprestan a mirar el mar como fuente de vida más allá del comercio, del ocio o del espectáculo. Tras el desastre, el ecologismo ya no hace sonreír a nadie. Cuando se trata de sobrevivir se abren los ojos. Hoy, aquí, sólo los estúpidos ignoran la gran lección del terror de una mancha de petróleo.

Y está, por último, la zona de los voluntarios, esos seres empeñados en ir contracorriente, que acabarán sacando las castañas del fuego y arreglando, como puedan, lo que otros enfangaron a conciencia. ¿Qué haríamos sin esa gente -sean o no pescadores o gallegos- que, por voluntad propia, se moviliza, aun poniendo en riesgo su propia vida, cuando se daña lo colectivo y la vida humana se hace añicos? Con ellos el puzzle adquiere un interés distinto: ellos logran que las piezas encajen. Son la otra cara de este terrorismo oculto.

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