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Columna
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Mareas negras

Mientras el viento condiciona que Galicia se ponga más negra de lo que está, la Conferencia Episcopal Española ha descargado su propia marea negra y, con la excusa de condenar el terrorismo, deshace los tradicionales lazos de amistad existentes entre parte de la Iglesia católica y el PNV. Partido democristiano, el PNV acaba de confirmar su sospecha de que la mayoría natural y absoluta de jerarcas de la Iglesia española se han pasado al PP. No es el único síntoma de la inquietud cívico espiritual que caracteriza la presencia social de unos obispos que día a día se atreven a intervenir más en situaciones y conductas de la vida civil, estimulados por el ejemplo de los curas islámicos que incluso han conseguido teocracias aquí, en la Tierra. En cambio, la Iglesia católica se bate en retirada por la presión de islamistas, protestantes, afrocristianos americanos y africanos, sectas de nuevo diseño, feligreses de clubes de fútbol y la deserción de parte de su clientela, hoy entre el catolicismo pasivo y el laicismo activo.

Durante la Guerra Civil, la jerarquía católica española distinguió entre la ciudad de Dios y la ciudad del Diablo, con la ayuda de san Agustín, del general Franco y de la Legión Cóndor. Desde entonces no sólo no ha reconsiderado su elección, sino que ha ido desde la cruzada franquista a los paredones donde los ultras del general querían fusilar al cardenal Tarancón y ahora está en las criptas embrujadas donde el Espíritu Santo señala al presidente Aznar como ese hijo bien amado en el que se tienen puestas todas las complacencias.

El PP está angustiado por la marea negra que ha pillado a buena parte de sus prohombres cazando o contando patos en Doñana, pero tampoco se fía de la otra marea negra, porque esa nueva mayoría absoluta y natural episcopal llega a destiempo, excede la mayoría relativa que ahora conseguiría el PP. El refrendo episcopal al acoso y derribo al PNV se presenta con años de retraso, según los hábitos tardones de una Iglesia que no condenó el tejerazo hasta que ya había fracasado, ni ha pedido disculpas por la cantidad de palios con los que protegió la cabeza de Franco, Franco, Franco. Se limita a guardarlos en los museos subterráneos de su mejor memoria.

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