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Columna
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No pasa nada

La negación es un mecanismo, una respuesta de no adaptación ante determinado problema. Los escasos profesionales de la psicología que prestan sus servicios a enfermos de sida en hospitales públicos conocen bien ese que llaman "seno de Abraham". Lola Cánoves me lo explica como un falso estar bien, un adormecimiento en el limbo que por el momento evita enfrentarse a lo que es tan grave y tanto duele. También están el autoengaño y el pensamiento mágico: hay un error en el diagnóstico. Ocurre con otras enfermedades, pero el VIH tiene aún estigma social, atribución de culpabilidad en esa cruel pregunta que no se formula a un paciente de cáncer: lo tuyo, ¿cómo ha sido? La negación, además, contiene el enorme peligro de hacer perder al sistema inmune un poderoso aliado: la voluntad del afectado, sin la cual fracasan los tratamientos.

En el plano colectivo, la ocultación oficial del sida (por el que hoy tantos derramamos unas gotas de tinta) tiene en su haber millones de contagios. Una de las negaciones más clamorosas y criticadas es la del presidente surafricano Mbeki, al que otros intentaron justificar arguyendo que de todas maneras no dispone de los medios contra la enfermedad y la pobreza.

Los gobernantes acaban adquiriendo una especial habilidad para los sofismas y las argucias retóricas. Tous y Aznalcóllar resistían, la legionela no brota, Chernobil no estaba dañada, la sociedad no es patriarcal, no hay escuelas en barracones, ni listas de espera, Roldán es un buen chico, las vacas no enloquecieron, Chechenia es feliz, los cacos no actúan, Nevenka miente, Gescartera va bien, el Prestige no vierte...

La privación ontológica de una realidad obliga a sustituirla por otras realidades. Todo menos -ya que le dan al gatillo- retarla en un duelo al sol, mirarla fijamente a los ojos y tratar de desenfundar primero, antes de recibir su herida. Y así nos llegan, intactos, agua y fango, terrorismos, virus y bacterias, mareas negras. No dejemos que ninguna verdad nos ensucie el paraíso ni nos joda el domingo: no pasa nada. Y si pasa, se le saluda.

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