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Columna
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El retorno

Idear y difundir un videojuego que consiste en liquidar penitentes de Semana Santa supone un delito contra los derechos fundamentales y las libertades garantizadas por la Constitución. ¿Por qué? Porque ofende los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, la católica: el jugador de Matanza cofrade dispara contra penitentes del Gran Poder y la Macarena de Sevilla. La Guardia Civil detuvo al autor del videojuego, un profesor de informática, y se llevó el ordenador, arma del delito; el juez se incautó de los discos de un conjunto, Narco, que con su música repartía el juego criminal. Es admirable lo bien protegidos que están nuestros derechos fundamentales, pero admira aún más la susceptibilidad extrema de algunos cofrades sevillanos: se sienten vejados por el videojuego, escarnecidos sus ritos y sus dogmas.

Los ampara el Código Penal. Aquí lo tengo. Pero me he ido al Videoclub Hollywood, al final de la calle de San Miguel, en Nerja (vivimos en un país de santos, y, si voy al Videoclub Stilo, llego a la calle de Castilla Pérez, gobernador civil de Málaga en el franquismo: esa historia no termina nunca). Busco la sección de videojuegos: matanzas continuadas y computerizadas, brutalidad lúdica, incruenta, luminosa, robos de vehículos, carreras de coches donde el principal mérito es lanzar al abismo al contrincante, voladuras, artes marciales mortales y uso de armas químico-biológicas y atómicas, saqueo de cadáveres, chinos, árabes, americanos, vikingos, habitantes de Júpiter. Un juego promete revelarme las 21 nuevas técnicas del asesinato furtivo. El mismo juez que ha procedido contra el profesor de informática de Sevilla ¿iniciará la cruzada contra los autores de videojuegos crueles? Ensalzan el crimen y enaltecen a los criminales.

Yo creo que nuestro Código Penal podría aplicarse furiosamente en materia de ultrajes verbales y visuales a la patria, la religión y la autoridad, es decir, en materia de opinión. Es un asunto que depende de la sensibilidad social del momento y, acabados los años liberalizadores, por llamarlos así, los ochenta, incluso los noventa, hay un clima de retorno al orden intocable. No me gusta la ocurrencia del juego Matanza cofrade, pero veo mucho peor, preocupante por absurdo, perseguir a los autores y suprimir su obra. Es un pésimo síntoma, no sé si del futuro o del pasado. ¿No es lo mismo borrar penitentes de la videopantalla que borrar pilotos de bólido o japoneses? ¿Habrá algún fiscal que acuse de incitación al asesinato en masa a las multinacionales de la electrónica recreativa?

Encuentro más razonable que las cofradías hayan denunciado un delito relativo a la propiedad industrial: el Gran Poder y la Macarena son marcas registradas, utilizadas por los autores de Matanza cofrade sin consentimiento de los propietarios. Esto es un delito. Pero el informático y sus músicos quizá no sabían que se trataba de marcas registradas, y, para que el delito exista, según el Código Penal, el culpable tiene que conocer este factor. Yo no lo conocía. La Semana Santa es una industria legalmente constituida. La unión de la Guardia Civil, el juez y los cofrades parece la presidencia de una procesión.

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