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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Adiós a un piloto y otras historias de aviadores

Jacinto Antón

¿Con qué palabras se despide a un piloto caído? ¿Unos versos de William Carlos Williams? "Según Brueghel/ cuando Ícaro cayó/ era primavera" -Landscape with the fall of Icarus- . ¿Baudelaire? "Mis brazos se han roto/ por haber abrazado las nubes" -Les plaintes d'un Icare-. ¿Góngora? "No enfrene tu gallardo pensamiento/ del animoso joven mal logrado/ el loco fin, de cuyo vuelo osado/ fue ilustre tumba el húmido elemento" -A un caballero poeta, que en un soneto que hizo se fingió temeroso de tener en su amor atrevido el suceso de Ícaro.

El último adiós, ayer, al teniente aviador Eduardo Laucirica, en el cementerio de Montjuïc, tuvo una lírica más bien marcial y sobria, desde luego nada gongorista. Se le enterró con honores militares -aunque sin salva-, media docena de soldados de aviación formados, el capellán castrense -que rezó una oración- y una representación de la familia, en un nicho destinado a oficiales del arma, sin lápida aún.

Ayer recibió sepultura Eduardo Laucirica, el piloto del Messerschmitt de El Prat. Aunque parezca mentira, ha habido casos similares

"Ya está, se hizo lo que se tenía que hacer. No hay más historia", zanjó el sobrino del malogrado aviador, Óscar Laucirica, ya un tanto mosca y mostrando su fatiga tras todo el proceso (excavación incluida y minuciosa recolección de huesos) que ha llevado al piloto perdido a reposar por fin, después de 62 años, en lugar sagrado.

Descansa, pues, el piloto del Messerschmitt, el Ícaro de El Prat desplomado en su vuelo de farde, pero en la aullante estela de su lejana caída reviven viejas historias y se estrellan, en estremecedora coincidencia, modernos aviones de guerra.

La pasada semana caía cerca de Toledo un rutilante Eurofighter Typhoon, el equivalente actual de un caza Messerschmitt 109 de los años cuarenta. Sus dos tripulantes se salvaron por los pelos. Menos suerte tuvieron el teniente Steve Todd y el jefe de escuadrilla Mike Andrews, de la RAF, que se mataron los dos cerca de Shap (Cumbria) al topar su reactor Hawk contra un puente e incrustarse luego contra un chalet a causa, ahora se ha sabido, del estrés de Andrews por el exceso de trabajo administrativo.

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También noticia ha sido estos días el hallazgo en el norte de Italia de un caza italiano fascista de 1943 que, como envidioso de la popularidad del Messerschsmitt de la ciénaga, ha sido recuperado cerca de Varmo y en cuyo interior estaba también -no ha trascendido cuál era su estado, pero se puede imaginar que malo- el piloto, el sargento Emidio Tola, que por fin, como Laucirica, podrá recibir ahora sepultura.

El hallazgo de viejos aviones de la II Guerra Mundial con sus pilotos, estrellados en plena y dorada juventud, aún a los mandos -o desparramados junto al aparato, como el pobre Laucirica-, es algo más habitual de lo que se piensa. Es cierto que hubo muchos aeroplanos que cayeron, como terrible lluvia de meteoritos, durante la contienda y que algunos lo fueron a hacer en zonas impenetrables (por lo visto, si te empeñas hasta te puedes encontrar un bombardero Lancaster). Pero aun así, sorprende lo nutrido de esa legión de ángeles abrasados, algunos de los cuales, hay que suponer, aguardan tal que Lázaros con traje de vuelo y antiparas la mano que les extraiga del cruel abrazo del suelo (o el agua).

Una historia tremenda es la del sargento piloto Dennis Noble, empotrado con su Hurricane en plena Batalla de Inglaterra, el 30 de agosto de 1940, en una calle de Hove (Sussex). Se dijo en su momento que el ataúd fue rellenado de piedras, ya que la mayoría del aviador quedó bajo el pavimento. La leyenda resultó ser verdad y cuando se realizaron excavaciones apareció lo que un coronel describió como "una sustancial parte del cuerpo" -no esta claro si el término incluye los calcetines-. Los trozos de los tripulantes de un B-24 Liberator Black Widow tardaron en recolectarlos ya que se dio la redundante circunstancia de que se estrellaron -ametrallados por un Focke Wulf 190 alemán- sobre un cementerio de la I Guerra Mundial... En cuanto al bombardero Hudson británico excavado en 1997 en Holanda, el misterio, digno de una novela de Alistair McClean -El desafío de las águilas- , continúa: viajaban en él cuatro tripulantes y cuatro agentes de la Resistencia, y uno de éstos presentaba un tiro en la cabeza, como si lo hubieran ejecutado los otros.

Colecciono esas historias con devoción, y la extracción del cuerpo de Laucirica me ha llevado a exhumar, de la carpeta Pilotos caídos -que incluye a mi abuelo y es casi tan gruesa como la de Asuntos extraños e inquietantes, Exploradores o Desierto libio-, amarillentos recortes sobre viejos casos. Uno de los más sensacionales es el del jefe de escuadrilla de origen canadiense George Reid, derribado con su Spitfire en 1944 en Bélgica. Su destrozado cuerpo fue sepultado en el cementerio de Slipje, pero más de 50 años después apareció otro Spitfire con su piloto aún en la cabina intacta en unas marismas próximas al lugar de caída de Reid. El avión estaba bastante mejor que el del pobre Laucirica. Resultó que ése era el verdadero Reid, y aún se está intentando averiguar quién diablos era el primero. A Reid se le dio en 1996 un estupendo entierro en tierra belga, que incluyó el melancólico toque de silencio de un corneta, y ahora mismo tengo ante mis ojos la foto del bucólico lugar, con el hermano del finado, dos mandos de aviación, una señora indeterminada y un rebaño de vacas frisonas, que parecen alegres -todos ellos- entre el mucho césped y bajo un cielo gris plomizo y triste.

De todas formas, mi historia favorita de piloto estrellado no procede de las noticias, sino de la literatura. Es un largo pasaje de una novela de J. G. Ballard, la autobiográfica La bondad de las mujeres, en el que se narra la excavación en una marisma inglesa de un viejo Spitfire de 1940. El aviador aparece en la cabina, patético paquete de cuero del que emerge una enfangada sonrisa de dientes mellados. Para Ballard, alucinado amante de los choques y los surrealistas, de las piscinas vacías, de los glaciares de ópalo y las junglas de cristal, el aviador militar estrellado, envuelto en su capullo de acero y embarcado en su vuelo solitario, es una imagen arquetípica de truncada belleza y violencia, parte de una nueva mitología de la modernidad.

El piloto del Messerschmitt es parte ya de esa mitología. Descanse en paz.

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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