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Reportaje:

El coste de lo absurdo

El Estado paga al mes 595.000 euros en salarios del hospital militar Vigil de Quiñones, pese a estar cerrado

El hospital militar sevillano Vigil de Quiñones es un absurdo, un fantasma gigante de 12 plantas con 83.000 metros cuadrados construidos y 750 camas vacías al que acuden todos los días 659 empleados que respetan escrupulosamente su horario laboral. No tienen nada que hacer. Oficialmente, el hospital está cerrado. Pero lo mantienen limpio como los chorros del oro y preparado para acoger al instante unos enfermos que nunca llegan. Desde el 1 de julio pasado está suspendida toda actividad asistencial.

"Sólo atendemos a los trabajadores, a sus familiares o a algún enfermo enchufado", dice una médica. La cuestión no es baladí porque la kafkiana situación le cuesta al Estado 595.000 euros al mes sólo en salarios. Es decir, sin contar las cuotas de la seguridad Social ni el IRPF ni, por supuesto, los innumerables gastos -de los que nadie da cifras- que genera el hecho de mantenerlo abierto. Si alguien no se lo cree que vaya por allí.

En la sexta planta, la habitación que ocupa Josefa Castillo Varela rebosa de vida; ella es la única enferma del hospital. De los 60 años que tiene, 23 los ha pasado en el centro sanitario como limpiadora. Acaban de operarla de un juanete y no quiere irse a su casa. Se ríe. La comida es a la carta y se la traen de la cafetería. "Hoy toca pollo con patatas fritas, judías blancas y flan", le dice la enfermera, mientras le acerca la bandeja humeante. Josefa, como su marido, que lleva 40 años de celador entre éste y otros hospitales militares, no se creen lo que ven. "Estar así, sin hacer nada todo el día es peor que operarse, peor que una pesadilla", sentencia la enferma.

En la sala de enfermería de la planta, nueve mujeres que no dan su nombre, elegantes, impecablemente vestidas con su uniforme blanco -"Esto es jurisdicción militar y hay que mantener las formas y el orden", dice una de ellas-, se afanan haciendo ganchillo. "Tanta quietud, tanto tiempo sin hacer nada nos pone enfermas", proclaman varias a un tiempo. Punto de cruz, cardado, macramé... da lo mismo. Hablan de hacer una exposición con sus trabajos cuando esto termine. "¡Qué pérdida de tiempo!", exclama otra que lee una revista frente a un ventanal, en un rincón apartado. "Así llevamos ya cuatro meses", añade la de más allá. Cobran íntegro su salario, pero sufren depresiones, angustia y estrés por tener que venir cada día a no hacer nada útil. Sienten rabia porque, a un par de kilómetros, en los hospitales Virgen del Rocío y Valme, las consultas no dan abasto. Más de una ha estado de baja. "Si el absentismo laboral en el ámbito hospitalario está en torno al 3%, aquí sobrepasamos el 10%", explica Carmela Riaño, de la Plataforma para la defensa del hospital militar.

En la sección de fotocopias, en el sótano, era habitual que a las 7.30 de la mañana, antes de abrir, ya hubiese cola. "Ahora nadie viene por aquí", resume un empleado que cambia unos papeles de sitio para no estarse quieto. Más allá, siguiendo el pasillo, por una puerta entreabierta se observa una amigable tertulia entre varios hombres vestido con un mono azul. Las máquinas están paradas y el mantenimiento es liviano. Tienen tiempo para conversar. Hace unos meses observaron que el agua sabía mal y salía sucia. "Tuvimos que ir grifo por grifo, abriéndolos todos, para que circulase y se fuese la herrumbre", aclara la encargada de la limpieza. Varios celadores repiten ahora esta labor a diario.

En la cocina, la sala inmensa parece un mortuorio. Sábanas blancas cubren armarios y fogones. En un rincón, el turno de mañana -ocho cocineros y pinches- se entregan con pasión al juego del dominó. Llevan así desde las ocho de la mañana. Ni una mota de grasa en sus uniformes, ni el menor atisbo de sudor en sus frentes. Se les ve relajados, aunque están cansados y hartos. "Esto es muy duro, muy duro", comenta uno de ellos. "En mi caso, después de 38 años haciendo más de 300 comidas por turno, levantarse por la mañana para venir a jugar al dominó es difícil de aceptar. A dos de nosotros ya les ha dado un infarto". En los cajones, en vez de espumaderas y cuchillos se guardan cubiletes y dados, barajas y otros juegos de azar. De alguna manera hay que pasar el tiempo.

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Por el pasillo de la primera planta, una pediatra se detiene a hablar con una médica internista que trabaja en urgencias. "¿Cuándo viste por última vez a un niño?", le pregunta. "Esta mañana", contesta la pediatra, sonriendo y emocionada de haber hecho algo insólito. "La hija de una empleada". La realidad es que esta pediatra, en los últimos cuatro meses, apenas ha visto en consulta a 40 niños. "Ni siquiera uno por día", se lamenta. Peor lo tiene la médica de urgencias. Ella hace guardias de 24 horas seguidas sabiendo que nadie va a llamar a esa puerta. La puerta de urgencias está a cal y canto cerrada. Pero la médica, tras unos breves instantes conversando en el pasillo con su colega, dice de pronto: "Bueno, me voy a mi puesto de trabajo que no podemos dejar aquello solo".

Condiciones del traspaso

Tras la reunión mantenida el lunes pasado entre el presidente de la Junta, Manuel Chaves, y el ministro de Defensa, Federico Trillo, el problema del hospital militar Vigil de Quiñones parece que ha entrado en vías de solución. Falta saber en qué condiciones se hará la transferencia. Defensa pide 36 millones de euros y la Junta ofrece 5,77. La diferencia en la oferta la justifica la Administración andaluza alegando que ese dinero es, como mínimo, el que debe gastarse en reformas para dar un servicio de calidad. Lo que aún no tiene claro Salud, Consejería que se haría cargo del hospital, es a qué va a destinarlo.

La inmensidad del edificio, de 83.016 metros cuadrados, no encaja en la nueva estrategia que hoy se sigue para diseñar hospitales: edificios más pequeños y muy especializados. A las 12 plantas que ocupa y a las 240 habitaciones individuales con 750 camas posibles no va a ser nada fácil darles ocupación.

El hospital, además, requiere profundas reformas para adaptarlo a la normativa vigente. Y, por si esto fuera poco, una vez transferido pasará a formar parte de un puzzle que, como una pieza más, se trufa junto al recién construido en Bormujos por la orden de San Juan de Dios.

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