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Tribuna:
Tribuna
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Una estrategia equivocada

I. Hace unos meses, antes de la huelga general del 20-J y en estas mismas páginas, publiqué un artículo que se titulaba "El error Aznar", referido a la reforma laboral del Gobierno del PP. Sostuve entonces que al jefe del Ejecutivo le había entrado el vértigo, impelido por su mayoría absoluta y el giro derechoso en el Viejo Continente, de enseñar a Europa cómo había que hacer las cosas en materia de "liberalismos" varios. Como los hechos han demostrado, el batacazo fue mayúsculo y, desde entonces, la situación política ha dado un vuelco hasta el punto de que el PSOE iguala al PP en intención de voto. El Gobierno ha enmendado, en parte, el entuerto ante el riesgo de una pelea constante con los sindicatos cuyos efectos electorales podían resultar letales. Pero el fondo de sus políticas no ha variado como puede comprobarse en la Ley de Calidad de la Enseñanza, en las privatizaciones, en la fiscalidad o en la reforma de las cajas de ahorro. No obstante, quizá la equivocación más seria cometida por el actual Gobierno haya radicado en su enfoque sobre la construcción europea.

En mi opinión, la posición acorde con el interés de la ciudadanía española es que cuanto más se avance en una Europa cohesionada mejor para España. Esta tesis es lógica y hasta obvia, al tratarse de un país más atrasado y débil que la media europea y que llegaba, además, muy tarde a la gran empresa continental por culpa de la dictadura. Hay que recordar que uno de los éxitos del Gobierno del PSOE no sólo fue integrarnos en Europa, sino sacar adelante los famosos fondos de cohesión en la cumbre de Edimburgo, de los que España se ha venido beneficiando más que nadie y que le valió a González que el entonces jefe de la oposición, Aznar, le tildase de pedigüeño. El hecho cierto es que gracias a esos fondos, que han rondado, año tras año, la friolera de más de un billón de pesetas, nuestro país se ha modernizado con mayor rapidez, ha crecido por encima de la media europea y la convergencia real con Europa se ha ido aproximando. Ahora bien, el éxito de esa política no fue fruto de la casualidad, sino el resultado de una estrategia acertada que comprendía una determinada política de alianzas. Y esa "coalición" se hizo y se mantuvo durante muchos años con la Alemania de Kohl y la Francia de Mitterrand.

II. Porque cualquier responsable político, con un mínimo conocimiento en la materia, sabe que existen, en esencia, dos concepciones sobre el futuro de la Unión Europea. Una, que concibe Europa como una zona de libre mercado, carente de cualquier contenido federal en sus estructuras de poder, ayuna de contenido social y con predominio total de los Estados; y otra, que desea una Europa política, de inspiración federalista y que apuesta por la cohesión social y el protagonismo de la ciudadanía. La primera, mirando siempre hacia más allá del Atlántico; la segunda, con la pretensión de que las decisiones comunes se tomen en Bruselas o, en su caso, en Estrasburgo.

Aznar y su Gobierno se han colocado con nitidez en la primera posición, han dado un giro a la política de los Gobiernos anteriores y, en mi opinión, han dañado el interés de los españoles. Desde que llegaron al poder, los populares han ido estrechando sus relaciones europeas con la Inglaterra de Blair y con la Italia de Berlusconi, mientras se enfriaba la tradicional entente con Alemania, esta vez de Schröder. Durante un tiempo el tándem Blair-Aznar parecía el rey del mambo, hasta el punto de que en la cumbre de Lisboa impuso, en parte, su agenda. El premier inglés ejercía de líder de Europa, a través de su privilegiada relación con la América de Bush, en plena euforia guerrera, arrastrando al español quizá con el señuelo de la cosoberanía de Gibraltar. Pero como diría un francés, se trataba de feux follets (fuegos fatuos), pues ni Blair puede cohesionar ni liderar Europa cuando ni siquiera está en el euro -aunque sea el más europeísta de los líderes ingleses-, ni Berlusconi es el personaje más recomendable para transitar por la vida. Se aprovechó la coyuntura de la debilidad en la relación franco-alemana ante la incertidumbre electoral y, además, se apostó por el perdedor Stoiber, relamiéndose ante un éxito conservador en Alemania, que hubiese significado el "gordo de Navidad" para la derecha. Visión conservadora de Europa que quedó reflejada en el congreso del Partido Popular Europeo de Lisboa, en el que Aznar -junto a Berlusconi y otros- jugó fuerte sus bazas y logró modificar totalmente el documento, de contenido europeísta, que había elaborado el sector democristiano encabezado por el belga Martens.

III. Ahora bien, con la celebración de las elecciones en Francia y Alemania y despejadas las incógnitas en ambos países, las cosas han vuelto a su cauce, como era obligado prever. El eje franco-alemán se ha recompuesto, para bien de la construcción europea, sobre la base de una serie de acuerdos, en sustancia contrarios a la política del Gobierno español. En primer lugar, una posición menos seguidista de EE UU en el tema de Irak. Ya Schröder marcó la línea en la campaña electoral al defender con toda nitidez que no secundaría un ataque a Irak -lo que, por cierto, la valió un montón de votos-. La posición de Francia ha sido determinante para que la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad matizase el automatismo guerrero de Bush y se diese una oportunidad a la paz. España, por el contrario, ha sido más papista que el Papa en su seguidismo bélico, cuando debería extremar la prudencia en este terreno por razones obvias de proximidad, lazos históricos e inmigración con el mundo árabe. El segundo gran acuerdo franco-alemán se ha centrado en el enfoque de la ampliación. Luz verde a la misma, pero con dos condiciones básicas: no se toca la PAC (política agraria común), que beneficia a Francia e indirectamente a España, aunque no deja de ser la más impresentable de las políticas europeas, a cambio de que Alemania no ponga un euro más encima de la mesa, lo que perjudica sobremanera a nuestro país. En una palabra, el mismo y escaso dinero de antes -el 1,27% del PIB de la Unión- se tiene que repartir entre los antiguos y los nuevos socios, estos últimos mucho más pobres que España. Los más perjudicados con esta decisión serán las comunidades autónomas con menor nivel de renta, como Andalucía, Extremadura, Castilla y León, etcétera. La razón de esta política restrictiva por parte de Alemania no deja de tener su lógica. Ante todo porque ese país está al borde de la recesión y tiene que hacer frente a los enormes gastos de la reunificación y de las recientes inundaciones. Pero, por otro lado, porque no es de recibo que el Gobierno español se pavonee por Europa de que baja los impuestos -lo que supone el colmo de la torpeza, pues no es cierto que los baje- y alcanza antes que nadie el déficit cero y al mismo tiempo pretenda seguir recibiendo cuantiosas ayudas que salen de los tributos que otros tienen que soportar. La estulticia alcanza límites insospechables cuando se dogmatiza el famoso déficit cero -que además no es real- cuando los demás, mucho más poderosos, están revisando y flexibilizando el Pacto de Estabilidad ante una situación económica recesiva. Frenazo en el crecimiento que padece también nuestro país, pues crecer en el mejor de los casos el 1,8% es una birria y supone la pérdida de empleo neto. Consolarse con que crecemos más que la media europea es, hoy en día, un sarcasmo, pues no se dice que una parte sustancial de este escaso crecimiento se debe al saldo neto que recibimos en ayudas europeas, lo que demuestra la importancia de mantenerlo y no ponerlo en riesgo con políticas equivocadas. El tercer entendimiento Chirac-Schröder se producirá en la Convención Europea. El hecho de que el ministro de Exteriores alemán, Fischer, haya sido designado representante en la misma indica la importancia que Alemania concede a ese cónclave. Y aquí, una vez más, el Gobierno español aparece marginado, como descolocado ha quedado Blair a partir del fortalecimiento de la entente franco-alemana. Sería positivo que los ingleses jugasen a fondo en Europa, pero para eso lo primero que tienen que hacer es entrar en el euro y dejar de ser, de una vez, el "submarino" norteamericano en Europa, como los definió en cierta ocasión De Gaulle.

IV. Una de las razones por las que sería conveniente que esta derecha perdiese el poder es porque permitiría recomponer una política europea de España. Nuestro país tiene que colocarse de nuevo entre las naciones de vanguardia, en el núcleo duro de los que quieren avanzar más en la construcción política de Europa. En una Unión con 25 miembros, con tan variados niveles de desarrollo económico y social, es difícil imaginar que todos van a caminar al mismo ritmo. La Europa de los círculos concéntricos, de varias velocidades, de las cooperaciones reforzadas será una realidad o la Unión se estancará y entrará en decadencia. Y en estas circunstancias a España no le interesa marchar con el pelotón, a la defensiva, sosteniendo las posturas menos europeístas. A la ciudadanía española le interesa una Unión Europea democrática, con participación, control y división de poderes; fuerte y autónoma, con una política exterior y de seguridad propia que contribuya a la paz y a la globalización del bienestar y con capacidad militar suficiente para gestionar crisis; una Unión de la cohesión social, solidaria para hacer converger a los diferentes países que la conforman en niveles de renta equiparables; una Europa, en fin, de la "cohesión verde", capaz de recomponer lo dañado y evitar el suicidio colectivo que significa destruir el medioambiente. Para alcanzar estos objetivos, los Gobiernos españoles deben procurar sólidas alianzas con los países centrales de Europa que son, no nos equivoquemos, Francia y Alemania, por razones geográficas, demográficas económicas, históricas y políticas. Y si España desea jugar un papel relevante en esta construcción, haciendo valer su dimensión mediterránea y latinoamericana, es con las sociedades más europeístas con las que tiene que caminar y no sólo con países periféricos que difícilmente serán el motor de la unidad política de Europa.

Nicolás Sartorius es vicepresidente ejecutivo de la Fundación Alternativas.

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