Educación y estadística
El pasado 31 de octubre, EL PAÍS publicó un artículo, La educación en Cataluña, del profesor Vicenç Navarro, cuya conclusión sería francamente preocupante de ser cierta: en educación España no va bien y Cataluña va peor.
Dado que tal afirmación se sustenta, además, en datos estadísticos aparentemente sólidos que le dan apariencia de verosimilitud, el Departamento de Enseñanza se ve en la obligación de precisar algunos aspectos con el objetivo de que los lectores salgan de la perplejidad en que los habrá sumido dicho artículo y de que los docentes catalanes no crean que sus esfuerzos en pro de la mejora de la educación no hallan el correspondiente apoyo de los poderes públicos que, según el articulista, no destinarían los recursos precisos y posibles.
Los indicadores estadísticos, para ser válidos, han de formar un conjunto sistémico que dibuje un panorama lo más completo posible en el que ningún dato tiene sentido sin el resto. El indicador de gasto público en educación con relación al PIB, tomado aisladamente, induce a confusión aunque sólo sea porque la superior riqueza nominal de un territorio determinado penaliza a éste al establecer comparaciones. (El hecho de que Extremadura encabece la lista de comunidades que más gastan en educación con relación al PIB, mientras que Madrid, Cataluña o Baleares la cierran, es un ejemplo del riesgo de precipitar conclusiones a partir de un solo dato).
¿Por qué no considerar, como indicador del esfuerzo público de una comunidad en educación, el gasto en personal docente? El profesorado es el principal activo de un sistema educativo y se lleva, como es lógico, la mayor parte del gasto en educación. Pues bien, los últimos datos disponibles sitúan a Cataluña en este aspecto en posición francamente privilegiada, no sólo en relación con España, sino también con los países del euro.
En educación primaria, Cataluña tiene una ratio de 12,5 alumnos/profesor, frente a 16,1 en los países del euro y 15,4 en España. En la educación secundaria las ratios son, respectivamente, 11,1, 12,9 y 12,4. En los centros públicos de Cataluña estas ratios son incluso menores. Tenemos, por tanto, más profesores dedicados a atender a menos alumnos y, además, en Cataluña están mejor retribuidos que en otras comunidades, si exceptuamos las que disponen de régimen foral o de la condición de insularidad. A ello hay que añadir que el sueldo de los docentes españoles es alto en comparación con el de los docentes de otros países europeos. Un docente funcionario con 15 años de experiencia percibe en España unas retribuciones equivalentes a 1,56 veces el PIB per cápita español. La media de los países de la OCDE se sitúa en 1,32, y en el caso de Suecia, por ejemplo, es equivalente a 1,07. En paridad de poder adquisitivo, el maestro español cobra 28.614 dólares, frente a los 24.364 del maestro sueco.
Conviene también puntualizar la afirmación del profesor Navarro, muy habitual por otra parte, en el sentido de que, al dedicar recursos escasos, la carga lectiva anual de los alumnos se reduce y, por consiguiente, los resultados son peores.
Los últimos datos publicados por Eurydice son elocuentes: para la "educación secundaria general inferior" -la ESO- España destina 866 horas lectivas anuales, mientras que Bélgica destina 849, Dinamarca 780, Alemania 790 y Francia 842. No pretendemos cansar al lector con datos excesivos, si bien esto mismo se constata al analizar otros niveles educativos.
En cuanto a los resultados obtenidos por los alumnos, tampoco conviene dejarse llevar por el alarmismo. Al contrario, conviene reconocer el proceso de mejora que se ha experimentado en los últimos años, cuyos frutos se verán en los próximos. No debe olvidarse cómo estaba la educación en España durante la transición y que hasta 1990 la ley no consagra la obligatoriedad de la educación desde los seis a los 16 años, que se hace efectiva cinco años después de promulgada. Debemos ser, pues, muy cautelosos a la hora de aventurar juicios de valor. Sin embargo, es perfectamente lícito que traigamos a colación ejemplos como el que nos pro
pone el programa PISA (Programme for International Student Assessment), diseñado por la OCDE, en el que participaron 32 países, que muestra cómo los alumnos catalanes de 15 años obtienen resultados superiores a los del conjunto del Estado y ligeramente inferiores a la media de la OCDE en comprensión lectora y matemáticas, y claramente superiores en ciencias de la naturaleza.
La mejora de la educación se consigue también procurando que el conjunto de los ciudadanos disponga cuanto antes, a partir de una edad razonable, de posibilidades de escolarización. Pues bien, también en este aspecto Cataluña va muy por delante del conjunto de España y de los países de la Unión Europea. El 53% de la población catalana de dos años está ya escolarizada, frente al 15,9% del Estado español. Dicho de otro modo, la mitad de todos los alumnos de dos años o menos escolarizados en España son catalanes. A los tres años, el porcentaje es del 100% en Cataluña, por el 50% en la Unión Europea y el 70% en España.
Como decíamos, en educación deben manejarse muchos indicadores y bien construidos si lo que se pretende es dar una imagen fiable de la realidad de la educación en un país. Los que aquí se ofrecen no son ni todos los disponibles ni todos los posibles, pero ayudan a perfilar una imagen más cercana a la realidad que la ofrecida por el profesor Navarro en su artículo.
La sociedad catalana conoce y reconoce la calidad de su escuela. Las familias catalanas están bastante o muy satisfechas con el profesorado -el 93,4%-, con los centros docentes -93,3%- y con su dirección -91,9%-, lo cual nos mueve a seguir con el proceso de mejora con el que estamos comprometidos, al que el Departamento de Enseñanza dedica sus mejores esfuerzos en beneficio de todos.
Ramon Farré es secretario general del Departamento de Enseñanza
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