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Columna
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Lo real

Belén Gopegui tituló de ese modo, de este modo, su última novela, Lo real, uno de los mejores libros publicados en el curso pasado. Es el gran tema. ¿Qué diablos es eso de la realidad? Desde los poetas hasta los científicos especializados en mecánica cuántica, todos andan detrás de lo real, tan increíble a veces, tan misterioso siempre. Seguirá siendo el tema del siglo XXI. Ahora Joseba Arregi lo ha puesto nuevamente encima de la mesa, sobre el tapete de la vida política vasca. Arregi lanza ideas en un país en el que lo ordinario es lanzar ocurrencias como quien lanza naipes, órdagos y faroles: sobre el tapete un farias humeante y una vieja baraja española, tan reales, tan dudosos, tan falsos. Lo que le preocupa a Arregi es lo real. Habla de lo real, aunque parezca que hace metafísica. Le preocupa que los vascos vivamos en lo que él llama realidad virtual. Esa Euskadi adosada de Juan José Ibarretxe, libremente adosada, se construye sobre una realidad que, en realidad, es ficción. 'Si hasta las palabras', dice Arregi, 'están instrumentalizadas, no resulta extraño que no tengamos una realidad'. La realidad, en cierto modo, es una fundación de la palabra. El problema es que la palabra es una fundación del artificio.

Pasará que el antiguo consejero de Cultura de Ardanza hará el papel de iluso entre las gentes de su propio partido. Nunca le creerán, por más pruebas que aporte sobre la irrealidad en la que viven, sobre la que caminan, con la que desayunan y comen y meriendan. La digestión es buena y nada irreal. Tan real como Arzalluz (nadie da tanta fisicidad como él). Arzalluz, con su mitología y su leyenda a cuestas, con su idealismo a cuestas, ocupa lo real (nada tan real como el poder real), mientras que Arregi, con su implacable realidad a cuestas, atraviesa el país de los vascos como una aparición. No puede ser real alguien que dicta conferencias en lugar da dar mítines, alguien que escribe artículos y sesudos ensayos, alguien que piensa por su cuenta y riesgo. Alguien que piensa, se dirán algunos, tiene por fuerza y por definición que hacerlo contra ellos. Y además es teólogo.

Pero la realidad, tozuda, sigue ahí. Arregi la denuncia. Uno puede emboscarse, instalarse en un cómodo paréntesis, vivir en la ficción. Dentro de esa ficción existe, sin embargo, 'una realidad insoslayable, que es la de la violencia, los asesinatos y las víctimas'. Los muertos y los amenazados son reales. Ellos son lo real y no una mera categoría filosófica. Podemos invisibilizarlos, abolirlos, maquillarlos o relativizarlos. Pero ahí siguen, son tercos.

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