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LA CRÓNICA
Columna
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¡Mira tú por dónde!

Esta semana el Príncipe de Girona y de Asturias ha estado en Barcelona y ha asistido -sin protocolo- a distintos espectáculos 'para hacer la misma vida que cualquier ciudadano barcelonés'. Yo también.

El lunes, mira tú por dónde, me voy a ver la ópera Ariadne auf Naxos, de Richard Strauss, en el Liceo. He comprado la entrada más barata, en el cuarto piso. Vale lo mismo que en el quinto pero, puestos a escoger, es mejor quedarse en la planta donde está el bar. Claro que el bar no abre durante la función, sino sólo durante el entreacto y Ariadne auf Naxos no tiene entreacto. Pero aun así, reconforta saber que, al menos, las botellas están cerca, en las 2 horas y 10 minutos de espectáculo. Me toca el 'turno H', uno de los ocho turnos caros. En éste canta Edita Gruberova, que debutó en el Liceo hace 25 años. Haciendo cola para recoger mi localidad distingo al director del teatro, Josep Caminal, un hombre inteligente: ha sido el primero en ver que el Fòrum 2004 no era para él. Ahora dimitir del Fòrum es de lo más normal, pero el sensato Caminal fue el pionero en decir 'ahí os quedáis'. A su lado, esperan tres fotógrafos. 'Pero ¿cómo?', me digo, '¿es que vuelve la Pantoja?'. Por si acaso, espero a ver qué pasa.

El Príncipe estuvo esta semana en Barcelona. Fue al Liceo y al estreno de Tricicle

En La Rambla, frente a nosotros, pero de espaldas, hay una estatua humana, dorada. Es muy mala actriz, como lo demuestra el hecho de que, incluso en un papel como el de estatua humana, sobreactúa. Diez minutos antes de que empiece la obra llega el Príncipe de Girona y de Asturias, como un barcelonés más, en un BMW. La estatua humana, con una falta de profesionalidad lamentable, se da la vuelta (eso sí: haciéndose el robot) para verle salir del coche. Un guardaespaldas alto, de pelo rapado, guapo al estilo de Bruce Willis, me empareda, delicadamente, contra una columna (es decir: la columna y el guardaespaldas hacen de pan y yo soy la catalana trufada). Entro enarbolando mi localidad de 69,65 euros. El Príncipe no deja nada en el guardarropa ni pasa por el bar. Le colocan en el palco número 22 (en este teatro no hay palco real). Su localidad es de las más caras. El abono para toda la temporada sale por 1.290,50 euros; pero, ¡qué caramba!, un día es un día. Además, para mí, como contribuyente, me parece más bonito gastar en cultura que en vino. Por eso me alegró tanto el otro día no tener que pagarle las copas a Jatami. (La pena es que no vino ahora, que es Ramadán.)

El Príncipe se sienta de una manera que se podría llamar -para usar la terminología de la realeza- campechana. Apoya el antebrazo derecho en el piano (el asidero rojo, forrado de tela, que separa un palco de otro). Caminal está de pie detrás de él. Joan Matabosch, el director artístico, a su derecha. El guardaespaldas guapo, de pie, junto a otros cuatro hombres. A las 21.25, el Príncipe hojea el programa. La obra empieza siete minutos tarde.

El jueves, mira tú por dónde, tengo entradas para ir a ver Sit, el espectáculo que acaba de estrenar Tricicle en el teatro Victòria. Ocupo mi localidad, junto al pasillo, mientras veo cómo las señoras se ponen moradas de Kit-Katt. A las diez, entra el príncepe de Girona y de Asturias. ¿Me está siguiendo? Alguien me susurra: 'Disculpe que la moleste'. Es el guardaespaldas guapo, que, lo que son las cosas, se sienta a mi lado. Como es tan alto y fornido sufre el síndrome de la clase turista y se coloca como puede. Le veo incómodo. Abre las largas piernas para que no toquen la butaca de delante. Hay roce. Noto muy cerca sus pantalones de color claro, su americana azul, su reloj plateado y su pelo al cero. Luego, el Príncipe se gira y le pide algo. Él, a su vez, hace un gesto -que volvería loca de amor a Estefanía de Mónaco- a una compañera: 'Consígueme cinco programas', ordena.

Cuando la voz en off del teatro nos recuerda que apaguemos los móviles el guardaespaldas murmura, sonriendo: 'Estas melodías...', y desconecta el suyo. 'No podrá disfrutar del espectáculo, teniendo que vigilar', le digo. 'No, mujer. Disfrutar se disfruta igual. Pero claro, esto son los gajes del oficio', y mira atrás, profesional. 'Claro que usted', insisto, 'con una sola mirada ya controla'. Me mira y confiesa: '¡Uf!, sí. ¡Es que ya son años...!'. Al ver que saco la libreta me pregunta: '¿De algún medio?'.

Luego empieza el espectáculo. El Príncipe se ríe, pero él está impasible, como un sioux. '¿Quién es?', pregunta al ver que los de Tricicle eligen a un señor, de entre el público, que provoca nuestros aplausos. 'Es uno que sale en la televisión catalana, muy famoso', le explico. Cuando llegamos a la media parte enciende el móvil y contesta a una llamada. Luego, otra ojeada a su espalda. Cuando se reanuda el espectáculo sigue serio, pero casi al final -en el momento en que los de Tricicle hacen un gag sobre unas unas ovejas- suelta una carcajada. Inmediatamente sacude el cuerpo hacia atrás, como si su propia risa le hubiese pillado por sorpresa.

Hoy sábado, mira tú por dónde, tengo unas entradas para ver el partido del Barça contra el Villarreal. Espero que el Príncipe no venga o creeré que quiere algo.

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