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Columna
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Contagio metonímico

Cuando Javier Rojo planteó la necesidad de un gobierno de concentración como vía para solucionar los muchos problemas que afectan hoy a la sociedad vasca, hubo voces que se elevaron como si acabara de formular una herejía. No discutieron las ventajas o desventajas asociadas a la propuesta, y sólo ofrecieron un argumento para considerarla inviable: el PNV no estaba por la labor. Ocultaron otro argumento en esta invocación a terceros, a saber, que tampoco ellos estaban por la labor, y no contentos con tanta flaqueza argumental añadieron que la propuesta iba contra 'la alternativa', como quien dice que iba contra Dios. No es nueva esta vía teológica de razonamiento que consiste en acotar ámbitos sagrados, intocables, a los que se erige en referencia de la bondad o maldad de cualquier propuesta. Esos ámbitos nunca se relativizan, jamás se cotejan ni se someten sus pros y sus contras a discusión con otras sugerencias. No, por gracia de no se sabe qué, hay propuestas que encarnan de modo inamovible la bondad y cualquier otra que pueda discutir su primado es rápidamente objeto de anatema. Sin otra razón que el porque sí. Y en tanto que la propuesta de Javier Rojo no es 'la alternativa', y sólo por eso, es arrojada a unas tinieblas que traerán su cola.

Porque las desdichas de Javier Rojo no acabarán ahí. En una intervención deshonesta y taimada, Jaime Mayor Oreja ya lo ha alineado en una cadena perversa. Según el portavoz popular, y delfín portador del tridente de Neptuno, un PSOE victorioso modificaría el marco jurídico- político actual -fíjense en la expresión- y debilitaría una democracia que a su partido tanto le ha costado reforzar. Enumera como prueba de ello toda una serie de veleidades regionales de los socialistas, entre las que no falta la osada de Maragall, 'más nacionalista que socialista', ni, ¡ay!, la de Javier Rojo. Expuesta tan sólo como síntoma de peligro, la propuesta de Rojo es, sin embargo, la pieza fundamental, siendo como es la que se halla directamente vinculada con el mal de origen. Es el eslabón necesario para ese contagio metonímico de mi título, lindeza argumentativa que abre directamente la vía a los infiernos: el PSOE es socialismo más nacionalismo, un enemigo de la fortaleza democrática de España, o sea, de España.

La cadena del contagio no tiene fin y va transmitiendo su testigo de formación en formación. El testigo tiene ya un nombre, modificación del marco jurídico-político, inclinación que comparten todos los enemigos de la fortaleza democrática de España y que se adquiere por simple contagio. El mal originario lo portaba el complejo ETA; se lo contagió al PNV; y nadie que se acerque o sugiera una mínima aproximación a esta última formación, aunque sea para atraerla al orden, queda libre de mancha. Ahí se ahoga toda variedad en la índole de las propuestas, desprovistas de cualquier derecho a ser sometidas a razón, es decir, discutidas, desde el momento en que son depositadas en ese pantano en el que la voz hace gárgaras con la sangre.

De esa forma, se conduce todo el debate político a un debate imposible de raíz. Un no debate que ahoga cualquier otro en la medida en que deslegitima a todo aquél que no coincide en él con la posición correcta, posición que sólo responde a unos intereses estratégicos concretos a los que se les hace coincidir para mayor escándalo con el exclusivo interés democrático. Da lo mismo que lo postulado por unos sea plenamente constitucional y que lo postulado por otros no lo sea. Todo se mezcla. Y todo se hace en nombre de un fin tan necesario como lo es la derrota de ETA. Objetivo que va asociado a unos requisitos inexplicables e indiscutibles. Tan indiscutibles como los resultados de una estrategia que ha convertido a Euskadi -y acaso no sólo a Euskadi- en casa de tócame Roque como nunca antes lo fue. Nunca antes a ningún lehendakari se le ocurrió plantear un disparate como el de Ibarretxe; nunca antes se le ocurrió a nadie asumir unilateralmente unas competencias no transferidas; nunca antes casi la mitad de la población fue víctima potencial de los asesinos sin que su situación urgiera un plan inmediato de defensa -de unidad democrática- dejándolos a cambio no se sabe muy bien si como rehenes o como basura manipulable. Nunca antes, en fin, tamaña confusión sobre la organización del Estado, porque nunca antes se utilizó tanto su nombre en vano. Y es que el intento de patrimonialización sectaria de España rompe con lo que fue el pacto constitucional y con la idea de España que en él se forjó. Utilizarla además como instrumento supremo de poder sólo puede conducir a este caos regresivo y retrógrado, a este oscurecimiento de la política. ¿También de la democracia? Perdonen la osadía.

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