Imprudente BCE
Uno de los efectos secundarios adversos que se suponía asociado a una decisión tan agresiva de reducción de los tipos de interés como la que adoptó el miércoles la Reserva Federal, en medio punto porcentual desde el 1,75%, era la transmisión de temor: mal debe de estar la situación cuando la institución más respetada de EE UU baja el precio del dinero desde niveles ya históricamente reducidos, venían a decir los que prefieren observar gestos que analizar en detalle los fundamentos económicos. La realidad, sin embargo, es que ese temor queda ampliamente compensado por el reforzamiento de la confianza derivada del convencimiento de que quien trata de gobernar la demanda a corto plazo lo hace sin ataduras y sobre la base del análisis de los riesgos sin atender a pretensiones menos legítimas como puede ser el deseo de acelerar artificialmente el respeto y la credibilidad. La credibilidad de un banco central no se basa en la intimidación, y mucho menos en tratar de reforzar una autonomía por nadie cuestionada. Ni los comportamientos de las finanzas públicas en los países que incumplen el Pacto de Estabilidad y Crecimiento ni la anticipada decisión de la Fed hipotecaban la, en mi opinión, necesaria reducción de los tipos de interés en el área euro que tendría que haber decidido el BCE en la sesión de su Consejo de Gobierno de ayer. Mantener la misma política monetaria de hace más de un año es una decisión imprudente que incorpora muchos más riesgos que los que supuestamente trata de evitar.
Del diagnóstico que el propio BCE hacía en su último Boletín Económico del análisis de los dos pilares en los que se fundamenta la política monetaria, no se deducían contraindicaciones especialmente peligrosas a una adecuación del precio de dinero a las mucho más adversas perspectivas por las que discurrirán las economías de la eurozona en el futuro próximo. La preservación de la estabilidad de precios no está precisamente amenazada, a pesar de que la tasa media de inflación en la zona haya superado ligeramente ese objetivo máximo del 2%. Los principales peligros que se ciernen sobre la Europa del euro no es un recrudecimiento en la tasa de crecimiento de los precios, sino el estancamiento en el ritmo de crecimiento económico. En realidad, las perspectivas a medio plazo sobre los desequilibrios de Europa, en sus finanzas públicas o en inflación, no son muy superiores a las de EE UU, con tipos de interés significativamente más bajos. Sin embargo, los riesgos de estancamiento no son menores en la eurozona que los existentes al otro lado del Atlántico.
En este último escenario concurren los registros económicos ya observados y, de forma mucho más contundente, los indicadores de confianza de empresas y familias, de forma particularmente intensa en las economías centrales. Alemania, la considerada locomotora europea, no va a crecer este año más del 0,5% y no tiene apenas inflación. En realidad, ese espectro de la deflación al que la Fed prestara atención hace algún tiempo sobrevuela ahora más cerca de Alemania, con el agravante de niveles elevados de endeudamiento en los agentes y un sistema bancario distante del óptimo. La confianza de las familias, mermada desde hace tiempo por la desaparición de riqueza financiera derivada de las intensas caídas bursátiles, se agrava por un mercado de trabajo nada esperanzador. En Francia e Italia, las otras dos grandes economías sobre las que gravita la zona, la situación no es precisamente la propia de quienes podrían tomar el relevo expansivo de la zona. Es cierto que una reducción de tipos desde los niveles relativamente bajos actuales no garantiza por sí sola la recuperación económica, pero también lo es que la utilización de una medida tal no es precisamente incompatible con otras que los Gobiernos europeos deban adoptar para conseguir dotar de mayor eficiencia y flexibilidad a sus economías. Reservar las dosis de estímulo no es necesariamente sinónimo de prudencia ni de buena administración: puede ser demasiado tarde.
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