Un apasionante falso documento
'Esto es un falso documental sobre un verdadero asesino', dijo así, o con palabras cercanas, Agustí Villaronga, para telegrafíar qué era formalmente su insólita, y hecha a tercias con Lydia Zimmermann e Isaac P. Racine, Aro Tolbukhin. En la mente del asesino. La singular película, o lo que sea este apasionante falso documento, inquieta, sorprende, asusta, embauca, asquea, mueve la paradoja de la verdad amasada con la materia de la mentira, simula, desconcierta, burla, sobrecoge, expulsa de la sala, hiere.
La hipótesis desencadenante es ésta: Lydia Zimermann tuvo acceso a filmaciones supuestamente hechas en 1981 por una fallecida documentalista suiza, Lise August, a un húngaro de 42 años, un tal Aro Tolbukhin, que aguardaba su ejecución en una cárcel de Guatemala por haber asesinado de forma bestial a varias mujeres en una misión católica rural. Y la joven cineasta propuso a Racine y a Villaronga hacer un filme conjunto con el disparadero de esas imágenes arrancadas por una cineasta muerta a un asesino de mujeres. El tal Aro -áspera, cruel y poderosamente recreado, o tal vez creado del todo, por Daniel Giménez Cacho-, no sólo se confesaba autor de estos crímenes, sino de otros muchos cometidos en los varios países por donde se movió errante, después de huir de su casa de Hungría, siendo un adolescente, enamorado y amante de su propia hermana.
ARO TOLBUKHIN. EN LA MENTE DEL ASESINO
Dirección y guión: Agustí Villaronga, Lydia Zimmerman, Isaac P. Racine. Intérpretes: Daniel Gímenez Cacho, Carmen Beato, Zoltan Jozan, Mariona Castillo. España, 2002. Género: documental de ficción. Duración: 86 minutos.
Los tres cineastas tiraron del hilo imaginario de la torcida y airada vida de un terrible y desconcertante personaje de pronunciada irrealidad -casi una metáfora en estado puro del hombre en situación de total abandono y a la deriva- para de él segregar la seda de un hilo de honda materia surreal pero de estirpe formal documental. Y el trabajo que resulta de esa búsqueda triangular es de excepcional valentía, originalidad y fuerza, dotado de una fortísima identidad expresiva, pues no se parece a ninguna película conocida y de ella se deduce celuloide sucio pero exacto, embarrado pero de atroz nitidez.
Y parece más que probable que Agustí Villaronga, que tiene cargadas las espaldas con las atmósferas espesas y viciadas de sus filmes de ficción anteriores, sea quien haya vertebrado y conducido a este Aro, imponiendo sin levantar la voz, durante el proceso creativo, el peso y la definición de su estilo como mirada aglutinante y unificadora de los tres pares de ojos autores de este filme abismal y, pese a su dureza, conmovido y perplejo.
Babelia
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