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Nueva orquesta para una sinfonía abierta

A lo largo del último siglo y medio, una de las mayores virtudes del proyecto nacionalista catalán, con sus particularidades y una trayectoria propia y bien definida, ha sido la de contar con personalidades de gran talla intelectual y política -desde Enric Prat de la Riba hasta Jordi Pujol-, particularmente obstinadas en dar continuidad y asegurar la vitalidad y la renovación del proyecto global por encima de su propio proyecto y aportación personal. Han procurado, sin excepción, dejar bien claro que se trata de un proyecto que trasciende cualquier intento de apropiación generacional o personal.

El pasado 21 de octubre, en su conferencia Catalunya sense límits, pronunciada en el Palau de Congresos, Artur Mas definió con suma claridad, amplitud y vehemencia los ejes que deberán asegurar la actual renovación de un proyecto que ha demostrado tener la suficiente solidez y capacidad de adaptación para responder a los desafíos que diversas generaciones de ciudadanos y ciudadanas de Cataluña han ido planteando. La reestructuración de la que ha sido objeto el Gobierno de la Generalitat debe entenderse, en primer lugar, dentro de ese marco de transformación y progreso constante. Con esta decisión, el presidente Pujol ha querido dejar bien claro, una vez más, que el proyecto está por encima de las personas y debe proseguir su vocación de ir más allá de una etapa -los años de la definitiva consolidación del país en muchos aspectos- ya por sí misma muy positiva y fructífera.

En un mundo en evolución permanente, en un contexto en el que las sociedades y sus demandas evolucionan de una forma constante y casi cotidiana, es lógico que las organizaciones -también los gobiernos- tomen las medidas oportunas para asegurar la adaptación y renovación de personas y estructuras en función de las necesidades. La democracia debe adaptarse hoy al nuevo paradigma del cambio permanente y del gran dinamismo que ello implica. Y es en esta tónica de la realidad como sinfonía cambiante, que la adaptación de la orquesta en función de los retos marcados por la nueva partitura es algo perfectamente posible. No se trata únicamente de tener la mejor concertación, sino de disponer, además, de los mejores solistas. En este sentido la reestructuración tiene, por una parte, el objetivo de asegurar unas condiciones de máxima eficacia de la acción gubernamental en lo que resta de legislatura y definir, por otra, el talante renovador con el que CiU pretende encarar las próximas dos décadas.

Las elecciones autonómicas de 1999 dieron a CiU la posibilidad de asumir el gobierno del país por quinta vez consecutiva y dejaron un mensaje claro por parte del electorado: sería una legislatura en la que deberíamos lidiar, más que nunca, con el pacto, la negociación y el equilibrio parlamentario. Por otra parte, y desde ese mismo momento, tomamos el compromiso ineludible de protagonizar nosotros mismos el cambio de rumbo que exigen más de 20 años de práctica del modelo de autonomía surgido de la transición. La reestructuración del pasado 5 de noviembre es un paso más en la asunción de ese compromiso y una muestra de que quien está conduciendo el auténtico cambio en Cataluña es Artur Mas y la federación CiU, y no el modelo superado y poco inteligible de Pasqual Maragall. La deriva en la que parece estar sumido el PSC no sólo está dando prueba de su notable incapacidad de reacción ante la rápida evolución de los hechos. Indica también su escasa disposición a asumir el riesgo de su propia renovación y mucho despiste a la hora de digerir el empuje con el que el PSOE pretende llevar a cabo la suya.

Con frecuencia, en nuestro país cualquier cambio en un Gobierno se interpreta, desde la oposición, aludiendo razones de electoralismo. Es el clásico argumento de los que no tienen argumentos ante una decisión que parte de la legítima intención de hacer más eficaz la acción pública. Entendemos que el hecho de que los gobiernos pretendan mejorar su eficacia no sólo es bueno desde el punto de vista del ejercicio democrático, sino que se trata, además, de una decisión que pretende revertir, en último término, en un mayor beneficio de los ciudadanos y del interés común. La actual legislatura está siendo una de las más prolíficas de los últimos tiempos y es necesario garantizar ese nivel de eficacia hasta su final.

La modificación en la estructura del Ejecutivo catalán, en definitiva, no debe ni puede ser objeto de sorpresa, estupefacción o crítica por parte de nadie en tanto que se enmarca en una dinámica de normalidad democrática seguida por la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea. Se trata, de hecho, de una práctica habitual y saludable en toda sociedad abierta y en todo sistema auténticamente democrático, no ligada necesariamente a un episodio de crisis, sino a una etapa de impulso.

Nos encontramos, como decía, en un periodo de cambios de fondo en todos los ámbitos -político, social, económico, de relaciones internacionales...- y, como consecuencia, lleno de grandes incertidumbres. Un Gobierno responsable debe disponerse a modificar su estructura tantas veces como sea conveniente para generar eficacia y capacidad de respuesta ante estos retos profundos y cambiantes. Quien no entienda esto, seguramente tampoco está capacitado para gobernar. Finalmente, uno de los grandes desafíos de los gobiernos democráticos de hoy es el de establecer unos buenos canales de comunicación e información con los ciudadanos y ciudadanas. Desde la Portavocía del Gobierno vamos a responder a esa expectativa ejerciendo con la máxima diligencia posible lo que los británicos han dado en llamar accountability. Es decir: dando a conocer de forma transparente y exhaustiva lo que hace el Gobierno, cómo lo hace y, sobre todo, por qué lo hace.

Felip Puig i Godes es consejero de Política Territorial y Obras Públicas y portavoz del Gobierno de la Generalitat.

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