Vergüenza ajena
Pocas veces en mi vida he sentido mayor vergüenza ajena que el día en que el Congreso aprobó la Ley de Calidad de la Educación. Era deplorable ver en las imágenes de televisión a los miembros del Gobierno organizando un auténtico espectáculo circense con abrazos, saltos, gritos y felicitaciones como si les hubiese sorprendio el resultado de la votación. ¿Es que habían olvidado que cuentan con la mayoría absoluta en el Congreso?
Es como si alguien compra todos los números para un sorteo de la lotería y se sorprende cuando le toca el gordo.
Deprimente.
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