París-Berlín
Tras una larga ausencia, el eje franco-alemán ha hecho una reaparición estelar. El canciller Schröder tiene razón al afirmar que 'sin cooperación germano-francesa no seremos capaces de lograr una Europa que nos beneficie a todos'. El buen funcionamiento de esta pareja es una condición necesaria para una Europa que se amplía y se transforma en un mundo dominado por EE UU. Pero no suficiente. Esta Unión Europea ha ganado en complejidad, lo que requiere el concurso de muchos otros. Al presentarse en la reciente cumbre de Bruselas con un acuerdo cerrado, Schröder y Chirac desbloquearon la situación, pero no será a golpe de hechos consumados como ganarán autoridad.
Tras sus victorias electorales y con cuatro años por delante, Chirac y Schröder quieren recuperar protagonismo internacional, y juntos suman más que separados. La base de su acuerdo aparece en tres planos: la política frente a la crisis de Irak, en la que Chirac personaliza la postura que debería ser la de la UE; una ampliación de la Unión que no le cueste dinero a Alemania y el mantenimiento de la Política Agrícola Común para satisfacer a Francia. Y anuncian una iniciativa conjunta sobre la Convención Europea.
Su acuerdo ha puesto al descubierto la levedad de un Blair que se había crecido ante el eclipse del eje Berlín-París. Ha sido un espejismo, pues Blair no puede aspirar a situar a su país 'en el corazón de Europa' mientras, como mínimo, no entre en el euro. En Bruselas salieron a relucir una posible futura reducción del sacrosanto cheque británico y la irritación de Londres ante el conservadurismo agrícola neogaullista. Es lamentable, en cualquier caso, que el rifirrafe entre Blair y Chirac haya llevado a aplazar su reunión bilateral. Puede que Blair no apueste a fondo por Europa, pero sin Londres la política exterior común no funcionará.
El regreso de la gran pareja europea, pese a sus desavenencias, ha puesto de manifiesto el error de cálculo del Gobierno de Aznar, que se ha quedado prácticamente solo en su defensa a ultranza de un Pacto de Estabilidad que si España cumple es, en buena parte, debido a las aportaciones que le llegan de las arcas comunitarias. España podía haber jugado un papel de mediador entre París y Berlín en los bajos momentos de estos años. Pero Aznar apostó por Blair y por Berlusconi, y por una concepción de Europa muy diferente de la que se fragua entre Francia y Alemania desde hace 40 años.
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