'Todos somos seres perdidos'
El siglo XX ha sido pródigo en generaciones perdidas. Puede que, en definitiva, todas lo sean, y que nada contribuya más que eso -el saberse perdida- a que cada generación cobre conciencia de sí misma. O quizá ocurra que cada generación arrastre y sepulte en sí misma su propia cosecha de posibilidades perdidas, de destinos malogrados. Esto es lo que parece pasar en España con la llamada 'generación de los cincuenta', también conocida como la de 'los niños de la guerra'. El reconocimiento y la estima de los que en la actualidad gozan sus miembros, el papel fundamental que se les atribuye en la recuperación y el desarrollo de la cultura española durante el franquismo, conllevan su propia partida de ineptitud y de injusticias. La peor de todas, la que se cometió con el grupo madrileño de los llamados 'socialrealistas', un puñado de escritores políticamente concienciados que cometieron el error de vincular su literatura a los problemas de la realidad que les tocó vivir, y que confiaron ingenuamente en la función social que, dadas las circunstancias, les pareció que correspondía desempeñar a la novela. Relegados hoy al olvido, la mayor parte de los escritores de aquel grupo hubieron de padecer antes la reprobación y los sarcasmos de críticos y agentes culturales de una sociedad que enfrentaría su propia renovación sacrificando en aras de la normalidad los viejos ideales de la resistencia y de la solidaridad. Al final, y por un típico efecto de óptica, la obra de aquellos hombres quedó asimilada a la sucia y triste realidad que trataban de combatir y transformar.
'Se fusilaba a diario. Cuando la comitiva con el cuerpo de José Antonio pasaba por un pueblo, preguntaban si quedaba algún rojo' Antonio Ferres
'Nuestro grupo introdujo una corriente contestataria, obrerista, muy crítica con los mecanismos sociales' Juan Eduardo Zúñiga
'La etiqueta de 'escritores de la berza' surgió en broma, pero prosperó con las críticas hacia lo que representábamos' Juan Eduardo Zúñiga
Uno de los miembros destacados de aquel grupo, Antonio Ferres (Madrid, 1924), acaba de publicar sus memorias, significativamente tituladas Memorias de un hombre perdido (Debate). Es un libro lacónico y amargo, desoladoramente instructivo. Del mismo Ferres se recupera por estos días (en la editorial Viamonte) su primera y más conocida novela, La piqueta, publicada en 1959. Asimismo acaba de aparecer en Debate El homóvil, novela póstuma de Jesús López Pacheco (1930-1997), uno de los representantes más caracterizados de una promoción cuyo censo completo apenas consta en la letra pequeña de los manuales de historia literaria.
La coincidencia de estas publicaciones invita a una rápida retrospectiva y a un nuevo balance. Para hacerlo se pensó en reunir a Antonio Ferres y a Juan Eduardo Zúñiga, también miembro -aunque siempre escurridizo- de aquel grupo. Viejos amigos, los dos escritores llevaban años sin verse. Se reencontraron en su propia ciudad, pocas horas antes de la presentación de Memorias de un hombre perdido. Y lo primero que se les pidió es que reconstruyeran las circunstancias de su encuentro y de la formación de aquel grupo.
JUAN EDUARDO ZÚÑIGA. Creo recordar que a nosotros nos presentó Rodríguez Huéscar. Me dijo: 'Te voy a presentar a un joven que tiene tus aficiones'. Y nos presentó en la terraza de una cafetería que se llamaba La Mezquita, en Alonso Martínez, centro de numerosas tertulias. Ahí nace nuestra amistad. Recuerdo que me leyó un fragmento de algo que estaba escribiendo y comprendí que me hallaba ante un escritor nato.
ANTONIO FERRES. Zúñiga era un hombre tímido, del que se decía que escribía con múltiples seudónimos. Un tipo misterioso, al que se atribuían contactos con la resistencia clandestina. Se mantenía distante...
J. E. Z. Me temo que me veíais como un pájaro raro... El caso es que el grupo se fue cohesionando cuando Armando López Salinas, muy aficionado a la pintura, empezó a escribir cuentos. Él fue el núcleo de ese grupo de jóvenes con aspiraciones literarias que impulsó lo que luego se dio en llamar el socialrealismo. El grupo existió literariamente gracias al apoyo de Rafael Vázquez Zamora, secretario del Premio Nadal y representante de la editorial Destino en Madrid. Una persona excelente.
A. F. Excelente, sí. En Destino fueron publicadas Central eléctrica, de Jesús López Pacheco, en 1958, y también mi primera novela, La piqueta. Y enseguida La mina, de Armando López Salinas, y luego La zanja, de Alfonso Grosso.
J. E. Z. Nuestro grupo supuso una innovación en la literatura que se hacía en España porque introdujo en ella una corriente contestataria, obrerista, muy crítica con los mecanismos sociales. Despertamos una gran curiosidad al principio.
A. F. Carlos Barral y José María Castellet vinieron desde Barcelona a conocernos a Armando y a mí. Yo les presenté a Juan García Hortelano. Ellos, animados por el ascendente que tenían escritores como Elio Vittorini o Vasco Pratolini, iban a la búsqueda de un modelo de literatura, como el que representábamos. Por otra parte, la editorial Seix Barral se situaba más a la izquierda que Destino, y representaba una apuesta de progreso y de apertura. Así que nos pasamos todos a Seix Barral. Allí publicó Fernando Ávalos su novela En plazo, en la que cometía la temeridad, o la ingenuidad, de nombrarnos a todos con motivo de una colecta obrera que tiene lugar en las últimas páginas ...
J. E. Z. Ávalos trabajaba de empleado en una zapatería. Su padre había sido fusilado. No sé cómo llegó él a nuestro grupo. Carlos Barral se lo llevó a Barcelona y le publicó esa novela. Su historia está llena de patetismo... Terminó por irse a Londres sin saber inglés, y luego se embarcó como camarero en un trasatlántico.
A. F. Yo creo que era reprimidamente homosexual. Su familia pasaba tanto miedo que un día, aprovechando su ausencia, su hermana le tiró la máquina de escribir a la basura. Una vez me dijo que alguien del partido le había recomendado que se contuviera de publicar porque él estaba destinado a ser un escritor 'funcional' cuando triunfara la revolución.
IGNACIO ECHEVARRÍA. La mayor parte de los escritores del grupo militaban en la resistencia antifranquista y pertenecían al Partido Comunista. Desde la dirección del partido, ¿recibían alguna directriz relativa a su tarea literaria?
A. F. En absoluto. Nunca intervino. Las relaciones en el mundo literario se daban al margen del partido. Por otra parte, Armando y yo tardamos algún tiempo hasta ingresar en él, si bien colaborábamos en diversas actividades. Por este lado, Zúñiga, que era mayor que nosotros, nos llevaba delantera. A ti se te atribuían toda clase de contactos. Además, tuviste una vivencia más adulta de la guerra.
J. E. Z. Sí. De hecho, el último año fui movilizado. La famosa quinta del cuarenta... Durante tres años, en el Madrid sitiado, yo había estado leyendo periódicos de izquierda y literatura revolucionaria, por mucho que mi padre era un hombre conservador... Así que cuando llega la posguerra yo ya llevo sobre mí una considerable carga tanto crítica como analítica...
A. F. Tú ya habías tomado partido. Nosotros, sin embargo, íbamos perdidos, lo fuimos tomando poco a poco. En mi recuerdo de aquellos años, lo peor no era el hambre, ni siquiera el miedo, lo peor era el despiste... La represión fue tan grande... Durante meses, se fusilaba a diario... A cientos...
J. E. Z. Era algo sistemático. Recuerdo la comitiva que acompañaba el cuerpo de José Antonio, llevado a hombros desde Alicante hasta El Escorial. A su paso por los pueblos, preguntaban si quedaba algún rojo, y fusilaban a cualquiera por nada, acaso porque en su día leía El Imparcial, que era un periódico de izquierdas.
A. F. La idea era imponer el terror. El miedo era inmenso. Y la cobardía. Recuerdo la huelga de tranvías. Parecía una heroicidad no subirse. Toda aquella gente acojonada...
I. E. En sus memorias habla de 'un compromiso emocional con los trabajadores, con los que evidentemente habían perdido la guerra, con los desheredados a los que el régimen temía tanto'... Más acá de la militancia comunista, ese compromiso parece venir dado por los orígenes humildes de buena parte de ustedes, por pertenecer a familias más o menos ligadas a la causa republicana...
A. F. El padre de José María y Jesús López Pacheco era republicano. El de Fernando Ávalos había sido fusilado. Yo, como Zúñiga, pasé la guerra en el Madrid sitiado. Éramos los niños de la guerra...
J. E. Z. Aquélla fue una generación muy dolida por la propia infancia. La infancia de las clases modestas era muy ardua. La mía fue una niñez tristísima, tan cargada de impotencia, de errores, de sufrimientos, que, a diferencia de otros, prefiero olvidarla. No amargar a nadie con su recuerdo. Lo que me contaban de la suya amigos míos de la clase obrera resultaba atroz. Aquélla era una realidad terrorífica. Y yo creo que es por el hecho de haberla observado, que nuestra literatura tenía una base ética. Tendíamos a sentirnos vinculados a los que sufrían, nos identificábamos con ellos antes que con los señoritos de la calle de Serrano, que entretanto se lo pasaban bomba.
I. E. ¿Su grupo mantenía contactos o relación con el que integraban, también en Madrid, los Aldecoa, Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Carmen Martín Gaite?...
A. F. Ellos eran anteriores, y no, apenas teníamos relación. Sabíamos unos de otros, pero a la distancia.
J. E. Z. Eran universitarios, gente más acomodada. Apenas hubo contactos. Pero, por supuesto, los leíamos, a menudo con admiración.
A. F. Ellos publicaron sobre todo en la Revista Española, y nosotros lo hicimos en Acento, cuyas puertas nos abrieron Carlos Vélez y Rafael Conte, que venían de la izquierda falangista.
I. E. ¿Y cómo reciben, en 1962, la publicación de Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos?
A. F. A mí me gustó. A él lo traté en algún momento, y me habló entonces de cómo iba a ser su segunda novela.
J. E. Z. Cuando la leí, yo me di cuenta enseguida de que estaba ante una novela importante, pero quedaba fuera de nuestra línea. Por supuesto que había de todo, pero nosotros teníamos constancia de que había también gente espléndida, de una gran talla moral. Hombres que trabajaban diez horas al día en una obra o en una empresa y luego asistían a reuniones, discutían, repartían octavillas... La visión de Martín Santos, con todo aquello de las ratas, me resultaba algo cínica. Me molestaba en él su actitud condescendiente hacia los de abajo, su humor a veces despiadado.
I. E. ¿Cuáles fueron los modelos literarios que ejercieron mayor influencia en el grupo?
J. E. Z. Se ha dicho con alguna ligereza que fuimos influidos por el Cela de La colmena, pero lo ignoramos por completo. A quien leía éste con gran interés era a Faulkner...
A. F. 'Ferrelkner', me llegaron a llamar...
J. E. Z. ...y naturalmente a Dos Passos. Y a los italianos, que nos instigaban a leer Castellet y Barral. Y también a los escritores del nouveau roman: Robbe-Grillet, Butor, Duras...
I. E. ¿Padecieron problemas de censura?
J. E. Z. Ése era un problema que yo creo que más bien se eludía. No recuerdo intromisiones graves.
A. F. De La piqueta no tocaron ni una palabra. Pero cuando nos pasamos a Seix Barral, Vázquez Zamora me advirtió que las cosas cambiarían, dado el izquierdismo de la editorial. Y así fue. Mi novela El regreso del boiras fue prohibida por Robles Piquer, y tardó varios años en ver la luz.
I. E. Tengo la impresión de que su relación con Seix Barral, y más ampliamente con Barral, Castellet y los miembros del grupo de Barcelona, tiene mucho de espejismo y de malentendido...
J. E. Z. Es cierto que en Seix Barral mantuvieron hacia nosotros una actitud más distante y circunspecta que la de Destino...
I. E. Parece como si ellos hubieran viajado a Madrid poco menos que de safari, a la caza del 'escritor obrero', imbuidos por las tesis que por aquellos años suscribieron el propio Castellet o Juan Goytisolo en libros como La hora del lector y Problemas de la novela. Y parece como si, muy pronto, de vuelta de aquellos entusiasmos pasajeros, no vieran qué hacer con lo que, al soplo de los nuevos aires, empezaba a arderles entre las manos como una patata caliente.
J. E. Z. Recuerdo un primer comentario de Barral en que me vino a decir que los editores europeos le comentaban que eso del realismo social no interesaba, que no se vendía.
I. E. ¿Se sintieron en algún momento traicionados?
A. F. Me fui al exilio antes de eso.
J. E. Z. No. Se trató más bien de un distanciamiento. Estaba, además, García Hortelano, que sirvió de nexo entre los dos grupos.
A. F. García Hortelano fue, de hecho, su gran descubrimiento. Su trayectoria en Seix Barral, a partir del Premio Biblioteca Breve, lo destaca de todos nosotros. Era un hombre simpatiquísimo, que los tenía a todos conquistados con su ingenio.
J. E. Z. Él mismo se sorprendía de eso. Pero es verdad que era un hombre de una gracia asombrosa...
I. E. ¿Y no hubo, en ese distanciamiento del que hablamos, una cierta incompatibilidad de estilos? Me refiero ahora a la muy distinta extracción social y cultural, en relación a ustedes, de Barral y de su grupo.
J. E. Z. Algo hay de eso. En un artículo publicado en Ínsula, Jaime Salinas escribía con cierta condescendencia sobre nuestro grupo recordando cómo éramos para ellos 'los bebedores de café con leche'. Y es que en nuestras reuniones en el hotel Suecia, cuando los de Barcelona llegaban a Madrid, ellos siempre pedían ginebra y a nosotros, dada la hora (solía ser a media tarde, o por la mañana, y llevábamos el estómago vacío) no se nos ocurría pedir otra cosa, es verdad, que café con leche.
A. F. Debíamos resultarles algo cutres.
J. E. Z. Quizá echaban en falta un poco de glamour. El caso es que nos trataban con alguna displicencia.
I. E. Y luego vino aquello de 'los escritores de la berza'...
A. F. Yo sé quién nos lo puso. Fue uno de los de nuestro propio grupo, Antonio Bernabéu. Lo dijo en broma.
J. E. Z. Quien lo difundió, de todos modos, fue Santos Fontela. Yo creo que lo hizo sin mala intención. Pero la etiqueta prosperó, sobre todo cuando empezaron a intensificarse las actitudes críticas hacia lo que representábamos.
I. E. La renovación del realismo crítico a partir sobre todo de Martín Santos, la evolución personal de buena parte de quienes -como los Goytisolo, o como el propio García Hortelano- empezaron escribiendo desde los postulados realistas, la irrupción de Benet, el barrido general que supone el boom de los hispanoamericanos... Aun antes de todo esto, parece como si su grupo hubiera emprendido su propia disolución a través del exilio...
J. E. Z. Así fue. Jesús López Pacheco tomó la decisión dramática de trasladarse a Canadá, prácticamente a la aventura; tengo entendido que la suya allí fue una experiencia durísima. Fernando Ávalos, ya lo hemos dicho, se va primero a Londres y luego desaparece en un barco, de camarero. Y tú, Antonio, te marchas a México para luego ir peregrinando de una a otra universidad norteamericana. Por lo que cuentas en tu libro, fue también una experiencia amarga.
I. E. ¿Las razones fueron políticas o económicas?
A. F. Económicas. A Armando y a mí nos pusieron en situación de tener que abandonar el laboratorio en que trabajábamos. En cuanto a Jesús, no podía mantener a su familia. Yo me fui a México animado por Max Aub, a quien un conocido mío había escrito preguntándole si tenía posibilidades de abrirme camino allí.
I. E. Y usted, Juan Eduardo, se sume en un prolongado silencio...
J. E. Z. Poco a poco me fui distanciando de la opción estética que había representado nuestro grupo, cuyos postulados fui yo el que menos compartió, dada mi inclinación personal hacia una literatura más simbólica. Como también me fui distanciando del partido. En ello tuvo que ver la patente falta de eficacia...
I. E. ¿Y qué balance hacen de lo realizado?
J. E. Z. Incluso desde el punto de vista estilístico, aquellos escritores eran muy dignos, tanto si se les compara con lo que se hacía entonces en España, como si se les compara con lo que se hace ahora. Una novela como Central eléctrica, de Jesús López Pacheco, está cargada de buena literatura. Me parece a mí que los ataques recibidos respondían sobre todo a motivos ideológicos.e llegó a sugerir que tratábamos de imponer normas y establecer censuras, lo cual es un disparate. Cuatro gatos que nos dedicábamos a tomar café con leche en Madrid, qué íbamos a hacer.
A. F. Ellos, nosotros, todos fuimos hijos de nuestra época, todos somos seres perdidos. Ésa es la verdad. Si alguien supo contarlo bien, eso será literatura, y si no, pues no lo será.
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