Negros en Sevilla
Hace un par de años, Alberto Rodríguez y su colega Santi Amodeo (aquí, asistente de dirección y guionista) sorprendían con una película desinhibida, El factor Pilgrim, en la que contaban historias (pasablemente autobiográficas) ambientadas en Londres. También los extranjeros protagonizan esta película, sólo que con variaciones de peso: no es Londres, sino Sevilla, y no son blancos, sino un negro guineano, Patricio, extrañamente asociado con un pícaro a quien todos llaman Pan con Queso (Manuel Morón: excelente trabajo el suyo). Pero lo que equipara a las dos es su nexo temático: también aquí se trata de sobrevivir en condiciones adversas, echando mano del ingenio, como en Nueve reinas o en cualquier otra película de estafas.
EL TRAJE
Director: Alberto Rodríguez. Intérpretes: Eugenio José Roca, Manuel Morón, Vanesa Cabeza, Mulie Jarjú. Género: comedia, España, 2002. Duración: 102 minutos.
Pero Patricio no es un delincuente, ni mucho menos: él sólo quiere entender por qué se mete en líos. Y tiene un problema: otro africano le ha regalado un traje flamante, que como ocurría también en una vieja película de Tom DiCillo, Johnny Suede, con un par de zapatos azules que caían en manos de Brad Pitt, le cambiará la vida... y no siempre para bien. Habrá quien no entienda por qué va tan bien vestido, habrá quien lo confunda con otro.
La película de Rodríguez se reviste de un tono amable para hablar de cosas graves -el racismo, la subsistencia de los inmigrados en las ciudades españolas-, sin perderle nunca la cara al género al cual está inscrita, la comedia. Es, lo adivinó el lector, una película nada ampulosa, sino bastante a ras de tierra, de un humor comedido que rara vez llega a la carcajada, pero que despierta durante buena parte de su desarrollo una fraternal sonrisa.
No pasará a los anales por ser una película formalmente rupturista (no tiene ni siquiera el aire de producto indie que exhibía sin tapujos El factor Pilgrim), pero muestra unas maneras sobrias, está razonablemente narrada y se sigue siempre con interés. Y al final, como no podía ser de otra manera, también tiene su moraleja: la amistad puede estar al alcance de cualquiera y sólo vale aquello que ha costado algún esfuerzo... una lección compartible en tiempos de pelotazo fácil y ética de escaparate.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.