Disuasión
Para paliar los crónicos e insolubles problemas de aparcamiento en el centro de Madrid, sesudos técnicos municipales han pintado unas alegres rayas verdes sobre las calzadas, tal vez con la esperanza supersticiosa de que este color, con tan buena prensa, dé mejores resultados que el azul, el blanco, el rojo o el amarillo de anteriores iniciativas. Las franjas verdes se combinan para ser efectivas con los nuevos parquímetros, insaciables robots tragaperras que se plantarán en las aceras como un elemento más en el abigarrado mobiliario urbano de la ciudad. En su ingeniosa y audaz concepción del urbanismo, los técnicos han llegado a la conclusión de que si se prescinde absolutamente de los viandantes, en las aceras aún caben más cosas, más bolardos, más contenedores de basura, más andamios, incluso alguna papelera que otra y arbolitos que no dejan ver el bosque, la jungla municipal y espesa de las calles del centro.
Con los parquímetros no se solucionarán los problemas de aparcamiento de los vehículos, pero se incrementarán los problemas de movilidad de los peatones. Con este sistema, el Ayuntamiento 'cree que disuadirá a unos 120.000 vehículos de entrar en el centro de la ciudad'. Por lo visto, el Ayuntamiento piensa que es más fácil dialogar directamente con los automóviles que hacerse entender por sus conductores, mucho más reacios a dejarse disuadir de llevar sus vehículos a cualquier parte que les venga en gana y a dejarlos tirados en cualquier sitio.
A cualquier ciudadano de a pie se le ha ocurrido más de una vez que el tráfico de Madrid mejoraría sensiblemente si los técnicos del Ayuntamiento utilizaran toda su fuerza de disuasión para luchar contra la doble o triple fila, arraigada, emblemática, idiosincrática costumbre de los aurigas madrileños que sume en la perplejidad, la estupefacción y la envidia mal disimulada a sus colegas foráneos.
Las ideas de los ciudadanos de a pie son pedestres, como su propio nombre indica, y el Ayuntamiento hace muy bien en ignorarlas; es posible que los parquímetros no contribuyan a una sensible mejora del caos circulatorio, pero mientras tanto hacen dinero, contante y sonante, para el Ayuntamiento contratante y para la empresa privada que los gestiona. Ya que no podemos arreglar el tráfico, al menos saquémosle una pasta.
Si el Ayuntamiento consiguiera disuadir a los 120.000 vehículos, y con ellos a sus conductores y ocupantes, el centro de Madrid recibiría muchas menos visitas, lo que obraría en perjuicio de sus comercios y centros de ocio, que no viven precisamente sus mejores momentos.
Por supuesto, la peatonalización de ciertas áreas urbanas y la existencia de una red de transporte público, fiable,cómoda y barata podrían parecer ideas afortunadas, pero no nos equivoquemos, esta vez no son ideas pedestres, sino utópicas. La palabra peatonalización no sólo suena mal fonéticamente hablando, sino que produce reacciones casi alérgicas en los sectores peatonalizables, sobre todo entre los comerciantes. El hecho de que en otras ciudades, grandes y pequeñas, nacionales y extranjeras, los comercios se hayan beneficiado de la peatonalización, no acaba con sus reticencias. Con sus reticencias suele acabar el cartel de se vende o se traspasa y el logotipo de una nueva franquicia.
Si la campaña de los parquímetros no surte el efecto deseado, el Ayuntamiento tendrá que idear otras formas de persuasión más eficaces, tal ver acordonar el perímetro del centro en determinados horarios con policías antidisturbios, que impresionan más, o construir un foso que sólo se pueda atravesar mediante puentes levadizos.
Los parquímetros son monolitos oscuros, objetos totémicos, pequeños menhires, consagrados al culto de una insaciable deidad recaudadora, disfrazada de ente disuasorio, que rechaza a conductores con magros recursos económicos expulsándolos fuera de la ciudadela que marcan las alegres franjas verdes.
Madrid, ciudad disuasoria, en la última etapa del maquiavélico plan, la zona verde incluirá toda la urbe, legiones de parquímetros guardarán sus fronteras, y en sus puertas, ángeles exterminadores con espadas de fuego ahuyentarán a los intrusos que quieran colarse en tan peculiar paraíso.
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