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Columna
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¿El primer Estado posislamista laico?

Andrés Ortega

Puede parecer una contradicción. Más aún si se trata del país que hizo la revolución islámica, Irán. Y, sin embargo, es la posibilidad que puede representar su actual presidente, Mohamed Jatamí, que empieza hoy una visita oficial a España, preparada con mal pie protocolario. Jatamí no es la mejor, sino la única esperanza para Irán, aunque su futuro no está asegurado y, de hecho, este impulsor del 'diálogo de civilizaciones' desde su discurso ante la tumba de Goethe en Weimar, busca fuera apoyo para fortalecerse dentro. La inclusión de Irán en el eje del mal de Bush -otra diferencia con Europa- no favorece a Jatamí, sino a los conservadores.

Lo que está ocurriendo en Irán es una de las experiencias más apasionantes del mundo moderno, de lo que el sociólogo estadounidense Peter Berger llama 'visiones de una modernidad alternativa islámica'. De lo que ocurra con Jatamí pueden depender otras experiencias, incluso en ese Estado socialmente islámico pero constitucionalmente secular que es Turquía, en el que, sin embargo, pueden ganar las elecciones del 3 de noviembre unos islamistas que se han renovado, y ya no hablan de sus minaretes como 'bayonetas', sino de libertades y de integración en una Europa que no quiere a los turcos dentro. Si las presiones de los militares alejan a estos islamistas del sistema, la difícil relación entre islamismo y democracia quedaría dañada.

Quizás Irán pueda mostrar una vía propia hacia la modernización (que no occidentalización). Ehsan Naraghi, hoy consultor de la Unesco, que conoció al sha, vivió las cárceles de la revolución islamista y hoy apoya a Jatamí, cree que Irán puede convertirse en el 'primer país laico del mundo musulmán'. En Irán, las libertades están recortadas, y el peso del clero conservador oprime. La lapidación de adúlteras sigue siendo una regla, y las mujeres en la calle han de llevar el atuendo musulmán. Ahora bien, otra cara de la realidad iraní es que, en contraste con los tiempos del sha, hoy en las universidades iraníes estudian más mujeres que hombres, y están más integradas en la vida profesional.

Jatamí (reelegido con un 77% de los sufragios en 2001) despertó enormes ilusiones, pero ha defraudado y su indefinición entre los conservadores y los reformadores le ha hecho perder pie en una sociedad compuesta en más de la mitad por jóvenes que no conocieron la revolución de 1979. Se puede ver superado por la ola social. Sabe que no puede ya navegar como un corcho, sino que tiene que plantarle cara al clero conservador, en particular al Consejo de los Guardianes (formado por seis mulás y otros tantos juristas, nombrados por el ayatolá Jamenei, poder teocrático y real) que, frente a Jatamí, ha hecho un mayor uso de su derecho de veto religioso sobre la vida del país, al echar atrás leyes mandadas por el Parlamento, cribar las candidaturas en unas elecciones que tienen una cierta pluralidad y controlar la justicia de forma represiva. Finalmente, el verano pasado Jatamí planteó un pulso a los Guardianes al exigir la aprobación de dos leyes: una para aumentar los poderes del presidente y otra para poner fin al poder de veto del Consejo sobre los candidatos a elecciones. Si el Consejo de los Guardianes acaba vetando estas leyes, Jatamí puede hundirse, dimitir o provocar una explosión social. En esas dos leyes se juega mucho futuro Irán -donde la separación entre Estado y poder eclesiástico sería factible- y el conjunto del magma islámico.

Aunque quizás tenga razón el ministro de Exteriores británico, Jack Straw, diputado laborista por un distrito electoral (Blackburn) que tiene 23 mezquitas y 25.000 musulmanes, cuando sostiene (Prospect, octubre de 2002) que pronto veremos en Europa partidos de Democracia Islámica, como, no hace tanto tiempo, surgieron de Democracia Cristiana. Si no lo logra en Irán o en Turquía quizás es en Europa donde el multifacético islam encuentre vías propias a la modernidad.

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