Escenarios
Esta semana el viento de la historia parece soplar de nuevo a favor de los socialistas. ¿Acertarán a emprender el rumbo hacia la recuperación del poder que tan justificadamente merecieron perder? Existen algunos signos que así podrían anunciarlo, dada la coincidencia estos días del triunfo de Zapatero en el debate presupuestario, los actos de conmemoración de la histórica victoria de González y la presentación pública del futuro programa socialista. Todo lo cual ha cogido desprevenido al partido en el poder, cuya lucha sucesoria le impide sobreponerse al rosario de errores que viene cometiendo. Es verdad que Rato ha osado rectificar el decretazo de Aznar, sacrificando quizá su chance sucesoria. Pero con sus demás fracasos este Gobierno ofrece múltiples flancos para el ataque, a lo que se añade la torpeza de su presidente saliente, que estropea todo cuanto toca. Ni siquiera se atrevió a dar la cara ante el sobrado Zapatero, abandonando a su suerte al pobre Montoro. Lo que prueba que las mayorías absolutas siempre caen en la trampa de infravalorar al líder de la oposición.
Pero no lancemos las campanas al vuelo. Para que el liderazgo de Zapatero se consolide debe ofertar un buen guión: un programa creíble de cambio. La política no es sólo cuestión de casting -por necesario que sea para ocupar el escenario mediático-, pues además hace falta narratología: una buena historia que contar. Y en este sentido todavía no sabemos cuál será el guión de Zapatero. González ascendió al Olimpo y lo monopolizó 10 años con un guión sólo fundado en el cambio por el cambio, que no abandonó hasta que los ciudadanos dejaron de creerle. Aznar ganó el poder con su caza de brujas felipistas, luego lo blindó con la épica de la reconquista nacional, y hoy reedita el cuento de los tres príncipes aspirantes a sucederle. Pero ¿qué historia tiene Zapatero? ¿La del cuento de la lechera, que primero gana Madrid, después la Generalitat y por último La Moncloa?
Para ser justos con el equipo de Zapatero, debe reconocerse que sus guionistas están haciendo los deberes, pues sin duda su escenario (que es como los franceses llaman al guión cinematográfico) no se reduce al éxito improbable de la lechera. A este respecto comienzan a aparecer algunos argumentos sólidos y contundentes, sobre los que se deberá profundizar en el futuro. Los jóvenes, pues el grueso de los babyboomers todavía no ha logrado emanciparse ni formar familia. Las mujeres, triplemente victimizadas por la quiebra del tejido familiar, por la escasez del empleo femenino (el más bajo de toda Europa) y por el envejecimiento demográfico, que las obliga como cuidadoras forzosas a suplir la carencia de protección pública de la vejez. Los inmigrantes -hoy ya imprescindibles por su trabajo, su fecundidad y sus cotizaciones a la Seguridad Social-, con más hincapié en la gravísima escasez de servicios sociales, necesarios para favorecer su integración, que en la inseguridad ciudadana. Y los servicios públicos (educación, salud, servicios sociales), hoy estrangulados por la falacia del déficit cero, pero que constituyen el gran yacimiento de empleo futuro con el que integrar a jóvenes, a mujeres y a inmigrantes.
Así que además del casting ya tenemos argumentos con los que urdir la trama del guión. Pero ¿cómo articularlos entre sí, componiendo un esquema narrativo unitario que actúe de hilo conductor? Pues si no hay historia, el relato queda fragmentado como las películas de carretera (road movies), que se descomponen en una mera sucesión de episodios inconexos entre sí. Esas ideas-fuerza antedichas están muy bien, pero parecen demasiado coyunturales, sin definir un verdadero proyecto de izquierdas. Por eso precisan más labor de guionista, para enlazarlas en busca de su mejor desenlace, luchando por ganar un merecido final feliz. ¿Qué haría falta para construir un guión así? ¿Quizás alguna explicación de por qué se hundió la izquierda en España, capaz de salvar el abismo generacional que separa a quienes votamos el cambio del 82 de quienes hoy no encuentran a quién votar?
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