Letras y gambas
El lunes 21 de octubre, a eso de las 18.30 me hallaba frente al Ayuntamiento, donde media hora más tarde se iba a hacer entrega de la medalla de oro de la ciudad (al mérito artístico) a mis buenos amigos Josep Maria Espinàs, Juan Marsé y Terenci Moix.
Al ir a cruzar la puerta, una azafata me preguntó a dónde iba. Le respondí que al acto de entrega de las medallas. Entonces, la azafata me preguntó si tenía invitación, se la mostré y me invitó a pasar. Había llegado con media hora de antelación porque me temía que el acto estaría concurridísimo y sería difícil hallar un asiento (el acto estaba anunciado en el salón del Concejo). Pero no: cuando llegué apenas había unas treinta y pico de personas y, al finalizar el acto, pude percatarme de que los dos bancos del fondo del salón permanecían vacíos. En otras palabras, que el salón no se llenó. Que tres primerísimas figuras de la literatura (y del periodismo; de los periódicos, de la radio y de la televisión, en el caso de Espinàs y Moix); que tres escritores popularísimos, que entre los tres abarcan 50 años de la literatura de este país, en catalán y/o en castellano; tres escritores premiadísimos, no consiguieran que se llenase el salón, que se abarrotase de gente el salón, es algo que da que pensar, y más tratándose de una ciudad como Barcelona, 'ciudad de letras, de escritores, de editores, de lectores, de librerías, de periódicos...', como dijo en su parlamento el concejal de Cultura, Ferran Mascarell.
Es evidente que algo no funcionó aquel día. El qué no lo sé. Tal vez no se invitó a todo el mundo que había que invitar, pero lo cierto es que entre los asistentes al acto abundaban los familiares y amigos íntimos de los galardonados y se echaba en falta una larga, larguísima lista de profesionales del mundo de las letras y del periodismo. Y no me refiero a los tres o cuatro colegas que se la tienen jurada a tal o cual de los galardonados; me refiero a fulano, a mengano y a zutano, a todos aquellos -y son muchos- que aprecian la obra de los tres escritores, o de uno en concreto, y públicamente los reconocen como maestros. Y no sólo faltaban los escritores y los periodistas, faltaba la clase política: junto al alcalde Clos, en la presidencia del acto, los tenientes de alcalde Núria Carrera y Jordi Portabella, el concejal de Cultura, Ferran Mascarell, y la de Educación, Marina Subirats. Y basta. ¿Dónde estaban Josep Piqué, Pasqual Maragall, Xavier Trias...? Se me olvidaba que la cultura apenas pesa en los programas electorales (a menos que Clos quisiera la fiesta para él solo: un pajarito me dijo que la idea de galardonar a los tres magníficos salió de la alcaldía, y no de Cultura).
El protocolo del acto era viejo y dejaba mucho que desear. En vez de escoger a tres personajes para glosar la obra de los tres galardonados, hubiese sido mejor que uno solo glosase la obra de los tres. Puntos comunes -la ciudad, sin ir más lejos- no faltan. Así nos hubiésemos ahorrado el profundo y monocorde discurso del académico Gimferrer, el cual, entre Byron y Chatterton (Thomas Chatterton, poeta inglés del siglo XVIII, que se suicidó a los 18 años), más que homenajear a la obra de Terenci Moix parecía que pronunciase su elogio fúnebre.
La cosa se puso divertida -por llamarla de algún modo- cuando Oriol Bohigas, hablando de Josep Maria Espinàs, sacó a relucir su 'fidelitat a la llengua i al país'. No podía ser más oportuno, sobre todo teniendo en cuenta que, en su día, Terenci fue tildado de 'traidor' por pasarse al castellano y que Marsé ha escrito toda su obra en esta lengua. ¿O es que acaso Marsé no se ha sentido siempre fiel al país (al de su padre, Pep Marsé, que le enseñó a 'combinar la concienciación con la escalivada') escribiendo en castellano? La frase de Bohigas sonaba algo vieja y gratuita en ese acto, y más teniendo en cuenta lo que escribió Moix: 'Curiosament, si la nostra literatura s'ha salvat, si alguna cosa ens atreu d'ella, no és l'abnegació, sinó el talent; no és la resistència, sinó el geni. I si algú s'escandalitza d'aquesta afirmació, que passi llista, sisplau, dels autors catalans que, avui, ens interessen, i em donarà, probablement, la raó'. Y Espinàs ocupa un lugar destacado en esta lista.
En cuanto al homenaje que el profesor Lluís Izquierdo hizo de la novelística de Marsé, se me antojó, eso, un tanto profesoral, más propio de una aula universitaria que del salón municipal, aunque he de agradecerle que silenciase las palabras que Marsé dedica a Barcelona en La oscura historia de la prima Montse: 'La hermosa ciudad apestada, Barcelona, capital del desamparo emigrante, cortesía de archivo y de este sutil refinamiento de preclaros mamarrachos que se ha dado en llamar seny'. Al alcalde Clos podría haberle dado un patatús.
Lo mejor: el bufé. Había botellas de Jack Daniel's y de ginebra Bombay. ¡Y canapés de gamba! La próxima ocasión, prescindan de las invitaciones y decreten la entrada, la barra libre. Una vez al año, una gamba no hace daño (¡piensen en las elecciones!).
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