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Tribuna
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Una victoria sin sorpresa

La victoria del PSOE el 28 de octubre de 1982 no causó sorpresa en los países europeos, pero sí sorprendió la amplitud de la victoria. A partir del verano de 1982, después del claro triunfo socialista en las elecciones al Parlamento andaluz, en las capitales europeas ya se daba a Felipe González como casi seguro jefe del próximo Gobierno español. Sin embargo, la mayoría de los observadores extranjeros tenía por más probable un futuro Gobierno de coalición del PSOE con la UCD, liderada entonces por Landelino Lavilla, o quizá con el CDS de Adolfo Suárez.

El intento de golpe de Estado a sólo año y medio de las elecciones de octubre de 1982 asustó a bastantes europeos, que habían podido ver casi en directo por sus televisores las imágenes del asalto al Congreso de los Diputados, y les hizo dudar de la estabilidad de la nueva democracia española. Movimientos sospechosos dentro de las fuerzas armadas fueron detectados hasta pocos días antes del 28 de octubre.

El PSOE y sus líderes eran conocidos en Alemania antes de que el partido fuera legal

Una victoria socialista -se pensaba al otro lado de los Pirineos- podría ser la 'prueba de fuego' para la España democrática. Las bienintencionadas declaraciones de apoyo de políticos extranjeros a favor de los partidos democráticos españoles se repitieron en los días que precedieron a la fecha de las elecciones. La pregunta '¿van a aceptar los militares un Gobierno socialista?' dominaba los comentarios y los debates sobre España.

Se recordaba que el PSOE había sido el partido más importante de la II República y que sus militantes fueron duramente perseguidos por la dictadura del general Franco. El hecho de que la gran victoria del 28-O y la asunción del poder por el partido socialista no provocara ninguna reacción peligrosa en las fuerzas armadas, ni movimientos de la extrema derecha en la calle, tranquilizó a los más escépticos en Europa, e incluso se llegó a la conclusión de que con el Gobierno socialista podría haber terminado el proceso de transición. Las primeras declaraciones y medidas del Gobierno González en el tema militar tuvieron un eco muy favorable en las capitales europeas y fortalecieron la confianza en el futuro de la democracia española.

El interés por la transición y el futuro político de España fue especialmente grande en la República Federal de Alemania. Seguramente por varias razones: los alemanes habían salido -y no hacía mucho tiempo- de una dictadura hacia una democracia que funcionaba bastante bien. El Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) apoyaba, ya durante el franquismo, a grupos y partidos clandestinos del campo socialista y, a partir de los congresos de Toulouse y Suresnes, consideraba al PSOE como su aliado oficial. En los últimos años de la dictadura, el ala sindicalista de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) contactó con grupos democratacristianos de la oposición española.

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Un papel, sin duda, importante fue el que desempeñó la prensa alemana. Ya en los últimos años del franquismo algunos periódicos de ámbito nacional dedicaban a España tanto espacio como a otros grandes países europeos. Los dos canales de la televisión pública mantenían entonces delegaciones permanentes en Madrid. Tanto en el último periodo de la dictadura como en toda la transición hubo en España bastantes más corresponsales alemanes que de cualquier otro país del mundo. Entre ellos, algunos que prestaron mucha atención a los grupos de la oposición clandestina, y más tarde, lógicamente, a los partidos democráticos.

Así pues, el PSOE y sus líderes eran bien conocidos en Alemania incluso antes de que el partido fuera legalizado. Sobre Felipe González algunos grandes periódicos extranjeros informaron ampliamente por primera vez después de que unos pocos corresponsales nos encontráramos con él en Madrid. González era ya entonces primer secretario del PSOE, pero, como el encuentro se celebró todavía durante la dictadura, se organizó con bastantes precauciones en el reservado de un restaurante de toda confianza.

Para los socialdemócratas alemanes fue muy importante la aparición de González y de algunos otros dirigentes del partido en el Congreso del SPD de noviembre 1975, en Mannheim. La participación de González fue dudosa hasta el último momento, cuando por fin el Gobierno español le entregó un pasaporte, solicitado con insistencia por el Gobierno alemán. Felipe González y Willy Brandt se entendieron enseguida y se hicieron grandes amigos.

Helmut Schmidt, sucesor de Brandt en la Cancillería, apoyó decididamente al partido socialista y a Felipe González. Hans Matthöfer, diputado especializado en temas de España y más tarde ministro de Hacienda del Gobierno de Schmidt, recomendó a Brandt y a la dirección del SPD la estrecha colaboración con el PSOE, sobre todo después del proceso de renovación de este partido.

Por iniciativa de Matthöfer, y con el dinero de los sindicatos alemanes, sobre todo de IG Metall, se fundaron publicaciones en español y sobre España y un servicio de prensa con información de grandes periódicos europeos que en la España de Franco no se podía publicar. Sindicatos y organizaciones juveniles de algunos partidos alemanes recogieron dinero en sus reuniones bajo lemas como 'para la libertad en España' o 'para los demócratas españoles'. El apoyo, también financiero, a partidos amigos perseguidos en dictaduras era y es una práctica normal dentro de los partidos democráticos alemanes.

Ya poco después de la muerte del general Franco, la Fundación Friedrich Ebert, cercana al SPD, envió a España a uno de sus más conocidos representantes, Dieter Koniecki. Aquí organizó numerosos congresos, seminarios y encuentros entre políticos, sindicalistas y empresarios de los dos países, y aquí sigue aún ahora. El trabajo de las fundaciones políticas alemanas fue financiado por el Ministerio de Cooperación y Desarrollo a cargo del presupuesto del Estado alemán, es decir, de los contribuyentes alemanes.

En el otoño de 1982, la clase política alemana estaba bien informada sobre el PSOE y sus líderes. Así pues, la victoria de este partido suscitó más esperanzas que preocupaciones. Tampoco en el centro-derecha alemán había miedo a una victoria socialista en España. Políticos del ala sindical de la democracia cristiana se declararon incluso a favor de una victoria del PSOE, esperando de un Gobierno socialista con amplia mayoría las reformas que, en España, al contrario de otros países europeos, aún estaban por hacer. Poco antes de la victoria socialista en España, el democristiano Helmut Kohl sucedió en Alemania al canciller Schmidt. Kohl y González llegaron muy rápidamente a un buen entendimiento, gracias a las ideas comunes y a la colaboración estrecha en política europea. Los dos apostaron decididamente por una rápida unión política de Europa.

Un tema quedó sin aclarar en los primeros años del Gobierno González, la permanencia o la no permanencia en la OTAN. No es ningún secreto que casi todos los países vecinos preferían que España continuara en la Alianza Atlántica, incluso Francia, un país que no participaba en la estructura militar de la OTAN. La victoria de González en el referéndum, con la oposición de los conservadores, aumentó todavía más su prestigio en los distintos grupos políticos de Europa. La famosa política de la 'ambigüedad calculada' -referida a la relación entre la permanencia en la OTAN y el ingreso en la Comunidad Europea- encontró el reconocimiento de políticos alemanes como Kohl y Hans-Dietrich Genscher. Los largos años que gobernaron simultáneamente Felipe González en España y Helmut Kohl en Alemania -políticos de campos ideológicos distintos- fueron en la historia moderna la época de relaciones más intensas y más amistosas entre estos dos países.

Walter Haubrich fue corresponsal en Madrid del Frankfurter Allgemeine Zeitung desde 1969

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