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Columna
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Pícaros de hoy

La novela picaresca constituye un género netamente español, tal vez la mayor aportación nacional, sin exclusiones, a la Literatura Universal. Probablemente pícaro venga de picar como sugiere en su diccionario María Moliner. Los pícaros pican, picotean de acá y de acullá para procurarse el sustento; los pícaros son gentes de vida irregular y disipada que viven a salto de mata y se nutren del ingenio, desarrollado por la necesidad, para arrimar el ascua a sus famélicas sardinas. Pícaros llamaban a los pinches de cocina en el siglo XVI y a los picadores de toros que andaban desocupados y buscándose la vida fuera de temporada, y pícaro equivale, volvemos a doña María, a golfo, granuja, pillo y sinvergüenza.

Ésos eran los pícaros de antes, los de ahora, sin renuciar a sus títulos de gloria, han convertido el cervantino y sevillano patio de Monipodio, en una universidad que expide sus masters en la materia y en la que los aspirantes a Rinconetes y Cortadillos aprenden a transformar esa artesanía en industria haciendo sus golferías, pillerías, granujadas y sinvergonzonerías a gran escala. El timo de la estampita, esa joya de la picaresca con hechuras de sainete que aún ofrece sus representaciones callejeras, ha sido enriquecido, mejorado y ampliado sustituyendo los recortes de periódico por otros papeles, certificados, bonos, acciones, que también aparentan ser dinero y no lo son.

Manuel Vidal, periodista, escritor y doctor en tauromaquia y picaresca, publica Lo que hay que tener, su primera novela, y la editorial la presenta como la primera novela picaresca del siglo XXI pero en realidad se trata de la última novela picaresca del siglo XX porque la picaresca de hoy no es materia para novelas, magníficas como ésta, que presenta a un trasunto de Hemingway en el Madrid de finales de los cincuenta, empeñado en escribir una novela sobre la picaresca del mundo de los toros o, más específicamente, de los toreros, o aún mejor, la novela de un banderillero pícaro más hábil con el sable que con los palitroques, un sablista sevillano de la cuadra de Monipodio, tataranieto de los antiguos pícaros, que en un momento de lucidez y orgullo le espeta al escritor yanqui, fanfarrón y alcoholizado: 'Y otra cosa le digo: tiene más mérito haber sobrevivido en la Sevilla de la posguerra que ganar el Premio Nobel'.

Lo que hay que tener, tataranieta de las antiguas novelas picarescas, tiene en sus páginas un fértil anecdotario que se denota fruto de una exhaustiva investigación y de un prolongado trabajo de campo.

Alguna de esas anécdotas se la oí contar como propia a Vidal en el aula abierta de las tertulias del Gijón, sucedidos como el del lazarillo del siglo XX que se hizo con una cuchara de madera para robarles la sopa a los ciegos del plato sin delatarse con el ruido. Recuerdo que Vidal situaba la acción en El Saúco, un restaurante de la calle de Prim, esquina con Conde de Xiquena, junto a las oficinas de la ONCE, al que solían acudir los vendedores de cupones.

Cerca de la ONCE y cerca del Café Gijón de Recoletos, Manolo Vidal, con su cuchara de madera, bebía la sopa boba de la bohemia, que es como se llama la picaresca cuando se le echan teatro y literatura. Catedrático, hoy decano, en la universidad de puertas abiertas y café con leche del Gijón, Pedro Beltrán, poeta de labia y enjundia, se asomaba el domingo a las páginas de Cultura de este periódico con motivo de la presentación de otro libro, libro-disco, porque los poemas de Beltrán están hechos para ser recitados de madrugada con la voz rota y vinosa, aunque en este caso las voces las pongan Agustín González, Juan Diego o Gabino Diego.

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La picaresca de hoy no da para novelas ni poemas, sino para enormes mamotretos de legajos escritos en lenguaje judicial. En el Ayuntamiento madrileño, presidido por un paisano de Monipodio, se inventaron el funesto timo de Funespaña y jugaron con nuestros muertos; en el Ayuntamiento de Madrid dejaron compuestos y sin cursillos de formación a los presos, los decentes robaron a los delincuentes. La picaresca de hoy es la que ha creado 36.000 empresas-fantasma, los pícaros son empresarios, los pícaros son, cuesta escribirlo, sindicalistas que escamotearon el dinero de los parados. No son historias picarescas, sino atestados de juzgado de guardia.

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