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Columna
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Perspectiva

París bien vale una misa y si se celebra en Fontainebleau por un sacerdote de raza negra, acompañado por los cánticos de un coro ancestral en la iglesia de San Luis, tiene el valor de aportar el testimonio de una época. Cuando la atmósfera se convierte en irrespirable es recomendable cambiar de aires y desde la distancia contemplar los acontecimientos en perspectiva.

En Lyón, desde el monte de Fourvière, se observa la grandeza de la ciudad surcada por dos ríos -el Ródano y el Saona-. El Museo textil que conecta con las raíces de la seda valenciana, con telares y utensilios que se acercan al tiempo presente con los acabados de Hermés. Más arriba, en la Borgoña, los meticulosos grabados recogen la colección de los tapices de los reyes de Francia. Lyón es la ciudad de las fuentes y las plazas. Estos enclaves ayudan a clarificar el nivel social de los habitantes a partir de impresionantes conjuntos escultóricos y los enormes engañifas -trompe oeïls- que decoran las fachadas ciegas de los edificios, convirtiendo en fantasmal la imagen de una ciudad curtida a los cuatro vientos. Próxima a Suiza e Italia y situada en pleno corazón del polígono europeo de poder que va de Londres a Milán, pasando por París y Bruselas, sin dejar de lado a Frankfurt y Berlín. De esa Unión Europea que se vence hacia los países del Este y que se consolidará a partir de la próxima ampliación en 2004, hasta la culminación del ciclo en 2007, siempre que los irlandeses acaben aceptando el reto de la cumbre de Niza. ¿Qué va a ser de los países europeos mediterráneos?

A los valencianos nos sobra cerrazón y nos falta visión amplia. En Francia preocupan dos temas que planean sobre la sociedad gala. La concentración de los medios de comunicación a partir de la operación acaparadora del industrial aeronáutico Dassault, y los problemas que se derivan del estado avanzado de una inmigración galopante. Los ciudadanos islámicos, en plena efervescencia, debaten con judíos, protestantes, católicos y políticos de todas las tendencias. Una problemática eminentemente política, en una nación que siempre ha querido distinguirse por su espíritu de acogida.

Los medios de comunicación, que se estremecen y luchan por su independencia, van camino hacia su alineación en dos bandos antagónicos -el uno a la izquierda y el otro a la derecha- donde sólo diferencian las formas y no el fondo de unas líneas editoriales que acaban convergiendo, ajenas a la objetividad y sobre todo a la riqueza de matices en la pluralidad.

De este panorama -también para los valencianos-, difícilmente destacan los temas de fondo que durante décadas nos tienen entretenidos en la Comunidad Valenciana. La adecuación de puertos y aeropuertos; las carreteras y autovías que siguen llevándonos a Madrid, cuando nuestras rutas van a conectar con el resto de Europa; el plan hidrológico; la incertidumbre de los mercados estadounidenses para los naranjos o la desvertebración de la autonomía. Es la eterna cantinela que confunde el destino de un país, que va camino de los Estados Unidos de Europa, cuando se sigue atentando por necesidad en la autoafirmación de unas peculiaridades ancestrales que casi nadie entiende en un mundo globalizado.

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