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Reportaje:

Un fin de semana sin taquilla

El acceso gratuito no causa grandes aglomeraciones en el quinto aniversario del Museo Guggenheim

La normalidad marcó ayer la mañana del sábado del fin de semana en el que el Museo Guggenheim Bilbao celebra el quinto aniversario de su inauguración invitando a la entrada por vez primera en su historia. Sin visitantes el museo no es nada y la manera que ha tenido el Guggenheim para darles las gracias ha sido poner el cartel de acceso gratuito. El público respondió con un goteo constante, algo superior a cualquier sábado en que la pinacoteca renueva su oferta de exposiciones. El museo esperaba una avalancha, pero las colas, tan frecuentes en los primeros meses de funcionamiento, sólo se formaron a media tarde. Hasta que mañana cierre sus puertas, el museo no difundirá la cifra oficial de visitantes del fin de semana.

En la hora punta del mediodía, los visitantes podían llegar sin detenerse hasta el mostrador de acceso. La mayoría estaba informada de que no hacía falta desembolsar los siete euros que cuesta la entrada general y así lo recordaba una empleada del museo a quien lo desconocía poco después de traspasar la puerta de entrada.

Para algunos visitantes el precio de la entrada era lo de menos: '¿Gratis? No importa; estamos en un tour y sólo tenemos una hora para visitar el museo', aseguraba una mujer de mediana edad que atravesó la explanada de acceso a la carrera.

No hubo ni recibimiento especial del director, como ocurrió hace cinco años con quienes madrugaron para ser los primeros en estrenar el Guggenheim, ni tarta gigante de cumpleaños en medio del atrio, como en la conmemoración del primer aniversario. 'Ha venido mucha gente, pero ha estado tranquilito', reconocía sonriente la encargada de la taquilla.

No había que pagar, pero sí pasar por el control de acceso y retirar la entrada, reconvertida en 'invitación', para que no falle la contabilización de las visitas. Los cálculos del museo esperaban que tras el fin de semana pudieran superar el límite de las 5.200.000 personas desde su apertura el 19 de octubre de 1997, más del doble de las primeras previsiones.

El museo se había preparado para recibir a una multitud atraída por la entrada libre, a la que, por una vez, ayer y hoy, no se le exige que se coloquen la tira de papel enroscada en la muñeca para certificar el pago de la entrada. El servicio de seguridad desplegado fue tan intenso que incluso se denegaron la peticiones de los medios de comunicación para tomar imágenes en las salas de exposición, por miedo a que dificultaran el tránsito de espectadores por las salas. El guardarropa había separado la recepción de la entrega de los objetos para agilizar el servicio y había aumentado el personal. Esperaban que la afluencia de público obligase a limitar el acceso al museo hasta que las salas se fueran despejando. Tanta previsión se demostró excesiva.

Finalmente, no hubo problemas para que los fotógrafos de prensa trabajaran en el interior y las azafatas del guardarropa pasaron buena parte de la mañana de brazos cruzados. La tienda vió desfilar a los clientes poco a poco, y en la cafetería no hubo grandes aglomeraciones hasta que empezó a caer la tarde.

Tampoco el ambiente en las salas de exposición hasta esa hora era diferente a cualquier sábado en el que el buen tiempo anima a salir de casa. Pasadas las cinco, volvió la cola a las escaleras de acceso al Guggenheim, la imagen que durante meses el símbolizó el éxito de la pinacoteca.

La actual oferta de exposiciones es excepcional. Las presentaciones de la colección permanente ocupan la primera planta, en la segunda se puede ver Rubens y su época y las salas de la tercera se reparten entre Kandinsky en su contexto y la recién inaugurada antológica de Manolo Valdés. Aunque los carteles gigantes del exterior del recinto sólo anuncian las muestras de Kandinsky y de Rubens y se olvidan de Valdés.

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