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Columna
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'Réjouissance'

Me gusta esta palabra. Topo con ella en una de las suites orquestales de Bach y, quizá como efecto de la propia música, la convierto en una residencia por la que se explayan mis sentidos. En realidad, es como un tobogán, un deslizamiento líquido, y, cuando la pronuncio, la siento fluir en su corriente desde el velo del paladar hasta el umbral mismo de los dientes, para refluir allí tras haber pulsado con su nasalidad la cuerda de un arpa. Así es el gozo, un flujo ensimismado que reviene, la gota de agua siempre esférica sin suelo que la agriete y la esparza. Y hoy me gustaría hablar del gozo.

No ignoro que puede resultar difícil hablar de ello entre nosotros. Habrá quien piense que es hasta indecente hacerlo, pero, bueno, no está mal ser indecente de vez en cuando. En la extrema y triste decencia que se nos impone en este país, entre tanto sermón obligado y abierto a los abismos de la sangre, una pequeña indecencia, si así quieren llamarla, puede ser una grieta necesaria. Puede ser incluso la salvación, y disfruto sólo de pensar en lo que ocurriría si en ese referéndum que nos promete Ibarretxe, allí donde se pregunte, ¿es usted partidario de esto y de lo otro?, la gente, en lugar de dar una respuesta afirmativa o negativa, respondiera: 'soy partidario del gozo'. No tengo ninguna duda de que sería una respuesta más verdadera y auténtica que cualquier otra, ya que no iba a ser sino ése el móvil real que llevara a la gente a votar en esa consulta: votemos, a ver si de una puñetera vez nos dejan disfrutar en paz.

Baldía ilusión, pues los malandrines no están dispuestos a dejarnos disfrutar en paz. Jamás. Sus glóbulos rojos llevan púas, y eso les produce una excitación que no se agota. Fruto inevitable de su naturaleza, no se hartan de irritar, y una vez que han crispado a la ciudadanía hasta límites irrespirables, le hacen una pregunta como si le hicieran un regalo. Le preguntan si quiere algo, y pienso que los ciudadanos debieran aprovechar la oportunidad y responder de verdad lo que quieren, en lugar de decir que sí o que no a lo que no se les ha ocurrido querer nunca. Porque lo que preguntan los insaciables irritadores es si el personal quiere lo que, en realidad, sólo lo quieren ellos: te regalo que quieras lo que yo quiero para que así yo pueda seguir queriendo. Es por eso por lo que creo que hay que cortarles tanto querer, tanto querer fastidiar a los demás, respondiéndoles cuando pregunten: yo lo que quiero es el gozo.

También me recreo a veces al pensar en lo beneficioso que sería para este país que se declarara un día del gozo obligatorio. Todo el país gozando al unísono, y me adelanto ya a quienes quieran reprocharme que eso supondría un desarme moral frente a quienes matan. No, obligatorio quiere decir para todos, también para los de la metralleta, que ese día podían metérsela por donde les quepa, por ejemplo. Y estoy convencido de que al día siguiente el país sería otro, olvidado de las banderas después de haber disfrutado con las bañeras. Y podría llamarse a partir de entonces La Réjouissance, ahora que no tiene nombre fijo y se lo cambian según capricho y que piden ideas para uno definitivo. Fíjense, La Réjouissance, como si fuese una finca maravillosa en la que manan leche y miel, y hay puentes japoneses y luchadores de sumo trepando por los árboles y pajaritos multicolores que depositan caramelos en los labios de las muchachas.

Pero no se ve cercano un horizonte así, por más que el señor Ibarretxe nos quiera hacer creer que con un referéndum sonríen las estrellas, y que una simple cuestión es previa a la buena digestión. Y no, el gozo es previo y hay que tener disposición para ello y predicarlo. En un país de púlpitos y predicadores de toda ralea como es éste, habría que aprovechar esa disposición natural, ese Rh, para predicar lo que nunca se ha predicado: el gozo, que es algo que se digiere en la cabeza y no en el estómago. Ya lo escribió Góngora y Argote, que era andaluz, pero cuyos dos apellidos denotan origen vascongado: goza, goza el color, la luz, el oro. Una errada disposición de sus antepasados debió de llevarlos a buscar otros soles, otros ámbitos más dispuestos al goce. Pero es hora ya de rechazar la huida, hora es de reivindicar aquí, y de disfrutarlo aquí, el gozo irrenunciable. Gocemos.

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