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Reportaje:

Los líderes que llegaron por fax

Piqué es el último mirlo blanco enviado desde Madrid para tratar de resolver el 'problema catalán' del PP

En uno de los muchos encuentros que Josep Piqué ha tenido con sectores de la sociedad civil catalana para preparar su aterrizaje como líder del Partido Popular de Cataluña, uno de los comensales animó al ministro de Ciencia y Tecnología a romper con la tradicional dependencia de la dirección nacional y atreverse a ganar autonomía para el partido en Cataluña. Piqué, relajado y suelto como acostumbra en estas ocasiones, sonrió y, según explica una de las asistentes, le respondió: 'Sí, sí, tienes razón, pero no olvides que yo seré presidente gracias al fax'.

En la historia del Partido Popular de Cataluña -y de Alianza Popular, su antecesora- el fax ha desempeñado un papel clave: simboliza el poder de las direcciones nacionales del PP, que desde la calle de Génova de Madrid han diseñado la estrategia para Cataluña. Piqué, que asumirá la presidencia regional en el congreso que el partido celebrará el próximo fin de semana, es el último mirlo blanco que aterrizará en esta comunidad con el objetivo de resolver el problema catalán del PP. Antes que él se ha estrellado una larga lista de políticos que llegaron siguiendo siempre un esquema parecido: fueron elegidos directamente por el máximo líder con el mandato de dar al partido un aire más catalanista.

La dirección catalana de los populares conoce la importancia del fax desde los primeros años del partido, fundado en 1977, antes incluso de que se inventara este aparato. Uno de los primeros que lo sufrió fue, paradójicamente, Laureano López Rodó, ex ministro franquista. El entonces líder de AP, Manuel Fraga, envió como mirlo blanco a Antoni de Senillosa, ya fallecido, y lo impuso como cabeza de lista en las generales de 1979, a pesar de que López Rodó tenía otros planes. Éste, indignado, se marchó a casa y en la carta en que comunicó su desplante se quejó amargamente del 'atropello' que había sufrido la 'autonomía de AP de Cataluña'. 'No puedo seguir en un partido en el que impera el centralismo personalista y en el que se margina a los legítimos representantes regionales', escribió en enero de 1979.

La gran esperanza de la dirección nacional, no obstante, no logró los objetivos previstos: Senillosa mantuvo el escaño, pero Coalición Democrática -la plataforma que impulsó AP- perdió 24.000 votos en Cataluña. El partido entró en una batalla fratricida que lo llevó al precipicio, hasta el punto de que se cerró la sede central, ubicada en la calle de Villarroel de Barcelona, la misma que hoy pertenece a ERC.

En 1982, la renacida AP encabezada por Miguel Ángel Planas, adscrito al sector españolista, logró en las generales uno de los mejores resultados de su historia en Cataluña: 500.000 votos. Pero casi sin tiempo para celebrarlo, Fraga lanzó en paracaídas a otro mirlo blanco: Domènec Romera. En el prólogo de su libro-manifiesto, Una Cataluña para todos, Fraga lo presentaba en unos términos que, dejando la retórica a un lado, hoy serían perfectamente de actualidad: 'Nacido en el campo catalán, que le dio raíces de equilibrio natural; avezado en los caminos del mar, ese elemento amigo y duro a la vez; templado en las lides empresariales, con sus responsabilidades y sus riesgos'.

La apuesta fue efímera: el libro de Romera tuvo muy poco eco y él mismo salió por la puerta de atrás a los pocos meses, poco antes de las elecciones autonómicas de 1984. Casi sin tiempo para reaccionar, AP catapultó como su nueva gran esperanza en Cataluña a Eduardo Bueno, con las credenciales buscadas siempre: empresario, joven y bien conectado con la sociedad catalana.

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La apuesta Vidal Quadras

La apuesta fue de nuevo un chasco y en 1986 el hombre fuerte de AP en Cataluña pasó a ser el hoy secretario de Estado de Relaciones con las Cortes, Jorge Fernández Díaz, quien desempeñó un destacado papel en la llegada a la presidencia nacional del partido de Antonio Hernández Mancha. Este éxito acabó costándole caro: en 1990, cuando José María Aznar, antiguo opositor de Hernández Mancha, llegó a la cúspide del partido, una de sus primeras decisiones fue deshacerse de Fernández Díaz y enviar a otro mirlo blanco con todas las supuestas virtudes de sus antecesores. El elegido fue Aleix Vidal-Quadras, en aquel entonces abanderado de la sensibilidad más catalanista, integrante de la burguesía tradicional catalana y bien visto por el mundo empresarial.

Durante su mandato (1991- 1996), el PP de Vidal-Quadras pasó de 6 a 17 diputados en el Parlament, pero lo hizo con un discurso españolista que Aznar quiso corregir con su penúltimo descubrimiento: fichó a Josep Maria Trias de Bes, histórico militante de Convergència i Unió (CiU), lo presentó casi como la reencarnación del mismísimo Francesc Cambó -el máximo líder del catalanismo político durante el primer tercio del siglo XX- y le encomendó encabezar el enésimo giro catalanista del PP.

Las urnas, una vez más, se interpusieron en el camino: encabezó la lista de Barcelona en las generales de 1996, pero con un resultado pésimo: no ganó ningún escaño y el PSC amplió notablemente su diferencia con el PP en Cataluña. Tras el fiasco, desapareció de la primera línea política y el PP tuvo que recurrir a Alberto Fernández Díaz para tratar de hacer olvidar a Vidal-Quadras.

Seis años después, Aznar ha decidido dar el mando del partido a quien desde hace años es su hombre en Cataluña: Josep Piqué, su última apuesta catalanista para tratar de poner fin al agujero negro del partido. ¿Seguirá Piqué la estela de sus ilustres predecesores? En el PP están convencidos de que no y se citan como mínimo dos razones: Piqué, a diferencia de todos los demás, aterriza tras seis años como ministro y lo hace en el mejor momento: sin competir con Jordi Pujol y cuando se está definiendo el nuevo mapa electoral del pospujolismo. Pero si acaba presentándose a las autonómicas y el PP no da un salto hacia delante, la gran esperanza de Aznar se arriesga a seguir el mismo camino que los otros líderes que llegaron por fax.

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