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Reportaje:

Vigilantes de la tierra

El Observatorio Sísmico de la Cartuja, en Granada, cumple su primer centenario de vida

Javier Arroyo

Todo comenzó anotando lo que ocurría tanto en el cielo como en la tierra; no en vano lo fundaron los jesuitas, siempre con una mirada a los dos sitios. Ahora, un siglo después de su apertura, sus ojos e instrumentos apuntan sólo hacia abajo, en busca del más mínimo temblor que se produzca en el interior terrestre. Se trata del Observatorio Sismológico de Cartuja, la primera estación de estas características de carácter civil que se instituyó en España, allá por 1902. En estos días, celebra su primer centenario con un simposio al que han acudido 70 especialistas de numerosos países a hablar sobre terremotos. En su origen, y durante muchos años, las investigaciones de esta institución abarcaban los ámbitos de la astronomía, la meteorología y la sismología. Desde los años setenta, el observatorio de Cartuja está volcado en el estudio de terremotos y es sede del Instituto Andaluz de Geofísica y prevención de desastres sísmicos.

La red sismográfica de Andalucía cuenta con más 30 puntos de medición

La idea de crear este observatorio surgió de un jesuita, orden religiosa con tradición en este campo. El primer observatorio sísmico del mundo lo puso en pie esta orden allá por 1868 en Manila (Filipinas) y llegaron a tener hasta 54 estaciones meteorológicas en todo el mundo. Para organizar el Observatorio de Cartuja, de todas formas, fueron necesarios algunos ingredientes más que el empeño de un jesuita. Entre ellos, dos fenómenos naturales como el gran terremoto de Alhama de Granada, en 1884, que causó 800 muertos y 1.500 heridos, y un eclipse de sol en 1900. El primer incidente justificó la necesidad de comenzar a vigilar a la tierra en busca de nuevos temblores; el segundo puso de manifiesto que los jesuitas eran buenos investigadores porque, tras estudiar in situ el fenómeno, dieron en Granada una conferencia sobre el asunto que los presentó a la sociedad granadina y que los dio a conocer a la familia Osborne (la de los vinos), que fue quien se decidió a dar el empujón económico necesario.

José Morales es el director del Observatorio en la actualidad. Un siglo después y exactamente igual que el primer día, la institución sigue manteniendo como una de sus prioridades el desarrollo de instrumental específicamente adaptado a sus necesidades. Hoy, por ejemplo, los científicos andan diseñando una red portátil propia de detección sismográfica con 144 sensores distintos, capaces de recoger datos en otros tantos puntos y de trasmitirlos a una central a través de telefonía móvil o vía satélite; también allí se han desarrollado los prototipos y sismógrafos definitivos que constituyen la red sismográfica de Andalucía, una tela de araña con más de 30 puntos de medición situados en todo el territorio regional dispuestos para recoger cualquier movimiento, por leve que sea, que ocurra en el interior terrestre. De todas formas, a pesar de mantener esa fidelidad a sus orígenes, poco tienen que ver las instalaciones actuales con las de hace un siglo.

La diferencia que más salta a la vista podría ser la vestimenta. En 1902, cuando se inauguró el centro, los científicos iban de riguroso negro hasta los pies, con sotana concretamente, dada la filiación religiosa del observatorio. El observatorio depende hoy de la Universidad de Granada y abunda la ropa informal. La instrumentación ahora en las dependencias del centro, situado en el campus universitario granadino, consiste en ordenadores que recogen los datos de los 30 puntos de medición que hay por toda Andalucía a través de conexiones telefónicas.

Un siglo atrás, los datos se recogían directamente por el investigador del rollo de papel que formaba parte del sismógrafo. La transmisión a distancia era una quimera entonces. Los tres o cuatro sismógrafos de diversa procedencia que había entonces estaban en el propio edificio del observatorio. El parecido con los actuales aparatos de medición también era pura coincidencia.

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Del telégrafo a Internet

Los sismógrafos que se compraron al inaugurar el centro no recogían más allá de cuatro o cinco terremotos por año y, además, por esas cosas de los aparatos, oían mejor los movimientos lejanos que los cercanos; Navarro Neuman, un doctor en cirugía metido a jesuita que se hizo cargo del centro al poco de su creación, se decidió a buscar una solución y, con bidones, tornillos de vías de tren, muelles de desecho y arena, entre otros materiales, construyó por 1.000 pesetas su propio sismógrafo, capaz de registrar más de 100 movimientos al año. Hoy, al observatorio llegan datos de más de un centenar de movimientos terrestres mensuales. Entre los vaivenes del observatorio se encuentra la expropiación que el Gobierno de la segunda república impuso sobre todos los bienes religiosos en 1932; en 1939 volvió a manos de los jesuitas por orden del Gobierno de Franco. El centro, pese a no tener mucho dinero, tuvo sus pequeñas ganancias. El presupuesto anual estimado para la institución, todavía meteorológica, astronómica y sismológica, en la década de los cuarenta suponía unos ingresos de 29.970 pesetas y unos gastos de 14.970, lo que suponía un superávit de 15.000 pesetas para los jesuitas. Hoy, los cuatro proyectos principales de investigación del Instituto Andaluz de Geofísica requieren alrededor del millón y medio de euros. La función social del observatorio es también una constante. En los años cuarenta, el centro emitía dos partes meteorológicos diarios, una de las principales fuentes de los escasos ingresos del centro. Estos partes eran transmitidos por telégrafo y servían tanto para la agricultura como para la aviación. Hoy, el telégrafo ha dejado paso a Internet y cualquiera puede consultar la página web del centro (www.ugr.es/~iag) e informarse sobre cómo está de revoltosa la tierra.

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