Viajar para contarlo
Existen guías viajeras más o menos prácticas y libros de viajes más o menos evocadores. Y luego hay libros que, sin dejar de ser lo primero, son también, y especialmente, lo segundo. Es el caso de los peculiares libros-guías de viajes de Salvador Martínez, un leridano profesor de historia y geografía, autor de varios libros sobre diversas zonas de Cataluña (algunas junto a Juan Muñoz o junto a Eladio Romero, quien le inició en el asunto de los libros de viajes). También las ha escrito sobre otras regiones europeas y de la Península Ibérica. La última, en colaboración con su hija, la periodista María Martínez, y publicada en la colección Rumbo a de Laertes, es una guía sobre Cantabria que, además de ser muy completa, arranca al lector más de una sonrisa y hasta abiertas carcajadas, como cuando, a propósito de las playas de El Sardinero, los autores comentan jocosamente la historia de las virtudes terapéuticas de los baños de mar.
Salvador Martínez, autor de libros de viaje, pretende el triunfo de la subjetividad más absoluta
De entrada, aclaremos que las de Salvador Martínez son guías para el viajero curioso, no para el turista adocenado que casi todos hemos sido alguna vez. El viajero curioso se toma tiempo para dejarse seducir, pasear sin rumbo: desea ver el lugar. El turista tiene prisa, se trabaja las colas, la cámara, las estrellas que marca la guía, los horarios del programa: sólo ve el decorado. Las guías de Martínez también contienen estrellas clasificadoras y una estructura ordenada y útil, pero van más allá. Todas ellas están sembradas de anécdotas muy personales que sorprenden gratamente al lector receptivo y que pueden hasta escandalizar al lector que espera encontrar una guía convencional.
Cuando le pregunté ayer qué tipo de interlocutores le brindan en sus viajes tan interesante información y tan jugosas anécdotas, empezó a evocar algunas de las personas que le han ayudado a profundizar en la verdadera historia, la que nunca cuentan los papeles oficiales, de diversos pueblos de nuestra geografía: el médico de Senterada, el boticario de Puigcerdà, el cura de El Pont de Suert. La conclusión a la que llegó tras el repaso de sus fuentes de información es, cuando menos, pintoresca: 'En Cataluña, sin duda, no hay nada como un buen mosén'. Según Martínez, los mosenes son un pozo de ciencia, una mina de anécdotas relacionadas con la Guerra Civil. Luego, al hilo de su discurso trepidante, cruzamos la frontera pirenaica y fue evocando otras fuentes: amigos gascones, el librero de Pau, el director de un hotel de Nantes... Nadie como Martínez para desmentir con fervor el tópico de que los franceses son bordes. Vean, si no: 'Me encontraba en un hotel cercano a Nantes y la noche anterior a mi partida le confesé al director mi miedo atroz a volar. Al despertar a las seis de la mañana, advertí que había introducido sigilosamente en mi habitación una botella de coñac con una tarjeta que rezaba Bon voyage'. Esos pequeños detalles, que dejan de un viaje recuerdos entrañables, en Francia los ha encontrado a cientos. 'Reconozco que en Francia el imbécil es más imbécil, porque es un imbécil ilustrado, pero en general, el trato que me han dispensado ha sido siempre excelente, y eso que siempre procuro ocultar mi misión para que no digan 'ahí viene el de la guía' y se esmeren más de lo normal'.
Malos ratos, claro está, también los ha pasado en el país vecino: 'Una noche lluviosa llegué a un motel donde un tipo contrahecho me dio una habitación en el quinto pino. A medida que avanzábamos despacio, renqueando por el largo pasillo, iba apagando todas las luces tras de sí. Viendo el hotel totalmente vacío, pedí una habitación más cercana. Lacónico, el tipo repitió lo que ya había dicho al llegar: 'Complet, sólo nos queda una habitación'. Me imagino a Martínez renqueando junto a su acompañante por no contrariarle, y me lo imagino luego atrancando muebles contra la puerta con el fin de impedir el paso a su presunto asesino. Luego, desatrancó la puerta, salió de su habitación y anduvo por los bares pidiendo referencias del motel. Le tranquilizaron. Pero seguía siendo el único huésped. Ya de madrugada pudo ver llegar un par de autocares de turistas que llenaron de golpe el edificio. Misterio resuelto.
Y es que los especialistas en novelar la realidad tienen mucho éxito resolviendo enigmas que ellos mismos han creado. Martínez es ese tipo de especialista: tiene madera de narrador y se nota, por eso sus libros-guías están salpicados de curiosidades, de osados comentarios, de citas literarias interesantes y de un humor impregnado de ese sentido de la paradoja que caracterizó a Groucho Marx: un humor vitriólico, veloz y repleto de ingeniosos gags. 'Trato de que triunfe la subjetividad más absoluta', afirma tan campante. Pese a tal empeño, es preciso en la documentación que incluye, para que los forofos del dato objetivo no se sientan defraudados. Eso sí, pocas fotos. 'Como dice mi editor, la foto ya la hará el viajero cuando llegue'. Son pocas las guías que, presentándose como tales, se permiten la osadía de contener contadas ilustraciones. Escasean también los autores capaces de desmentir rotundamente que una imagen vale más que mil palabras. Por ello es de agradecer que en nuestra época de proliferación de brillantes envoltorios vacíos existan editores, autores y lectores dispuestos a apostar por la fuerza del contenido.
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