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Tribuna
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Ensayo sobre la ceguera

Euskadi es por definición un país plural. Basta un vistazo desde la Montaña alavesa a la Llanada. Del interior de Álava y los paisajes ocres de La Rioja al verde de Atxondo o al azul de la costa cantábrica. De las Encartaciones a Urkiola o a Urdaibai. Paisajes naturales radicalmente diferentes y paisajes humanos diversos y plurales que conforman por voluntad propia la Comunidad Autónoma Vasca, Euskadi.

No parece necesario recordar que Euskadi no es una ensoñación sabiniana. Antes bien es el resultado de la suma voluntaria, de la adhesión simultánea de tres Territorios Históricos a un proyecto de Comunidad Autónoma en el marco del Estatuto de Gernika y de la España constitucional. Una voluntad política que permitió la instauración de un país cuasi federal configurado por la diversidad de sus naciones, nacionalidades y regiones.

Así, la Euskadi plural se enriquece de la infinitud de matices que definen sus pueblos y perfilan sus gentes. Euskaldunes y castellanohablantes; nacionalistas y quienes no lo son; gentes que interpretan sus vidas y sus proyectos en claves diferentes y que no hacen del sentimiento de pertenencia, sino de progreso, su particular visión a la hora de interpretar el mundo.

Pues bien, en mi opinión, el discurso trenzado por Ibarretxe en el Parlamento vasco durante el pasado debate de política general constituyó un órdago en toda regla al hecho constituyente vasco. Supuso un empeño de uniformidad de lo que en su génesis era diverso. Y constituyó la condena al ostracismo de la diferencia en Euskadi. Cuanto menos, se atisba un inquietante deslizamiento por la senda de la inseguridad jurídica, primero, y del enfrentamiento civil posteriormente. Resulta una indecencia el hecho de que este planteamiento se realice de modo paralelo a la amenaza de ETA a las sedes y actos públicos socialistas y populares. Porque no es sino una falta de respeto trazar bucólicos escenarios de ausencia de violencia con la que está cayendo sobre la mitad de la sociedad vasca. Así, quien se reclama el lehendakari de todos los vascos ha abandonado el proyecto de convivencia que suscribimos los tres Territorios Históricos.

Ibarretxe ha emprendido la singladura más oscura, inquietante y peligrosa que responsable institucional haya osado pilotar hasta la fecha. Y en nombre de la ley y del derecho, pisotea la legalidad y desprecia el derecho. Y, en nombre de la voluntad popular, condena a la representación política de la mitad del pueblo vasco al silencio administrativo.

Se plantea este cambio de rumbo de modo drástico y radical. No caben enmiendas, perspectivas ni matices alternativos. Se trata de un proceso que se presenta como ineludible en claves de materialismo histórico. Sólo existen prosélitos o disidentes. Nos encontramos, en opinión del presidente del Gobierno vasco, ante el recorrido de un bulldozer. Sólo queda sumarse o ser arrollado.

Ante este estado de cosas debo dirigirme al lehendakari para decirle que no cuente con los socialistas vascos para este viaje. No podremos caminar juntos mientras su visión reduccionista y miope sea incapaz de interpretar y hacer suya la propia pluralidad que enriquece Euskadi. Hace tiempo que, entre las patrias o los ciudadanos que las conforman, opté por los segundos porque las patrias, como dijo el pensador, no son sino el último refugio de los idiotas.

Esta propuesta rupturista de Ibarretxe está dirigida directamente contra el corazón de la convivencia, de la coexistencia y del mestizaje preexistente entre nacionalistas y no nacionalistas. Ibarretxe fue el depositario democrático y temporal de un orden estable. Su deber como responsable es el de su mantenimiento en razón del bien común. Introducir factores de desorden, de zozobra y de inseguridad supone quebrar la base fundamental de ese orden estable que administra de forma transitoria. Suya será la responsabilidad.

Con claridad, no cuestiono el pensamiento. Ni la forma de entender el país o la política de los nacionalistas. Pueden pensar como les venga en gana y ser dueños de su propio dogmatismo. Pero deben aceptar que en un sistema tan plural como éste no pueden aspirar a imponer su dogma a los demás.

Hay que recordar que la violencia es padecida directamente por todo el espectro político ajeno al nacionalismo. Los nacionalistas se encogen de hombros y nos dicen que no son culpables de nuestra suerte. Parece afearles la conducta y la conciencia el hecho de ser conscientes de que cerca de su felicidad exista tanto desasosiego y dolor. ¡Qué mal gusto! Y así como la violencia es selectiva, el nacionalismo ha adoptado una ceguera selectiva sobre el sufrimiento y la persecución de las ideas y del adversario. 'No hay tanto riesgo', se dicen, de visitar una casa del pueblo. Se olvida Arzalluz de los muertos, escupiendo sobre su memoria y la de sus familiares; de aquellos militantes quemados vivos en la Casa del Pueblo de Portugalete y de tantos otros atentados y sedes incendiadas.

Este lehendakari lo es también del exilio interior. De esa diáspora vasca que la política nacionalista ha empujado hacia la puerta de salida de su País Vasco, sin prisa pero sin pausa. No podemos estar más en desacuerdo con esta política. Y reclamamos nuestro derecho a defender una política autonomista y constitucionalista con plena libertad, sin sufrir coacciones ni amenazas; sin padecer extorsiones ni atentados; sin tener que acreditar la condición de héroes ni de mártires para ejercer el librepensamiento.

Sólo deseamos hacer política en las mismas condiciones en que ustedes la hacen en el Congreso o en Senado de España. De vivir en las mismas condiciones en que ustedes lo hacen en sus casas de veraneo en el litoral mediterráneo o en sus segundas residencias a lo largo y ancho de la geografía española. Nada más, lehendakari. Pero nada menos.

Exigimos decencia a quien nos habla de escenarios de paz a quienes hemos enterrado a tantos compañeros y vivimos bajo la amenaza diaria de la muerte. Cuando no se dan las mínimas condiciones de igualdad de oportunidades, ni de libertad, no alcanzo a comprender desde qué percepción de la ética democrática se puede plantear la ruptura del marco de convivencia.

Constituye un error de bulto no distinguir claramente entre paz y política. La política en democracia ha de hacerse en paz, no a cambio de la paz. Por eso, si tenemos en cuenta ese principio desde la legítima discrepancia de proyectos, deberíamos actuar de común acuerdo frente a la amenaza terrorista y situar el fin de ETA como objetivo prioritario.

Gobernar es asumir responsabilidades, liderar ciudadanos, ofrecer soluciones a los problemas, aportar sosiego, ser capaz de sobreponerse al sectarismo desde la responsabilidad institucional. Y este lehendakari, con sus propuestas rupturistas, es la antítesis del liderazgo. Genera problemas. No aporta soluciones. Lleva el desasosiego a sus ciudadanos y conduce al país en clave partidista y sectaria. Todo un ejemplo de ceguera política y de autismo ético.

Javier Rojo es secretario de Política Institucional del PSOE.

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