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Reportaje:

Cuando Cibeles era un caño

Una foto de 1859 guardada en el Museo Municipal descubre que en la famosa fuente se abastecían los acemileros

El Museo Municipal de Madrid está cerrado y en obras. Obras enjundiosas que remodelarán su traza interior, la circulación por nuevas salas ampliadas y la puesta en valor de sus tesoros: desde un cenotafio de Beatriz Galindo, La Latina, consejera de la reina Isabel de Castilla, hasta pinturas sublimes surgidas de la paleta del napolitano Lucas Jordán, maquetas canónicas de la ciudad como la debida a León Gil de Palacio o el despacho de Ramón Gómez de la Serna, que rescatara poemas dormidos en el seno inocente de juguetes y cosas.

Pero lo que la gente suele desconocer es que el Museo Municipal y el Palacio Real componen quizá la mejor fototeca de Madrid. Gracias a tal condición, la historia de la ciudad puede ser contemplada en toda su verdad. Y la verdad, hasta el momento desconocida y llena de actualidad, la descubre una fotografía tomada en 1859 por un forastero, Charles Clifford, que se encariñó de Madrid y la retrató tal cual entonces era.

Se trata de una de las primeras placas de la estatua de Cibeles, la diosa frigia protectora de la ciudad. La fotografía presenta esa pátina sepia que suele bañar de historicidad todo aquello cuanto envuelve; revela una visión arcaica de la diosa: algo achicada en un rincón de la plazoleta donde fuera entonces situada, entre Recoletos y el llamado Salón del Prado de San Jerónimo, virada hacia el sur, Cibeles exhibe esa majestad serena y avanzante que parece enderezar, con invisibles hilos, el rumbo de los leones gruñidores. Su apostura es conocida por cuantos hoy la contemplan. Tras ella, unas casuchas hoy inexistentes.

Mas lo que el lector presumiblemente desconoce y puede averiguar a través de esta foto es que a la sazón, en el año de gracia de 1859, la bellísima fontana de Cibeles era una fuente, pero una fuente de las de beber, o, más precisamente, de las de surtirse de agua. Así lo prueban los barriletes de madera ceñida por cinchas metálicas sobre su taza posados y de los que chorrea agua recién recogida por acemileros y aguadores; estos últimos, por entonces, recorrían la ciudad con asnos o caballos para saciar la sed de personas y animales; tal fue la tracción preferente del transporte en Madrid hasta bien mediado el siglo XX.

Pero lo que más llama la atención de esta joya del Museo Municipal es la bomba de agua que se alza en el extremo derecho de la taza de la fuente. Con ella se bombeaba el contenido del gran vaso de la diosa hasta botijos y tinajas, quizás hasta los labios mismos de los sedientos. Cibeles, a quien Madrid antepuso siempre el afectuoso artículo la, fue identificada como diosa de la Tierra. Aquí se demuestra que también imperaba sobre el agua que tan generosamente regalaba, como descubre la foto de Clifford, a la espera de poder ser contemplada tras la reapertura del Museo Municipal, en Fuencarral, 78.

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