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Reportaje:MUJERES

Un mal común en Europa

Gabriela Cañas

El análisis en profundidad del fenómeno de la violencia doméstica viene deparando a la Unión Europea desagradables sorpresas. Por ejemplo, la que supone saber que más de la mitad de las mujeres portuguesas (52,8%) confiesen haber sido víctimas alguna vez de los golpes de su pareja. A la espera de las estadísticas homologadas que prepara la UE, se ha sabido que ni siquiera los nórdicos se libran de esta lacra, que una de cada cinco finlandesas casadas o que vivan en pareja ha sufrido violencia de manos de su actual compañero o que en el Reino Unido muere una mujer cada tres días por la agresión de aquel al que tanto quieren o quisieron.

La mayoría de los países de la UE estudia ahora cómo mejorar sus legislaciones para atajar la violencia doméstica, pero un informe aprobado el pasado 27 de septiembre por el Consejo de Europa arroja un panorama aún más escalofriante: en algunos países del centro y el este de Europa, las víctimas ni siquiera tienen leyes que las defiendan. La situación es especialmente sangrante en países con raíces islámicas, donde el maltrato a la mujer queda todavía en la intimidad familiar. El resultado es la indefensión y, sobre todo, un trágico saldo no siempre contabilizado. Sólo en Rusia, según este informe, mueren cada año 13.000 mujeres (35 al día), más que las que fallecieron durante 10 años en la guerra de Afganistán.

Austria es el país a la vanguardia contra la violencia doméstica. En 1997 instituyó los desalojos inmediatos del agresor del domicilio familiar cuando haya riesgo de agresión a cualquier miembro de la familia

Tema nuevo, problema viejo

Olga Keltosová, de 59 años, dos veces ministra de Eslovaquia, miembro del Consejo de Europa y de la Convención por el Futuro de la UE, ha dedicado los dos últimos años a estudiar la violencia doméstica en los 44 países que forman parte del Consejo de Europa. Las mayores dificultades las ha encontrado a la hora de recabar datos y leyes de esos países en los que está muy presente el islamismo. 'Para la mayoría de los países de la antigua URSS, este tema es absolutamente nuevo', explica Keltosová. 'Incluso me costó trabajo comunicar con ellos. La actitud de países como Rusia, Ucrania, Azerbaiyán o Georgia es totalmente distinta a la que hay en los países occidentales. En el hecho de que en muchos haya raíces musulmanas reside la diferencia. Allí, la violencia doméstica es algo que cae en el ámbito de la vida privada. Así que no me han dado ningún dato. Menos aún tienen legislación'.

Como parlamentaria que también es de su propio país, a Keltosová le preocupa especialmente la cuestión legislativa. 'Es la manera de ver qué se está haciendo, cuáles son los centros de ayuda a las mujeres víctimas de violencia doméstica, cuáles son las mejores legislaciones y trasladarlas a mi país y a otros', explica. 'El resultado, eso sí, no depende tanto de la legislación como del Gobierno que ocupa el poder. Por ejemplo, en Eslovaquia, dada la orientación conservadora del nuevo Gobierno, no estoy nada segura de que se apliquen los planes anteriores'.

Keltosová no ha querido destacar en su informe cuáles son los países que sufren una peor situación. Resulta evidente que ni Rusia ni el resto de los antiguos países de la URSS tienen una legislación específica sobre violencia doméstica. Como mucho, algunos artículos desperdigados en los códigos penal, civil o de familia, lo que ocurre, por ejemplo, en la propia República de Eslovaquia.

Por el contrario, Keltosová dedica un apartado a las mejores prácticas, a los países que han tomado medidas legislativas, sociales y policiales para combatir la violencia doméstica. Se trata de Austria, Bélgica, Finlandia, Francia, Alemania, Islandia, Irlanda, Letonia, Malta, Noruega, Polonia, Portugal, Eslovaquia, España, Suecia, Suiza, Turquía y Reino Unido. Pero si hubiera que elegir al mejor, al país que realmente está en la vanguardia de este combate, Keltosová no tiene dudas: Austria, que ya en 1997 instituyó los desalojos inmediatos (incluso antes de la apertura del proceso penal) del agresor del domicilio familiar cuando haya riesgo de agresión a cualquier miembro de la familia.

Recientemente, el Parlamento Europeo reclamó a los países miembros de la UE que extiendan la norma austriaca de forzar al agresor a abandonar el domicilio común y a alejarse de la víctima, además de ampliar el número de casas de acogida. Alemania ha copiado el sistema austriaco, y otros países, incluido España, contemplan esta posibilidad. 'El problema es que la ley no se cumple y son las víctimas las que viven amedrentadas', explica María Ángeles Ruiz Tagle, presidenta española del Lobby Europeo de Mujeres.

Ese incumplimiento de la ley es debido a la tolerancia que ciertamente existe todavía en la práctica mayoría de las sociedades respecto al maltrato de la mujer en el ámbito doméstico. Como destaca la socióloga Inés Alberdi, autora de un informe español publicado recientemente sobre este asunto junto a Natalia Matas, la prueba de tal tolerancia en países como España que tienen una relativa ventaja legal y social contra la violencia doméstica es 'la forma de referirse a ella mediante bromas o hipérboles acerca de lo que la violencia puede significar de amor pasional'.

Un asunto privado

'Las razones que hay detrás de este fenómeno', dice el informe del Consejo de Europa, 'son en parte culturales y en parte relacionadas con la división tradicional de tareas entre los sexos. La mayoría de los hombres encuentra natural que ellos ocupen el primer puesto. Los hombres violentos piensan que tienen todo el derecho a dominar a sus esposas'. Porque, en definitiva, como reconocen ya todos los estamentos públicos nacionales o internacionales, la violencia doméstica es el resultado de la sumisión tradicional a la que se somete a las mujeres tanto a nivel social como, sobre todo, de puertas adentro.

'Después de todo, la intimidad del hogar está garantizada por la Constitución', dice el informe de Keltosová, '...la violencia conyugal ha estado considerada como un asunto privado durante largo tiempo'. Es algo tan privado que 'otros miembros de la familia, testigos de los maltratos, se niegan habitualmente a testificar' contra el agresor, lo que, por consiguiente, deja en total desamparo a las víctimas.

Por último, Olga Keltosová añade a su informe un aspecto profundamente inquietante que ha sido ya evocado en otras ocasiones: la pobreza y el déficit educativo no son factores significativos; de hecho, la violencia doméstica ocurre en todos los países, 'independientemente de la clase, la raza o el nivel educativo', escribe. 'Incluso se ha comprobado que la incidencia de la violencia doméstica parece incrementarse con altos ingresos y alto nivel cultural. Un estudio holandés demuestra que casi la mitad de los que cometen un acto violento contra una mujer tienen título universitario'.

Agresores fuera del paraíso

EL INFORME del Consejo de Europa concluye que la violencia doméstica es endémica tanto en los países ricos como en los países en desarrollo y también señala que intentar frenarla pasa, inevitablemente, por una mayor represión. La asamblea del Consejo de Europa aprobó este texto de Olga Keltosová que, entre otras cosas, exige que todos los países consideren los maltratos como actos criminales y denuncia que en ocasiones ni siquiera los fiscales persiguen seriamente los casos.

Además de expulsar al agresor del domicilio común, propone que las maltratadas inmigrantes puedan obtener permiso de residencia e incluso, como hacen ya Austria y Alemania, reciban ayudas económicas. Respecto al destino que debe esperar al agresor inmigrante, no hay miramientos: 'El que haya perpetrado un acto de violencia doméstica debería ser privado de su permiso de residencia y expulsado del país'.

La UE, que empieza a tener ciertas competencias judiciales y policiales y persigue una política común de inmigración, no llega tan lejos todavía, pero busca herramientas comunes para combatir el fenómeno. La comisaria europea de Asuntos Sociales, Anna Diamantopoulou, prepara una propuesta ambiciosa: que la UE implante una pena mínima para los agresores y que la violencia doméstica se contemple como un delito transfronterizo.

Por si había pocas dudas sobre las dificultades para tratar y atajar este fenómeno, Keltosová recuerda la vergüenza y el miedo que paraliza a las víctimas. Miedo a perder a los hijos, a desvelar el maltrato, a la incomprensión de los más cercanos, a quedarse en la ruina económica. Y recuerda la gran contradicción existente en multitud de víctimas: 'Paradójicamente, aman a sus parejas. Es la violencia lo que no les gusta'.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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