Novela de hampa y asfalto
La historia es sencilla: el héroe, Franz Biberkopf, antaño peón de albañil y transportista, sale de la cárcel donde ha pasado cuatro años penando el homicidio involuntario de su novia, y regresa al bullicioso Berlín de finales de los años veinte, en los estertores de la República de Weimar, con la intención de vivir honradamente. Al principio lo consigue; trabaja como buhonero y vendedor de periódicos, pero pronto se ve arrastrado a una vida marginal en el laberinto de los bajos fondos de la sociedad y acaba por convertirse en chulo y en ladrón ocasional. Las circunstancias lo golpean sin cesar: pierde un brazo a traición y hasta su chica es asesinada por un hampón envidioso; sin embargo, tras los reveses de la Fortuna, se le abrirán los ojos y acontecerá la Epifanía de este personaje buenazo y primitivo, siempre en busca de la inasible felicidad.
BERLÍN ALEXANDERPLATZ
Alfred Döblin Traducción de Miguel Sáenz Cátedra. Madrid, 2002 520 páginas. 13,75 euros
La moral que profesó Alfred Döblin (1878-1957), este semimarginado genial de las letras alemanas de origen judío, fue la misma que inspiró a Brecht sus poemas sociales, a Weill su música socarrona y a Grosz esos dibujos donde se observan ricachos, proletarios y lisiados horriblemente caricaturizados pululando por los lupanares y ahogando sus delirios en el vacío. El Berlín cosmopolita -la Nueva York de Europa- es el trasfondo omnipresente en que subsisten unos personajes tan desarraigados y modernos como la propia modernidad, nihilista y metálica. A la vida 'real', tan alejada ya de la poesía de los bosques o las aldeas, recluida en la jungla de asfalto, le resulta 'demasiado fina esa intención quimérica de comportarse con honradez y le pone todas las zancadillas posibles a quien lo intenta'; son palabras del propio Döblin y tal vez resuman la moraleja de la novela, que en definitiva también constata la nefanda verdad de que tanto en el círculo de los pudientes como en el de los miserables reina esencialmente la delincuencia.
La gran novedad en este magnífico relato épico la constituye la absoluta originalidad de su forma. Aparecida en 1929, contemporánea del Ulises de Joyce y del Manhattan Transfer de Dos Passos -ambas, monumentos al yo multiplicado y a la ciudad como elemento fagocitador todopoderoso-, Berlín Alexanderplatz inaugura, junto con El proceso, de Kafka, la novela moderna alemana. Döblin emplea todos los recursos a su alcance a fin de que el lector viva y sienta como reales a sus personajes, que no pretenden ser meras figuras noveladas sino seres de carne y hueso. Así, el monólogo interior compuesto por pensamientos propios, trascendentales o inocuos, entreverados con retazos de recuerdos, titulares de prensa y noticias, eslóganes publicitarios, canciones, citas de la Biblia, poemas infantiles, folletos de viaje e instrucciones de uso o artículos de enciclopedia que rondan pertinazmente en la cabeza, se conjuga sabiamente con las intromisiones de un narrador omnisciente, conformando un collage literario -tanto de la intimidad humana como del corazón estridente de la urbe- montado según la técnica cinematográfica del ensamblaje y corte de planos y presentado en sucesivas escenas fugaces hasta concluir cada capítulo con un explícito fundido opaco. El resultado es sorprendente y la lectura, similar a la visualización mental de un exhaustivo reportaje sobre la época.
Expresionismo, naturalismo y todos los ismos imaginables cabe atribuir a esta novela del asfalto e inclasificable; tan de Hollywood como de Berlín, entretenida, humorística, turbia y cínica, teñida de negro y neón como una vieja película de atracadores: un hito en la literatura europea del siglo XX. La magnífica traducción de Miguel Sáenz, ya publicada anteriormente en España, ha sido revisada, prologada y anotada con esmero. Un goce intelectual imprescindible.
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