Anatomía de un disparate
Muchos años pasé, durante el franquismo, defendiendo a nacionalistas vascos ante el TOP y ante tribunales militares, y mi intervención en el consejo de guerra de Burgos me produjo serios problemas en el entorno social y profesional en que vivía. No fue una decisión fácil, pero en aquellas circunstancias volvería a tomarla. También he conocido a muchos dirigentes nacionalistas serios y responsables como el lehendakari Leizaola, o el vicepresidente Rezola o el gran D. Juan Ajuriaguerra, junto con otros muchos dirigentes políticos, sindicales o sociales de esa misma ideología. Luché mucho en la ponencia constitucional, ya con la joven democracia en marcha, para devolver al pueblo vasco la libertad para su lengua y para su cultura, y contribuí con otros muchos, al reconocimiento de una generosa autonomía, desde una Constitución abierta que reconocía la existencia de Euskadi, y de Cataluña y de Galicia, como naciones culturales con hechos diferenciales propios.
Creo que no es injusto decir que Euskadi se encontró con comprensión y con generosidad, que no conquistó nada por su solo esfuerzo, sacrificio y lucha, sino que la voluntad de los constituyentes y de todo el pueblo español, con su clase política al frente, fue decisiva para alcanzar las cuotas de autogobierno de que ahora disfruta y que ha permitido que desde los orígenes de la autonomía, gobernase siempre el Partido Nacionalista Vasco. Tan convencidos estábamos de su buena fe, y de que reconocerían el esfuerzo realizado, que incluso tras una victoria autonómica del Partido Socialista, se les cedió la dirección del Gobierno muy seguros de que estas decisiones contribuirían a la concordia y a la organización normal de la sociedad.
Sin embargo, desde el principio el comportamiento de los nacionalistas vascos fue ambiguo, dio una de cal y otra de arena, y rechazó la autodeterminación pero al tiempo propuso abstenerse en el referéndum de aceptación de la Constitución. Inmediatamente pasó a ser oscuro, enmascarado y desleal. Se abrió paso a una forma de organizar la educación desde el desconocimiento, e incluso desde el odio a España y a los españoles, como no había existido nunca con anterioridad. Las convicciones separatistas, el resentimiento y los agravios ficticios son un producto de esa escuela, o de parte de ella, que no ha sabido respetar en su planificación las exigencias de la probidad intelectual. Fue desleal porque utilizó la libertad para propiciar una educación y un ambiente antiespañol, fue desleal porque no cumplió las partes del pacto que les había devuelto su libertad como pueblo, que no coincidían con su forma unilateral de aplicarlo. La no colocación de la bandera de España junto la ikurrriña, resulta tan inaceptable como la persecución de la ikurriña durante el franquismo; y la no retransmisión del mensaje de Navidad del Rey por las emisoras vascas sería sólo una mezquindad si no tuviese otras consecuencias más graves.
El nacionalismo vasco mezcló, tanto cuando el Partido Socialista perdió la mayoría absoluta, como cuando no la tenía aún el Partido Popular, un pragmatismo rayano en el oportunismo con un rigorismo de principios excesivo, del que obtenían siempre beneficios, y nunca sufrieron el desgaste del poder.
Pero como, pese a los intentos iniciales de desestabilización de ETA, con atentados brutales y con consecuencias horribles, la Constitución se fue asentando y presentaba una imagen de solución adecuada para la estabilidad, el nacionalismo vasco buscó nuevos caminos como el Pacto de Lizarra. No le importó dar la espalda al PSE-PSOE, que le había acompañado en coalición, creyendo en su buena fe y en su lealtad constitucional. Entonces empezó la pérdida de rumbo que acabó en el disparate, con bandazos rupturistas y con espectaculares marcha atrás, con proclamaciones de lealtad institucional y algún que otro '¡Viva Cartagena!' para deslumbrar a los votantes de Batasuna que se habían quedado huérfanos.
Hubo por parte de todos muchos silencios, muchas dejaciones y mucha buena fe derrochada, y los que creyeron en una respuesta decente del PNV serán sin duda los más dolidos por el disparate planteado por Ibarretxe en el Parlamento vasco como propuesta para resolver el futuro de Euskadi. No voy a reiterar aquí sus contenidos, de sobra conocidos, pero sí voy a apuntar algunas reflexiones sobre su oportunidad, su sentido, sus fundamentos y sus posibilidades. Es lo que llamo anatomía de un disparate.
Se podría empezar por una pregunta: ¿está hablando en serio? Un observador imparcial que contemplase el panorama desde el punto de vista externo no comprendería cómo el más alto representante del Estado en la Comunidad Autónoma vasca hace una propuesta de ruptura y cuasi independentista, no sólo por tener esa condición y porque su partido lleva gobernando el País Vasco desde los inicios de la democracia, sino porque no representa a la mayoría del pueblo vasco y habla como si representase a todos y todos estuvieran de acuerdo. Desde la Constitución y el Estatuto, que le dan competencia y le legitiman para gobernar, utiliza sus mecanismos para destruirlos.
Si el asunto se observa desde el punto de vista interno, aparece nítidamente que estamos ante un comportamiento habitual y repetido en el PNV de hacer propuestas rupturistas retóricas para después dar marcha atrás y luego volver a empezar. Es como una necesidad de supervivencia. Mucho tiene que cambiar el panorama para que se comporte normalmente y actúe como un partido que acepta las reglas del juego -que por cierto le han favorecido mucho-, y haga política en beneficio de sus ciudadanos. No parece que ése vaya a ser el futuro inmediato. Algo, sin embargo, ha sucedido en los últimos meses, que ha provocado esta desmesura inútil de la propuesta del Estado libre asociado. La sociedad española, sus partidos más representativos y el Gobierno se han cansado de tanto sofisma y de tanta deslealtad y han decidido responder con la Ley de Partidos a la impunidad con la que Batasuna protegía y amparaba a los terroristas de ETA. Este cambio de actitud ha hecho comprender al PNV que se había acabado la comprensión de sus excesos y que empezaba la era de la consecuencia y del cumplimento de las reglas de juego.
Algunas de las estrategias para 'marear la perdiz' y para seguir mandando eran conocidas ya antes de la guerra civil, como la asamblea de ayuntamientos, y otros han venido a estrenarse a partir de la Constitución de 1978. Es el llamado 'ámbito vasco de decisión', es la defensa de la autodeterminación después de rechazada en el debate constitucional, y es la acusación a la defensa de la Constitución de su nacionalismo español, es el victimismo permanente a través de agravios inexistentes, y es, en definitiva, la deslealtad al sistema político que les devolvió la libertad y el autogobierno, aprovechándose de la autonomía para vulnerarla y proponer sin peligro sus planes independentistas. Cada vez que están en escenario rupturista llaman al diálogo desde sus premisas, sabiendo que por estar trucado y falseado es un diálogo imposible. Pese a sus promesas reiteradas en conversaciones ocasionales conmigo, el lehendakari no ha contestado a una carta de hace meses ofreciéndole la Carlos III para que expusiera sus tesis, con debate posterior.
Y a todo esto, hay una escisión entre las condenas al terrorismo y estas ofertas políticas, donde se pasa como sobre ascuas del problema de los asesinatos y de las coacciones insufribles de ETA, y sobre la falta de libertad de la mitad de la sociedad vasca. Parece que la sociedad vasca es tranquila y pacífica, y que todas las opciones políticas pueden defender sus tesis en igualdad de condiciones. Sabe que no es así, pero ésta es otra de las indignidades de ese mensaje. Igual que sabe que sus palabras no van a tranquilizar ni van a dar seguridad, ni van a producir consenso. Sólo lo van a apoyar sus socios de Gobierno. ¿Por qué, entonces, se plantea? ¿Disfruta el lehendakari creando más confusión y añadiendo más leña al fuego? ¿Le interesa llevarlo a buen puerto o es uno más de esos planteamientos que se sabe de antemano que son imposibles e inútiles?
El lehendakari juega con fuego, y la política del PNV es altamente desestabilizadora. Si ETA no existiera no podría hacer estos planteamientos, porque no se tomarían en serio. Pero ETA mata, y eso es muy serio. Si consiguieran, cosa que no deseo, ni veo posible, y lo planteo sólo a efectos dialécticos, producir un cambio constitucional por sus planteamientos, existe un alto porcentaje de posibilidades de que ese cambio fuera contra sus intereses y limitativo de la autonomía vasca. La Constitución es la garantía de lo que tienen, y si se modifica el status no sería para su bien. Resulta infantil y patético su afán por ignorar la Constitución y el hecho de que el Estatuto trae causa de ella, al tiempo que recurren la Ley de Partidos ante el Tribunal Constitucional, igual que oír al señor Arzalluz que la ley da mucho juego y que le van a usar. ¿Esa ley no es, en primer lugar, la Constitución?
En fin, cada vez resulta más difícil hacer un seguimiento y una valoración racional de las propuestas del PNV. Afirmo, sin alegría ninguna, que la figura del lehendakari pierde a borbotones su prestigio por esos bandazos y por esta falta de seriedad, y por esta proliferación de argumentos estúpidos. Yo, desde luego, renuncio a ello, y es muy probable que no vuelva a intentar analizar el itinerario intelectual del lehendakari y del PNV. Un requisito para el debate intelectual y político es la razonabilidad y la voluntad de comunicar propuestas plausibles y viables. Hablar con alguien sobre el intento imposible de escalar el cielo es un esfuerzo inútil que nadie debe intentar. Sólo hay que descubrir y denunciar la anatomía de este disparate.
Gregorio Peces-Barba Martínez es rector de la Universidad Carlos III.
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