Conmovedora película argentina
Es Lugares comunes -desde su arranque, desde que oímos en la pantalla que esa voz procede de Argentina, 'un país que nos destruye'-, un filme bellamente escrito y filmado sobre la figura, sobre la pasión de un escritor y profesor que da los últimos pasos de su vida erguido sobre el hielo del exilio interior, expulsado de su trabajo, de su mundo y, con el pelo ya completamente blanco, convertido en un eterno muchacho errante, que busca y encuentra, porque tiene arrestos de viejo e inagotable orgullo para construirlo con su último aliento, un lugar en el mundo.
Es asombrosa la precisión y la rapidez con que el inmenso Federico Luppi hace suya la escritura de Adolfo Aristarain y Kathy Saavedra. Y, desde la hermosa palabra que ambos le ponen en los labios, es reconfortante verle construir, con sólo un par de trazos exactos de presencia y de gesto, a un ser vivo, totalmente vivo. Es Aristarain dueño del secreto de un viejo enigma del cine, ese que nos dice que la palabra es la fuente primordial, y la más pura, de imagen cinematográfica. Y la palabra domina, es centro, se hace médula de esta cumbre de la imagen de un ocaso. Y es Lugares comunes la representación del crepúsculo de un hombre y de un país doloridos que se levantan lentamente de una larga caída y en el esfuerzo les crujen los huesos.
LUGARES COMUNES
Dirección: Adolfo Aristarain. Guión: Kathy Saavedra y A. Aristarain. Intérpretes: Federico Luppi, Mercedes Sampietro, Arturo Puig, Carlos Santamaría, Yaël Barnatán, Javier Ortíz. Género: drama. Argentina, España, 2002. Duración: 112 minutos.
Es este crujido de huesos la música inaudible que suena en el interior de los hondos e insólitos Lugares comunes en que un hombre y una mujer, enlazados en un delicado y elegante idilio, buscan las leyes de la supervivencia detrás de la idea de que 'la vida y la muerte no son consecutivas, sino simultáneas'. Estamos ante una libre, limpia y hermosa película cuyo tacto de verdad es tan evidente y ocurre de forma tan libre y tan a flor de la sensibilidad que nos sitúa desde su arranque en el borde de una lágrima consoladora y aguantada, que no cae nunca al verse equilibrada por el contrapeso de una sonrisa simultánea.
Es Lugares comunes un filme abarrotado de vida y de conocimiento de la vida. Apenas tiene acción exterior, pero revienta de aventura interior, que palpita en el subsuelo de un guión pletórico de entendimiento y de trazo vigoroso, escrito por gente que entiende de gente, que nos hace volar con el despliegue de la hermosa estrategia de relevos que, en un emocionante tú a tú, emprenden Federico Luppi y Mercedes Sampietro, en un dúo interpretativo eminente. Dos rostros que -escoltados por una decena de intérpretes engarzados y galvanizados por Adolfo Aristarain con mano de maestro del oficio de dirigir películas- logran expresar la identidad de un país y tiempo y las razones de una resistencia. Un estado del espíritu.
Babelia
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