_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El olor del dinero

En la Costa del Sol jamás se ha reparado en el color ni en el olor del dinero. Quizá por eso, aquí se concentra la mayor parte del patrimonio del crimen organizado en España, que, según la policía, ascendería a un billón de pesetas. No es necesario ser paranoico para sospechar de algunos de los personajes que aparecen por la costa con la promesa de nuevas inversiones inmobiliarias, la actividad, dicho sea de paso, más propicia para el lavado de dinero.

Desde hace varias semanas, la ciudad de Málaga está viviendo un episodio urbanístico que tiene ingredientes propios de una mala novela policíaca: informes escamoteados, dictámenes sin membrete... La recalificación de suelo rústico en la zona más privilegiada de Málaga permitirá construir más de 10.000 metros cuadrados de apartamentos y hotel, además de los 8.000 metros que ocupará un centro deportivo-religioso-cultural hispano-ruso. Detrás de todo ello está un promotor inmobiliario, Vladimir Beniachvili, que sin duda mamó la retórica soviética de la amistad entre los pueblos. Es injusto, pero hay que admitir que la nacionalidad del promotor no le beneficia en nada. Tampoco le beneficia su reciente pasado: colaboró con el ex alcalde de Estepona, Jesús Gil Marín.

Pero lo más grave del caso no es el desaguisado urbanístico, a pesar de que el complejo ruso se levantará en los pinares de San Antón, el mejor rincón de la ciudad, y de que el solar se encuentra en una zona en la que existen especies vegetales en peligro de extinción. Lo más grave es que, gracias a este asunto, el Ayuntamiento de Málaga terminará convirtiéndose en socio de Beniachvili, lo que supone, de hecho, el respaldo y aval de este promotor: será finalmente una Fundación -de la que el Ayuntamiento poseerá la mitad- la que administre el Centro Hispano-Ruso.

Si damos por bueno que el complejo es un proyecto en el que no existe ánimo de lucro, el beneficio no estaría en el fruto directo de la especulación urbanística, sino en los contactos privilegiados y la pátina de respetabilidad de la que se beneficiarían Beniachvili y sus eventuales socios y amigos. La Fundación del centro obligaría al alcalde de Málaga a compartir mesa con un promotor por el que no debería poner la mano en el fuego; no por ser ruso -o, más bien, georgiano, según su apellido-, sino porque no parece prudente que un alcalde avale a ningún promotor.

Afortunadamente, nuestra economía ya no es lo que era y se puede -y se debe- prescindir de inversiones que no están demasiado claras. El Ayuntamiento de Málaga ha perdido recientemente la oportunidad de recuperar los terrenos que vendió hace cinco años a una fundación saudí para construir una mezquita y una escuela coránica: al haber transcurrido más de tres años sin que se iniciaran las obras, la corporación podía haber reclamado el terreno y devuelto el dinero, con lo que habría hecho un gran negocio porque hoy vale mucho más. Pero la estancia en Marbella del Rey Fahd ha devuelto energía al proyecto y, si nadie lo remedia, los intransigentes wahabitas contarán en España con un nuevo centro de adoctrinamiento.

Quizá sea hora de que comencemos a reparar en el olor del dinero. El que huele a sangre y tortura no es difícil de detectar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_