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Debate de guante blanco

Francesc de Carreras

El tradicional debate de política general que ha tenido lugar en el Parlament ha tenido dos invisibles convidados: Pere Esteve e Ibarretxe. Si hubiera comenzado justo una semana antes, su desarrollo hubiera sido distinto, pero tanto la súbita deserción de Esteve de las filas convergentes como el órdago independentista de Ibarretxe han hecho mella en los partidos nacionalistas, en sus militantes y en sus votantes, y por tanto, había que adaptarse a las nuevas circunstancias.

En los últimos días, ambos hechos han suscitado una fuerte conmoción en las filas de CiU. El trato que la dirección de su partido ha dado a Esteve no ha sido un ejemplo de ética política. Pere Esteve ha mantenido públicamente unas determinadas posiciones y, en vista de que en su partido no hacían caso de las mismas y la línea política iba, cada vez más, en sentido contrario, ha dado un sonoro y poco habitual portazo. Entre la alternativa de la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción -la famosa distinción de Max Weber-, Esteve ha optado por la segunda, lo cual es perfectamente legítimo, tan legítimo, por lo menos, como lo contrario.

El linchamiento a que ha sido sometido Esteve ha llegado, en cambio, a extremos inaceptables. Pujol mismo ha dicho que prefería callarse respecto a algunas cosas que podrían comprometer al ex secretario general de su partido. Insinuaciones de este tipo carecen de toda ética, más todavía cuando los que conocen a Pere Esteve -Pujol tan bien como el que más- saben de su talante de persona honesta, correcta y bien educada. Y que, además, no ha sido ni un traidor que ha intentado romper el partido ni un tránsfuga: por el contrario, lo que hizo de entrada fue renunciar a todos sus cargos públicos.

Las razones políticas del ataque a Esteve sí estaban, en cambio, justificadas: la razón principal de su inesperada fuga fue que la alianza de su partido con el PP, y no con ERC, no se correspondía con lo expresado en los congresos de su partido ni con los deseos de su militancia. Probablemente, seguir la línea que preconiza Esteve conduciría a CiU a una pérdida segura en las próximas elecciones, pero en todo caso es cierto que muchos militantes y votantes de CiU comparten los motivos de su partida y su ejemplo puede trasladar parte del voto convergente a las filas del partido de Carod. Si a todo ello se añade que el inconstitucional -y por tanto, antidemocrático- plan de Ibarretxe, expuesto dos días después de la marcha de Esteve, expresa también los deseos del ala soberanista de CiU, el nerviosismo de su dirección es perfectamente explicable.

Pujol comparecía en el Parlament, por tanto, seriamente debilitado: no podía renunciar a su línea política de moderación ni renunciar a su alianza con el PP, pero a la vez debía también contentar a quienes, dentro de su partido, sintonizaban con Pere Esteve.

Vista la sesión parlamentaria, y a falta de las resoluciones que hoy serán votadas, puede decirse que, por el momento, el veterano presidente ha capeado bien el temporal, sabiendo conducir el debate por donde le interesaba: los principios generales, la historia y la metafísica. Es decir, ha sido un debate de política general en línea con los de años anteriores. Un debate de este tipo tiene una función: hacer un repaso a la actuación política del Gobierno de la Generalitat en el curso que acaba. Sin embargo, en Cataluña -quizá debido a un extraño 'hecho diferencial' más- suele desarrollarse de una forma distinta: los partidos catalanes -en su gran mayoría por lo menos- se dedican a dar la culpa al Gobierno del Estado, sea el que sea, de las insuficiencias políticas del Gobierno de la Generalitat. Quod erat demostrandum: la culpa la tiene Madrid.

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El largo discuro inaugural de Pujol respondió absolutamente a estos parámetros: filosofía política, historia, estado del mundo, som una nació, reflexiones morales y, en este año de despedida personal, unas meditación sobre el futuro, que ayer se recogía íntegramente en estas páginas de EL PAÍS. Para contrarrestar los síndromes Esteve e Ibarretxe, se amenazaba sin gran énfasis con que, de persistir la 'involución autonómica (sic)', en la próxima legislatura -'cuán largo me lo fiáis'- se podría llegar a 'romper el pacto constitucional (sic)'.

El discurso de Maragall que iniciaba las réplicas fue el modelo de lo que debe ser una intervención parlamentaria en un debate de este tipo. Sin dejar de contextualizar el momento político, el líder socialista expuso los motivos de desacuerdo con las insuficiencias políticas del Gobierno de Pujol y los errores de gestión, e incluso se hizo una breve referencia a la política clientelar y al aroma de corrupción de muchas de las actuaciones de la Generalitat. Ante ello, Pujol se limitó a no contestar, y Maragall, a no insistir en sus críticas concretas a la acción de gobierno, con lo cual se hurtó el debate que resultaba de más interés.

Más incisivo se mostró, sobre todo en sus réplicas, Alberto Fernández, el cual argumentó muy bien sus críticas y mostró las contradicciones en las que se mueve el discurso pujolista. Las réplicas y contrarréplicas a su intervención fueron el momento más brillante del día. Carod, en cambio, repitió el viejo y tedioso discurso del nacionalismo rancio, victimista, nostálgico, insolidario y demagógico, que dio lugar a que Pujol apareciera, por contraste, como un estadista moderno, realista y capacitado. Finalmente, Ribó estuvo en su habitual línea combativa, acertado en su crítica a las insuficiencias sociales de la política del Gobierno de Pujol.

En definitiva, fue un debate de guante blanco. Algo falla en nuestra democracia parlamentaria para que, un año tras otro, siempre suceda lo mismo. Es sabido que vivimos en un oasis político: el trato respetuoso que se le daba a Pujol -y al que él correspondía con un maleducado desprecio, especialmente a Maragall- es un ejemplo de ello. Pero quizá el procedimiento parlamentario no es el adecuado para que los temas sean tratados con la profundidad suficiente. La reforma del Parlament -de la que nadie habla- es una de las muchas reformas políticas pendientes de este país.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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