Irak se acelera
La cuestión iraquí está entrando en vías decisivas en todos los frentes. Mientras Washington y Londres intensifican su presión a los restantes miembros permanentes del Consejo de Seguridad en favor de una nueva resolución que represente un inequívoco ultimátum a Sadam, el Congreso de EE UU se apresta a debatir las condiciones en que George Bush podrá hacer la guerra. Y en Viena, como telón de fondo, Irak aceptó anoche el regreso de los inspectores de armamento de la ONU, tras casi cuatro años de ausencia, pero bajo el paraguas de las resoluciones de la ONU ya existentes. Y con una excepción: no podrán ser inspeccionados los ocho palacios presidenciales, cuya exclusión motivó en 1998 el abandono de su misión por los inspectores. De la resultante de estas fuerzas depende en las próximas semanas el desenlace de una crisis con graves implicaciones mundiales.
Está por ver cómo afectará el acuerdo inicial de Viena -que debe concretarse en la llegada a Bagdad en dos semanas de una avanzadilla de expertos- a los planes bélicos del presidente Bush. Washington no ha ocultado que la inspección de los arsenales de Sadam, maestro de las promesas incumplidas, debe hacerse ahora bajo reglas mucho más estrictas de las que durante siete años produjeron resultados tan poco contundentes. Y tampoco que busca no sólo desarmar al déspota iraquí, sino su derrocamiento. Bush enfatizó ayer que no se resignará a que el Congreso de su país le ate las manos con un acuerdo de compromiso restrictivo sobre las condiciones de un eventual ataque contra Irak. Un tema que la manipulación partidista del presidente ha convertido, lamentablemente, en elemento central de las elecciones legislativas parciales de noviembre.
Otra cosa es el recorrido en el Consejo de Seguridad del nuevo borrador de resolución impulsado por Washington y calificado ya de inaceptable por Bagdad. Si Irak garantizara finalmente la fiscalización irrestricta de sus arsenales, cosa que por el momento no ha sucedido, Bush se quedaría con pocos argumentos para convencer a Rusia, China y Francia, todos ellos reticentes a otorgar un cheque en blanco al líder estadounidense, de que es necesaria una resolución que contemple la vía armada en caso de incumplimiento. Washington rechaza volver al Consejo para obtener un nuevo mandato que autorice un ataque contra Sadam, como propone Francia.
Entretanto se verifica si Bagdad se pliega definitivamente a las exigencias de Naciones Unidas, Bush está obligado a ofrecer al Consejo de Seguridad no un diktat, sino un documento flexible que permita a sus miembros más reacios actuar de acuerdo con sus convicciones. Al fin y al cabo, fue él quien decidió hace tres semanas buscar el apoyo de la ONU en su confrontación con Irak. No hacerlo así confirmaría la extendida sospecha de que el presidente ha decidido ya invadir el país asiático, independientemente de lo que decida la ONU o haga Sadam. Si Washington -y Londres- actuaran finalmente en solitario, la autoridad del Consejo se vería menoscaba, y con ella, los mismos cimientos de la legalidad internacional.
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