Presupuestos keynesianos
Empieza un nuevo curso y el Gobierno nos presenta su programa, es decir, los Presupuestos Generales del Estado para 2003. Son muchas e importantes las cuestiones que suscitan los presupuestos del Estado y poco el espacio de que dispongo, así que me limitaré a comentar dos cuestiones esenciales.
La primera es si las previsiones económicas son realistas. En mi opinión, el crecimiento del 3% previsto para el PIB queda, por segundo año consecutivo, fuera de los límites razonables. Ni la construcción va a mantener su actual ritmo, como se contempla en el cuadro macroeconómico, ni el consumo puede experimentar una recuperación tan fuerte. Es cierto que la rebaja del IRPF será un factor de estímulo, pero es muy improbable que las familias, en un contexto de expectativas deterioradas, disminución de su riqueza financiera y alto nivel de endeudamiento, dediquen esta renta extra a consumir, como lo hicieron en 1999. Más bien cabe pensar que la destinen a reponer su tasa de ahorro, situada en mínimos históricos; decisión, por cierto, que sería la más adecuada, no sólo para ellas sino para la economía española en su conjunto.
Si el Gobierno se gasta todo lo que ha presupuestado, el objetivo de déficit cero será inalcanzable
La segunda cuestión es más importante: ¿la política fiscal que se viene realizando en los últimos años y la planteada para el próximo (simplificando, conseguir el déficit cero) es la adecuada para las necesidades de la economía española? El Gobierno español aduce estos días que, frente a otros colegas europeos, hoy con graves problemas para cumplir con el Pacto de Estabilidad, España ha hecho los deberes. Eso es cierto, pero el tema que yo planteo es si eran esos (conseguir el déficit cero) los deberes que había que hacer. Mi respuesta es no. Veamos.
En los últimos años nuestra economía se ha beneficiado de las condiciones monetarias y financieras más laxas de su historia. Este es el factor fundamental que explica el diferencial de crecimiento respecto a la UE y la benignidad con que nos está tratando la recesión internacional. Pero, al mismo tiempo, ello ha generado exceso de consumo, falta de ahorro, excesivo endeudamiento, déficit con el exterior e inflación. Muchos piensan que estos problemas son llevaderos mientras la economía crezca y los negocios den sustanciosos beneficios. Pero esta posición es miope y cortoplacista. La inflación y la falta de ahorro están socavando el potencial de crecimiento a medio y largo plazo, ya que merman la capacidad de competir y de invertir en capital productivo. Ante esto, la política fiscal debería haber respondido actuando restrictivamente, de forma que hoy el sector público debería lucir no equilibrio sino un superávit sustancioso. Pero la política fiscal viene manteniendo desde 1998 un tono neutral, lavándose las manos ante el deterioro de las condiciones competitivas de nuestra economía. Para 2003, y a pesar de que estemos atravesando por un momento de coyuntura débil, tampoco veo necesaria una expansión fiscal. Sin embargo, analizando los gastos e ingresos presupuestados, mi conclusión es que la política fiscal programada no es ni siquiera neutral, sino abiertamente expansiva, al viejo estilo keynesiano. Es cierto que sobre el papel se contempla de nuevo un déficit cero, pero si el Gobierno se gasta todo lo que ha presupuestado, este objetivo será inalcanzable. Si no, al tiempo.
Ángel Laborda es director de coyuntura de la Fundación de las Cajas de Ahorros Confederadas para la Investigación Económica y Social (FUNCAS).
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