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Más de 2.000 muertos después

La segunda Intifada, de la que se cumplen hoy dos años, ha desencadenado una espiral de violencia y el colapso del proceso de paz

Cuando este fin de semana se cumple el segundo aniversario de la polémica visita del entonces jefe de la oposición y hoy primer ministro, Ariel Sharon, a la Explanada de las Mezquitas de la ciudad vieja de Jerusalén, el desolador balance de víctimas en ambos lados parece que seguirá aumentando inexorablemente, al menos a corto plazo. Este episodio y, sobre todo, el del día después, en que decenas de jóvenes palestinos tiraron una andanada de piedras contra fieles judíos que rezaban frente al Muro de las Lamentaciones, provocando así una durísima intervención policial que causó cinco muertos y más de 200 heridos, detonaron un círculo vicioso de violencia, que hasta la fecha se ha cobrado 623 vidas en el lado israelí, según el Ministerio de Exteriores israelí, y unos 1.900 en el palestino, contabilizadas por el Palestinian Human Rights Monitoring Group.

Para Sharon, Arafat sigue siendo el chivo expiatorio ideal, al que se puede culpar de todo
Dos años después, la sociedad israelí continúa asediada por la amenaza terrorista
El primer ministro israelí nunca ha ocultado su oposición al proceso de paz
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Pocos fueron los que lograron pronosticar lo que se venía encima: el completo colapso del proceso de paz y, con él, el derrumbamiento institucional de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), así como la ruptura de unas relaciones de confianza entre los dirigentes israelíes y palestinos que tardaron décadas en madurar. Dos años después, el histórico líder del movimiento nacional palestino, Yasir Arafat, se encuentra sitiado dentro del único edificio que queda en pie de su cuartel general en Ramala. El Ejército israelí mantiene reocupadas todas las áreas autónomas palestinas de Cisjordania (con la excepción de Jericó y Belén) y efectúa incursiones regulares en la franja de Gaza, y la sociedad israelí continúa asediada por una amenaza terrorista que puede manifestarse en cualquier momento y en cualquier lugar, como demuestran los últimos atentados suicidas ocurridos en Um el-Fahem y Tel Aviv.

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El también veterano general israelí, Ariel Sharon, que lleva presente en la vida política del país desde 1975, en que fue nombrado asesor especial de seguridad por el difunto primer ministro, Isaac Rabin, y desde 1977 en que obtuviera su escaño en la Knesset y desempeñara su primera cartera ministerial dentro de una serie casi ininterrumpida, se encuentra hoy en una posición de fuerza sobre un rival al que nunca ha querido estrechar la mano. Incluso en 1998, cuando era titular de Exteriores durante el Gobierno de Benjamín Netanyahu (1996-1999), se las apañó para evitar coincidir cara a cara con el rais palestino, al que tiene en su punto de mira desde que, siendo ministro de Defensa en 1982, comandara la invasión de Líbano.

Entonces, al igual que ahora, Sharon pudo rematar a Arafat, pero dudó a la hora de permitir que un francotirador apretara el gatillo. En aquellos momentos, por la presión ejercida por la Casa Blanca. Y hoy, además de por la posibilidad de desestabilizar la región y poner en peligro una posible intervención militar estadounidense en Irak, por la sencilla razón de que le es más útil vivo y condenado al ostracismo político. El reputado analista político del diario israelí Haaretz, Akiva Eldar, escribía hace tres días que 'Simón Peres me dijo que le preguntó a Sharon: '¿Qué pasará si te deshaces de él, a quién vas a responsabilizar del terrorismo?'. Así pues, Arafat sigue siendo el chivo expiatorio ideal, al que se puede culpar de todo, por lo que cuesta creer que le maten u obliguen a un exilio. Otra cosa es que el Ejército asalte la Mokata, su maltrecho cuartel general de Ramala, y le coloque con los ojos vendados en un campo de cultivo de la franja de Gaza, tal como hizo con Kifá e Intisar Al Ayuri, los dos hermanos que supuestamente prestaron ayuda logística al presunto terrorista Ali Al Ayuri.

Según la también analista de Haaretz Bradley Burston, Sharon y Arafat se necesitan mutuamente para mantener su legitimidad y su perfil político de cara a sus respectivas opiniones públicas. Burston estima que los sucesivos ataques lanzados por el Ejército israelí contra la Mokata, en la que Arafat lleva confinado desde principios de diciembre de 2001, habiendo dispuesto de efímeros intermedios de libertad entre asedio y asedio, no han hecho más que reforzar al rais frente a los ciudadanos de la ANP, ante los que había bajado enteros en cuestión de popularidad. Este repunte en las encuestas de opinión como consecuencia de la campaña Muro defensivo fue demostrado empíricamente por el catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Bir Zeit y experto en demoscopia, Khalil Shikaki, en su ponencia de contribución al Seminario de análisis estratégico organizado el pasado 6 de junio por el Jaffe Centre for Strategic Studies de la Universidad de Tel Aviv. Asimismo, el actual asedio ha hecho que decenas de manifestantes salgan a diario a las calles próximas a la Mokata para protestar contra el encierro al que se ve sometido Arafat, asumiendo el riesgo que supone el toque de queda impuesto en la ciudad.

'Desde el punto de vista estratégico, lo que subyace bajo el affaire de la Mokata no es finiquitar a Yasir Arafat, sino liquidar la Autoridad Nacional Palestina', argumenta Akiva Eldar. 'En otras palabras, poder acabar con las reminiscencias del Proceso de Oslo y comenzar uno nuevo', añade el columnista. De hecho, Ariel Sharon nunca ocultó su oposición a un proceso que empezó a ser destruido por su compañero de partido y predecesor en el cargo, Benjamín Netanyahu, y que él ha continuado con la misma velocidad y facilidad con que las excavadoras militares demolían hace 10 días los edificios de la Mokata. No en vano, en el argot político israelí, Sharon es conocido como 'el bulldozer'.

A pesar de competir hoy en día por el liderazgo del Likud, que dentro de dos semanas celebra un congreso en que ha de determinar en primarias cuál será su próximo candidato a primer ministro, Ariel Sharon y Benjamín Netanyahu coinciden en un objetivo de interés común: terminar con los Acuerdos de Oslo. Éstos, diseñados por los estrategas del Partido Laborista, habían de catalizar la creación de un Estado palestino, hipótesis a la que siempre se han negado los Likudniks. Durante sus tres años de Gobierno, Netanyahu ofreció a los palestinos lo que denominó 'Autonomía Plus'. Por su parte, Sharon habla de 'acuerdo interino a largo plazo'. En el artículo publicado por el diario estadounidense The New York Times el pasado 9 de junio, argumenta que 'cuando Israel y los palestinos retomen eventualmente las negociaciones, la diplomacia debe basarse en el realismo. La carrera hacia la consecución de un acuerdo de Estatuto Final que tuvo lugar en Camp David y las conversaciones de Taba no funcionaron porque las diferencias entre las partes eran demasiado grandes. La única opción seria para una negociación exitosa es la basada en un acuerdo interino a largo plazo que posponga para el futuro las cuestiones que no se pueden solucionar en el presente'.

Consciente de que la presencia de Arafat es un obstáculo para la realización de su plan de anexión unilateral de Jerusalén Oriental, el valle del Jordán, la mayoría de los asentamientos ubicados en Cisjordania, y de todas las carreteras que los interconectan entre sí y con el territorio israelí propiamente dicho, Sharon ha aprovechado los últimos dos atentados suicidas para declarar su aislamiento total. De esta forma, ha roto también el sistema de 'respiración política artificial' que le presta la diplomacia internacional, sobre todo la europea. Y dado que en breve plazo tiene que enfrentarse a Netanyahu por el liderazgo del Likud, probablemente optará por mantenerle 'en coma' dentro de la Mokata, al menos de momento, desafiando así la reciente resolución 1.435 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Ésta solicita a Israel que retire sus fuerzas del cuartel general de la ANP en Ramala y se repliegue gradualmente a las líneas previas al comienzo de la Intifada. No obstante, tampoco puede presionarle demasiado, para no desestabilizar la situación y provocar así las iras del presidente de EE UU, George W. Bush, enfrascado en su particular partida de ajedrez con Sadam Husein.

Pero dejando a un lado el gran tablero regional y concentrándonos en la partida local, vemos que la Operación Cuestión de Tiempo, que sucede a su vez a las Muro Defensivo y Camino Firme, ha logrado que Sharon no sólo mantenga su jaque al rey, esto es, sobre Arafat, sino que simultáneamente ha logrado poner en jaque a la reina, que en este caso se corresponde con Sari Nusseibe, el delegado de la OLP en Jerusalén Oriental. Las oficinas de Nusseibe eran precintadas esta semana por segunda vez consecutiva, a pesar de que el pasado mes de julio adoptara el compromiso escrito, y a su vez lo cumpliera escrupulosamente, de no realizar ninguna actividad política relacionada con la ANP en la ciudad que Sharon considera la 'capital única, eterna e indivisible de Israel'.

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