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VISTO / OÍDO
Columna
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Matar a Arafat

Arafat está otra vez durmiendo en el suelo, trabajando con cirios y linternas y alimentándose de latas. Comprendo poco por qué resiste: no está en condiciones de ganar, de salvar a su pueblo del crimen de cada día, ni siquiera de dirigirle; nadie le va a ayudar porque su agresor es un agente del gran imperio mundial que designó a él y a Bush al mismo tiempo. Es una de las personas en las que el suicidio podría ser una eutanasia. La fe y la esperanza son a veces virtudes criminales. Yo no lo haría, claro: tengo un concepto al que llamaré filosófico, y es que el principal enemigo del ser humano es la muerte, y, aunque al final gane siempre, la persona debe resistir a esa dictadura biológica. Sobre todo si son otros los que la quieren provocar.

Pero tampoco comprendo por qué sus enemigos no le matan. No son gente que haga rodeos para asesinar, aunque naturalmente se indignen cuando son asesinados. Parece como si hubiera una necesidad en los guerreros contemporáneos de mantener vivos a aquellos a los que acusan y detestan: a Sadam Husein, a Bin Laden, a Arafat. Quizá sea una superstición, una especie de solidaridad de clase. En tanto golpe de Estado como ha habido en América, siempre ha estado dispuesto un avión para el caudillo que huye. Quizá lo hubiera habido para Allende, que se adelantó a los acontecimientos: Pinochet pudo matar y exiliar a quien quiso, pero quizá hubiera dejado huir a Allende, que estaría envejeciendo en algún otro país: efectivamente, ha sido más enemigo de Pinochet y le ha hecho más daño muerto que vivo: su suicidio fue un asesinato.

No sé qué contiene a Sharon, asesino selectivo, para dejar a Arafat con vida. No es su religión: lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento es implacable. Ni el judaísmo de la diáspora, que era pacifista, y daba más a la inteligencia que a las armas, y resultaba más evangélico que los cristianos que les asesinaban. Tal vez calcule que matar a Arafat sería provocar una rebelión islamista insoportable, o que sin él no podría matar cada día unos cuantos palestinos y destrozar sus viviendas, que debe ser un gozo para personas así. O que prefiera que sea él quien se rinda o quien huya. Estas personas -Hitler, Franco, Sharon, Stalin- son incomprensibles para nosotros, los que nos aferramos a la razón y a la vida de todos.

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