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Reportaje:

Los otros 'okupas'

170 inmigrantes de 20 países malviven en el antiguo cuartel militar de Sant Andreu

Mar Padilla

Los recovecos del enorme cuartel militar de Sant Andreu, cuyas instalaciones superan los 45.000 metros cuadrados, recogen voces de todo el mundo. Más de 170 inmigrantes de los cinco puntos del globo se han instalado en centenares de habitaciones de este edificio abandonado por el Ministerio de Defensa a finales de 1998. Proceden de Brasil, Francia, Marruecos, Ecuador, Argelia, Polonia, Chile, Alemania y Rusia, y la inmensa mayoría son hombres jóvenes que apenas entienden el castellano. Casi todos carecen de permiso de residencia, por lo que muchos de ellos sobreviven descargando camiones o vendiendo productos por la calle.

Son los otros okupas, los ocupantes forzosos de la inmigración, que se han distribuido por las diferentes alas del edificio según su procedencia. Así, en el primer piso conviven inmigrantes caucásicos o de Europa del Este, y el segundo es el feudo de los magrebíes. En el otro extremo se han instalado centroamericanos y suramericanos, y un piso más arriba, los africanos subsaharianos.

La relación entre ellos es 'correcta', señala un inquilino, 'pero, de momento, va poco más allá del saludo'. Aparte del edificio que les da cobijo, comparten la precariedad más absoluta, aunque hay diferencias. Algunas habitaciones están sumidas en el caos, mientras que en otras la limpieza brilla a la luz del sol que se cuela por las ventanas rotas. Con la electricidad trampeada, ritmos y melodías de todo el mundo emergen de viejas radiocasetes. 'Estamos aquí porque a nadie le gusta vivir y dormir en la calle', explica Stanislav Urbanobski. Este polaco de 24 años, procedente de la ciudad de Torun, trabajaba como vendedor hasta hace unos meses, cuando decidió que quería probar mejor suerte en Barcelona. De momento no ha encontrado ningún empleo. Stanislav comparte sus horas con George Randelaki, de 32 años. Los músculos de Randelaki, georgiano de Tbilisi, delatan su anterior ocupación: profesor de educación física. 'En mi ciudad enseñaba baloncesto y fútbol a los niños, pero aquí estoy buscando trabajo y no hay manera de encontrar nada sin permiso', relata.

Stanislav y George dejan transcurrir la tarde lángidamente junto a otros seis hombres. Tiempo ocioso a la fuerza. Están tumbados en la sala de estar, habilitada con colchones en el suelo que hacen de tumbona, algunos libros, un cuadro con una postal de un paisaje caucásico y un viejo televisor en el que en ese momento puede verse un vídeo de películas de humor georgianas de los años sesenta. Cerca de esta sala, en una pequeña estancia, los inquilinos de zona del viejo cuartel han instalado una humilde capilla ortodoxa, a la que algunos se retiran cuando quieren un rato de tranquilidad.

En el piso de arriba, Mohamed Helabassy, antiguo estudiante universitario en Casablanca, se afana en limpiar el gigantesco suelo de la estancia común. Mientras, Hoyssine Beniann, peluquero de un pueblecito junto a la frontera argelina, se afeita con la única ayuda de un cristal roto como espejo. Son marroquíes, no superan la treintena y trabajan descargando camiones en el mercado de las Glòries. Antes, Mohamed pasó una temporada recogiendo olivas en Jaén, y después se trasladó a Barcelona, donde vivió un tiempo en otro piso ocupado en el Clot. Cuando le echaron, un vecino le comentó, conmovido por su desesperación, que el enorme cuartel estaba vacío y podía compartir el espacio con otros inquilinos. 'Con lo que ganamos no podemos pagar ningún alquiler y, de momento, ésta es la única casa que nos podemos permitir', comenta Hoyssine, que tuerce el gesto al saber que el edificio es militar. Explica que la policía los 'ha visitado' varias veces, y muestra su habitación, que huele a café y cuscús y está presidida por un poster de 'Induráin, pentacampeón'.

En Comandancia Militar no están seguros de cuál es la actual situación del cuartel: 'Sé que tenemos un juego de llaves, pero creo que ya no depende de nosotros', afirma un soldado. En cambio, en la Asociación de Vecinos de Sant Andreu Nord parecen tener las cosas más claras. 'El edificio aún pertenece a Defensa', afirma Carlos Lorenzo, vicepresidente de la entidad.

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Lorenzo asegura que hay buena relación entre los inquilinos del antiguo cuartel y los vecinos, que les han proporcionado colchones, mantas y alimentos. Se queja de la situación en la que viven los inmigrantes: 'Mucho Fòrum, mucha gran ciudad mestiza y ahí tienes a 170 inmigrantes, muchos con más estudios que nosotros, viviendo miserablemente', afirma, y prosigue: 'Tantos millones para lo de las culturas del 2004... el verdadero Fòrum está aquí en Sant Andreu'.

Los responsables municipales del distrito conocen la situación que se vive en el cuartel y preparan 'un plan de ayuda'. Los terrenos que ocupa el cuartel están incluidos en el Plan Sant Andreu-Sagrera, donde está previsto que las inmobiliarias construyan pisos.

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Sobre la firma

Mar Padilla
Periodista. Del barrio montañoso del Guinardó, de Barcelona. Estudios de Historia y Antropología. Muchos años trabajando en Médicos Sin Fronteras. Antes tuvo dos bandas de punk-rock y también fue dj. Autora del libro de no ficción 'Asalto al Banco Central’ (Libros del KO, 2023).

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