Llega de México el escándalo del padre Amaro
Excelentes actuaciones de Gael García Bernal y Sancho Gracia en un filme que irritó al catolicismo más conservador
En 1875, el novelista portugués Eça de Queiroz publicó El crimen del padre Amaro, relato del turbulento y accidentado amor entre un cura de aldea y una feligresa suya. El guionista Vicente Leñero y el director Carlos Carrera se han llevado el crudo asunto al México rural y allí han levantado una ventolera de contestaciones escandalizadas en sectores conservadores del catolicismo de su país. Por ello, la fama del filme se adelantó aquí a su estreno y, obviamente, había ayer muchas y sanas ganas de verlo. La película no defraudó, fue jalonada con buena risa en varios pasajes y luego, cuando la cosa se puso bronca, hizo callar a la gente.
No se entiende bien el porqué de tanto desgarro de sotanas en México, si lo que abre El crimen del padre Amaro son caminos recorridos desde hace más de un siglo por un novelista y desde hace más de veinte por la vida, mientras que las verdaderas, y verdaderamente escandalosas, turbiedades de sacristía alcanzan hoy alquimias de la espesa negrura con que algunos curas estadounidenses están interpretando el mandato de amor evangélico a los niños. Y este filme levantador de polvaredas indignadas es en realidad noble, libre, generoso, tierno, equilibrado, y se mueve con tacto en los alrededores de la blasfemia, pero sin caer en las facilidades expresivas de este exabrupto creencial, como ocurre en la delicada y preciosa escena en que el enamorado cura Amaro cubre a su amada con un manto mariano, lo que es una bella y elegante forma visual de decir que, aunque metido a jodedor, Amaro sigue creyendo en la virginidad.
Gran trío de intérpretes
Gael García Bernal, Sancho Gracia y Ana Claudia Talancón hacen composiciones emocionantes y de gran dificultad, y tiran con fuerza de un buen reparto. El crimen del padre Amaro es un apasionado relato romántico, una seductora, loca e intensa historia de amor, pero que se ramifica en variantes -el pozo del narcotráfico, la corrupción de las cúpulas eclesiales por el poder, la opresión perturbadora del celibato, el esperpento de las formas extremas de religiosidad- que a veces enriquecen la médula del filme y a veces, en cambio, la devalúan o la dispersan. De ahí que la película se resienta como conjunto de un desequilibrio estructural, es decir, de escritura, debido a que intenta abarcar demasiadas cosas, hablar de todo o de casi todo, y obviamente no logra más que enunciarlo. Por ejemplo, el suceso universal de la Teología de la Liberación sólo tiene tiempo de ser abocetado y, por tanto, resulta simplificado. Pero esta simplificación no es, como otras disgresiones del filme, necesaria para elevar o esclarecer el relato, por lo que sobra.
Babelia
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