Schröder y Stoiber compiten hoy en las elecciones más reñidas de la historia alemana
Sesenta millones de alemanes votan con unos sondeos que prevén un resultado muy ajustado
Más de 60 millones de alemanes con derecho a voto podrán acudir hoy a las urnas para confirmar o no en el poder al canciller Gerhard Schröder, cuyo Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) está muy igualado en los sondeos con el binomio conservador de la Unión Demócrata Cristiana y la Unión Social Cristiana (CDU-CSU), liderado por Edmund Stoiber. Una larguísima precampaña electoral queda atrás, en la que, a un ritmo vertiginoso, una polémica ha desplazado a otra, mientras la imagen personal de los candidatos ha sustituido casi por completo al debate de fondo.
Alemania, una sociedad cada vez más impregnada por la omnipresencia de los medios de comunicación, vive hoy un marcado desfase entre su sistema electoral y las inclinaciones políticas de sus ciudadanos. 'En este país, lo que se elige son los partidos, y no los candidatos', tienen que recordar, una y otra vez, los expertos.
En sentido estricto, esto es cierto: en el sistema electoral alemán, mezcla entre mayoritario y proporcional, los votantes deberán depositar hoy dos votos: uno a favor de alguno de los candidatos al Parlamento en su respectiva circunscripción electoral y otro a fa-vor de los partidos en contienda. Con base en estos resultados y de acuerdo a intrincadas reglas de distribución, se conformará el pró-ximo Bundestag (Cámara baja del Parlamento), que tendrá, al menos, 598 escaños. Serán estos parlamentarios los que escoge-rán al nuevo canciller.
Sucede, sin embargo, que 'lo que se está viviendo es la primera elección presidencial en este país', como constata, fuera de micrófonos, un alto cargo del SPD. Nunca antes la cobertura informativa y la concepción misma de la campaña electoral habían estado tan centradas en la personalidad de los candidatos punteros: Gerhard Schröder, del SPD, y Edmund Stoiber, de la CDU-CSU, en primera fila; y Guido Westerwelle, del Partido Liberal Democrático (FDP), junto a Joschka Fischer, de los Verdes, en la segunda. 'Es él o yo', proclamaba ya en abril Schröder en alusión a su rival.
Más acentuada por los socialdemócratas que por los conservadores, esta personalización en buena parte ha sustituido los argumentos políticos. Poco después de hacerse en enero con la candidatura democristiana (a costa de las aspiraciones de la presidenta de la CDU, Angela Merkel), Stoiber contrató un asesor de imagen, Mi-chael Spreng, que recomendó dos medidas que luego seguiría al pie de la letra: limar, con tal de hacerse con el voto del centro, cualquier tamiz derechista que el líder de la CSU aún pudiese tener, y convertir en un punto a su favor su evidente falta de sex appeal mediático. La autenticidad de Stoiber frente a la fanfarronería de Schröder, ésa era la consigna.
El protagonismo de los candidatos cobró aún más importancia cuando ambos aspirantes, por vez primera en la historia alemana, se enfrentaron hace unas semanas en dos debates televisivos, con un Stoiber que sorprendió a muchos por una facilidad verbal que no se esperaba de él, en el primero de los lances, y un Schröder ya puesto sobre aviso y bastante más contundente, en el segundo.
Antes de que tuvieran lugar ambos encuentros, los expertos pronosticaban que sus repercusiones en la opinión pública serían despreciables, basándose en criterios de antaño. A la postre, el impacto fue grande: en el cara a cara frente a un rival que resultaba antipático por su reiterada insistencia en la miseria económica, Schröder logró consolidar la subida del SPD en los sondeos, que ya se había iniciado semanas atrás, durante las inundaciones. Desde entonces, sus índices de popularidad personal duplican a los de Stoiber. De haber elección directa del canciller, no tendría nada que temer hoy.
Pero en Alemania se vota a los partidos y sus programas. Hasta cierto punto, los conservadores han logrado imponerse, con un equipo aparentemente muy cualificado y una crítica demoledora del balance económico y laboral del Gobierno. 'La actual incertidumbre tiene mucho que ver con que la gente quisiera un Gobierno de la CDU-CSU encabezado por Schröder', observó recientemente Manfred Güllner, presidente del instituto de opinión Forsa.
Pero los democristianos también acusan un fenómeno que tiene muy preocupado a los líderes en Berlín. Hasta hace unos años, los grandes partidos tenían asegurada buena parte de sus votos: por convicción o condición social, buena parte del electorado votaba siempre por la misma agrupación. Hoy día, estos fieles son cada vez menos. Lo que crece, por el contrario, es la masa de los electores indecisos.
De la mano de los medios de comunicación, los partidos han intentado atraer a estos votantes quemando temas. En Berlín se les conoce como 'ciclos de teletipos', y su rápida sucesión en largos meses de campaña no deja de impresionar: desempleo, Pacto de Estabilidad, masacre de Erfurt, deficiencias del sistema educativo, supuesto antisemitismo en el FDP, crisis de Deutsche Telekom, destitución del ministro de Defensa, inundaciones, guerra contra Irak. Y así, hasta el último instante, siempre en detrimento del debate de fondo. Con sondeos que pronostican una final de infarto, unos banales comentarios sobre Bush y Hitler de la ministra de Justicia podrían suponer hoy unas décimas definitivas en el recuento electoral.
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