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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un recorrido por España

Los juegos feroces, de Francisco Casavella (Barcelona, 1963), promete ser, con justicia, una de las novelas más exitosas de la temporada. Sin embargo, si la justicia, además de existir, estuviera desligada de los desmanes del mercado, esclavo de la demoniaca actualidad, la fortuna de esta novela debería perdurar más allá de los magros ciclos de vida a los que la literatura está condenada por obra y desgracia del caos de la industria editorial y del mercado librero. Primera parte de una trilogía titulada El día del Watusi, un ambicioso proyecto narrativo que abarca los últimos treinta años de la historia española, Los juegos feroces se inicia con un prólogo titulado '1995', cuando el narrador recibe el encargo de llevar a cabo un informe sobre un empresario que no existe. Tras dicho inicio, que insinúa un putrefacto entramado de intrigas financieras ligadas a la política de los últimos años del franquismo, de los de la transición y de los primeros decenios de la democracia, y que, se supone, centrarán las próximas entregas de la trilogía, Fernando Atienza, el protagonista y narrador de Los juegos feroces, rememora un día de su infancia, el 15 de agosto de 1971, jornada cuyos avatares constituyen la trama de toda la novela, y a la que, a lo largo del relato, el narrador se refiere como 'el día del Watusi', el día más importante de su vida, el que determinó, cuando tenía 13 años, su manera de ver el mundo. Ese día, Fernando y otro adolescente, su inseparable amigo Pepito, el Ye-Yé, un muchacho tullido, perteneciente, como él, a un barrio de inmigrantes marginados (las últimas chabolas de Montjuïc), recorrerán Barcelona bajo la lluvia en busca de el Watusi, un personaje célebre en el barrio debido a sus actos delictivos, venerado por el fantasioso Ye-Yé y a quien quieren avisar de que es buscado por unos matones que lo acusan de la violación y muerte de una muchacha. Estupendamente descrito, el recorrido de los adolescentes por la ciudad, desde la zona portuaria a la parte alta, saliendo airosos de los encuentros con diversos hampones, cabecillas de las bandas que protagonizan parte de la crónica negra de la Barcelona de los setenta, una ciudad corrupta y desmemoriada, cruel con los desheredados de la fortuna y los vencidos por la historia, se convierte en una experiencia de capital importancia para el narrador, ya que ese domingo de agosto pervivirá en su memoria como el día en que descubrió el miedo, la violencia, el sexo, la magia, la mentira, el placer, 'el desengaño y las convicciones que nos convierten en los seres humanos que, por suerte o por desgracia, acabamos siendo'.

LOS JUEGOS FEROCES

Francisco Casavella Mondadori. Barcelona, 2002 304 páginas. 17 euros

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'El franquismo sigue'

Aparte de la extrema calidad

y precisión de su prosa, de su personal manera de adjetivar, tan efectiva desde el punto de vista estético como del operativo; de la naturalidad y eficacia de sus diálogos (cualidades, todas ellas, que no sorprenderán a los lectores de Triunfo, 1990; Quédate, 1993; Un enano español se suicida en Las Vegas, 1997) muchas son las otras virtudes de esta excelente novela de Francisco Casavella. El acierto en la elección de la voz del narrador (una voz derrotada, cuyo melancólico escepticismo resulta idóneo para la rememoración desprovista de cualquier tipo de edulcoraciones y para la consecución de un distanciamiento más proclive a la crítica y a la ironía que a la sentimentalidad); la enorme capacidad del autor para dar vida a sus personajes (un acierto rotundo la creación de Pepito, el Ye-Yé, con su desbordante inventiva, y de otros personajes, como la madre del narrador, o el hampón Topoyiyo); la mezcla de humor y desgarro; el vivo pulso con que se narra la acción; el poder de seducción de las invenciones del muchacho tullido y su derivación hacia la realidad, hasta que mentira y verdad acaban por casi fundirse; la potente fuerza mítica que envuelve al personaje de el Watusi ('el rey del ritmo, un bailarín, pero también un criminal, un filósofo, un mercenario, el guardián de la alegría y el mensajero de la muerte, un secreto que recorre las calles como el viento'), y, sobre todo, la tremenda y crítica visión de una ciudad y de una época sonámbulas, aplastadas entre las heridas de un pasado que nadie quiere recordar y un futuro que se anuncia tan podrido como la historia siniestra que ha dejado atrás, hacen de Juegos feroces una novela cuya lectura sólo nos deja un sinsabor: tener que esperar a la publicación de su segunda y tercera parte.

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