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Entrevista:Francisco Casavella

'El franquismo sigue'

Javier Rodríguez Marcos

Francisco Casavella (Barcelona, 1963), de apellido civil García Hortelano (un nombre ya ocupado para la literatura), vive en el piso en el que se crió, a unos pasos del Paralelo, no lejos de los territorios en los que se mueven los personajes de sus novelas: el Barrio Chino (hoy Raval) y el Poble Sec. 'La literatura se desplaza a los barrios a los que se desplaza la delincuencia', afirma sarcástico. Tras El triunfo (Anagrama), Quédate (Ediciones B) y Un enano español se suicida en Las Vegas (Anagrama), llevada al cine por Antonio Chavarrías, Casavella publica El día del watusi (Mondadori), una monumental trilogía cuya primera entrega, Los juegos feroces, acaba de aparecer. En noviembre aparecerá la segunda, Viento y joyas, y en febrero de 2003, la tercera, El idioma imposible. Son más de mil páginas para 30 años de transición política contados desde la mirada de un trepa en una ciudad 'destruida, sonámbula, corrupta, sin protesta, sin memoria'.

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PREGUNTA. ¿Barcelona es una ciudad literariamente bien contada?

RESPUESTA. Incluso demasiado contada, para ser tan pequeña. Pero con buenos resultados. En una novela como Vida privada, de Josep María de Sargarra, están todos los tratamientos que se han dado después a la ciudad.

P. ¿Unos barrios son más literarios que otros?

R. Los barrios literarios no existen. La literatura surge en cualquier sitio. A mí me han interesado las vidas en el extremo porque las pasiones están más a flor de piel y se puede jugar con ellas.

P. ¿Por qué ha elegido para la primera parte un día tan concreto como el 15 de agosto de 1971?

R. Porque el verano de 1971 lo tengo muy presente. Ese año no nos fuimos de vacaciones y yo descubrí otra ciudad: la gente, las canciones, la lluvia a cántaros, otra ciudad siendo la misma...

P. ¿Qué ciudad?

R. Una que ha cambiado mucho. Eso trato de contar. Para la gente que vivía en el puerto era casi una ciudad colonial en la que se notaba la llegada de la VI Flota.

P. ¿Debajo de la imagen turística se escondía algo?

R. Las transformaciones de la ciudad, desde Baudelaire, por citar, siempre son fastidiosas personalmente. Que se trastorne tu imaginario te fastidia, aunque tú no cambies. La imagen que trata de proyectar hoy Barcelona, tristemente, era la misma que trataba de proyectar entonces, sólo que entonces era la ciudad de congresos y exposiciones, la Sagrada Familia, Copito de Nieve... En la novela, de todos modos, no hay tanto crítica social del tipo 'se nos vende esto pero aquí hay chabolas'. En la misma ciudad había casi un mundo de drama rural. En las chabolas vivía gente arrancada del campo y colocada en un lugar que tampoco era la ciudad.

P. 'El mundo es terrible pero no es serio', escribe usted.

R. La escena que abre el libro me pasó en realidad. Un financiero muy conocido me llamó porque quería conocerme durante una entrega de juguetes de los Reyes Magos, a la que iba a llegar en helicóptero.

P. Su novela está muy pegada al pasado inmediato: Roldán, el Cesid...

R. Esos casos demuestran que no es serio. Parece un comentario de barra de bar, pero es la pura realidad. Alguien lo dijo: este país ha pasado de ser un país dramático a ser un país imbécil.

P. ¿Hubo mucha mentira y mucho olvido, mucho maquillaje?

R. Sin ser una novela generacional, cuando se muere Franco te daba la sensación de que el país era adolescente, y tú también. Estabas en sintonía con la tontería. ¿Maquillaje? El pasado es cambiante y para sobrevivir uno hace operaciones de maquillaje sobre su pasado. La historia opera igual: los pactos que se hicieron... Cuando uno vuelve a esa época te das cuenta de que todo era cómico. Aquello del habla, pueblo, habla era un poco naif. La mayoría silenciosa estaba amedrentada por la crisis económica más que por la política. Lo que afectó a la gente era que era más pobre, más que los atentados o la mítica inseguridad ciudadana. El poder va contrainformando para que muchos hechos se perciban de otro modo.

P. Usted ha dicho que la mejor época fue de 1978 a 1982. Sorprende tanta precisión.

R. Fue la mejor en sentido creativo. Las épocas de opresión o de aislamiento lo son. Todo era un poco incoherente, loco. Había una creatividad nacida de la necesidad de información y de aislarse del mundo cutre que era España. La literatura es más lenta, pero en el cine o la música había cosas que no han vuelto a surgir. En el fondo era un buen momento vital porque yo tenía 18 años.

P. ¿Qué es lo que no ha vuelto a surgir?

R. Una actitud. Aquí había algo casero, como el vermú de la casa. Una película como Arrebato, de Iván Zulueta, será un horror o una gran película, para mí es una buena película, pero desde luego es una película que sólo se podía hacer en España en esa época. Lo mismo con los discos de Sisa o del Gato Pérez, o los de Deribos Arias, tienen una cosa genial, de la época. Entonces salía Karina y ahora salen los de Operación Triunfo. Es lo mismo. No ha habido tanto cambio. Lo que sucede es que los periódicos necesitan novedades. En el tercer volumen me pregunto ¿por qué no hubo más cosas así? Lo que podía haber sido un renacimiento se frustra.

P. ¿Por qué?

R. Entre otras cosas porque el franquismo yo creo que sigue hoy. El franquismo y el antifranquismo son lo mismo. Hay una actitud mental, unos modos que nacen entonces y lo llenan todo.

P. ¿No hay ruptura?

R. Nunca la hay. Y no hablo tanto de las cuestiones políticas sino en la institucionalización del antifranquismo. Había algo al margen que, en lugar de expandirse, se apaga.

P. ¿Cómo se detecta esa pervivencia del franquismo?

R. Ahí están el País Vasco, Pujol... Pujol es un producto del franquismo. Fraga es un caso evidente. La cosa progre del cambio de los socialistas... No creo que el nacionalismo de Pujol sea muy distinto del nacionalismo, no ya de Aznar, sino del mismo Franco. Se habla de Cataluña y de la impresión que se tiene fuera de Cataluña. ¡Fuera de Cataluña también estoy yo en Barcelona! ¿Qué tengo yo que ver con alguien de Lérida que está a 40 kilómetros?

P. ¿Algún antídoto para el desencanto?

R. A raíz de los escándalos, la gente entabla una relación cínica con la democracia. Ésa es la que hay ahora. Nadie se cree nada.

P. ¿Se salva algo, en la cultura, por ejemplo?

R. No lo sé, porque he estado cinco años encerrado escribiendo esto. No lo veo mal. La gente dice: se publican muchos libros. Mejor, así hay donde elegir. Ahora, además, hay más películas que nunca, aunque el cine español está fatal. Luego uno puede abrir un periódico y decepcionarse mucho. Claro, que lo veo como parte interesada, y uno debe mantener cierta distancia con su interés.

P. Usted pertenece a una generación formada en la cultura popular.

R. Lo popular es magmático. Incluso las novelas más venecianas se basan en un tópico sobre la ciudad de Venecia. La división entre alta cultura y cultura popular ha desaparecido. La novela es hoy cultura popular.

El escritor barcelonés Francisco Casavella.
El escritor barcelonés Francisco Casavella.CONSUELO BAUTISTA

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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