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Columna
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La verdad, la ficción

¿Es real la realidad? Esta pregunta que fue el título de un libro de Watzlawick no cesa de repetirse como cuestión central de nuestro tiempo. En una ocasión se tratará de una máquina que se comporta como si fuera un niño, otras veces consistirá en una invención que permitir vivir lo que la vida no consiente. Otras, más sencillamente, se manifestará en las fluctuaciones de la imagen, virtuales o en las estrategemas de un vídeojuego. Ahora se trata, en el cine, del caso Simone, de Andrew Nicole (escritor de El show de Truman, realizador de Gattaca) que hoy se estrena.

Simone es en una denuncia sobre los engaños de la industria del cine. Precisamente sus ficciones para hacernos creer lo que no es y, al cabo, seducirnos con sensaciones trucadas. Todos los actores y actrices de Hollywwod son retocados ahora por el ordenador para hacerlas más terribles o encantadoras, pero Simone llega al colmo del retocamiento porque resulta ser un personaje construido por el ordenador.

Si los profesionales necesitaban del ordenador para parecer mejores ¿por qué no encargar al ordenador que lo hicera todo? Simone sería así el personaje más perfecto. No habría necesidad de gastar tiempo y dinero en el casting, no habría que pagar su almuerzo, o que soportar sus caprichos, enfermedades, seguros, impuntualidades. Un personaje creado por ordenador es la criatura idónea para la ficción. Es, en suma, el auténtico personaje. Un actor de carne y hueso necesita interpretar, encarnarse, pero el personaje artificial es personaje puro. No necesita encarnar nada porque su carne se compone directamente de ficción, ni simular nada porque todo su ser es simulación.

El actor puede decir yo soy esto o soy aquéllo pero el personaje electrónico no necesita significarse: él es significación, signo, señal electrónica. ¿Cómo no avanzar pues en la sustitución del elenco de Hollywood por seres nacidos directamente como personajes del guión? Éste era el caso planeado para Simone. El escándalo ha estallado, no obstante, cuando ha sido descubierto que Simone no es un efecto de los pixels sino de la vulgar naturaleza. Simone, en fin, resulta que no es la imagen tecnológica y plana sino Rachel Roberts, una modelo de carne y hueso, canadiense, de 24 años, modelo de Vogue, que se ha prestado para la superchería. Andrew Nicole aspiró a hacer una película denunciando las mentiras del cine y ahora es soprendido en la mentira. ¿Un perjucio para la película? ¿Un truco para darla mejor a conocer? ¿Una estratagema de la estratagema? ¿Una superpublicidad de la contrapublicidad?

Borrar los límites entre la verdad y la mentira, lo feo y lo hermoso, lo bueno y lo malo, la realidad y la ficción, es el juego más fascinante de nuestro tiempo. Antes que Simone, un personaje de videojuegos, Lara Croft (¿en redonda, en cursiva?), fue escogida para interpretar películas. Fue contratada por los productores en una agencia de representación de actrices, CCA, en cuya nómina se encuentran actualmente Jennifer Aniston o Julia Roberts, por ejemplo. La agencia había sopesado las posibilidades de Lara Croft, conocida por millones de ciudadanos del mundo a través de los videojuegos, y no dudó en alistarla entre sus favoritas. También reunía la ventaja de que no pedía aumentos de sueldo, no cogía la gripe, no se embarazaba. Desde varios puntos de vista era la actriz ideal: dócil, maleable, cumplidora. Puede que presentara algunos inconvenientes para ser presentada en fiestas sociales pero las ventajas eran enormes. Tantas que los profesionales de Hollywood empezaron a temer por su empleo.

Lo que ha sucedido ahora, con Simone, es sin embargo particularmente distinto. El público protesta no porque se haya hecho pasar a una estampa por la condición de mujer sino porque una mujer cualquiera haya suplantado a la criatura falsa. La ficción ha ganado así la partida completa a la realidad y bajo una condición superior: que sea totalmente auténtica.

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