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RECUERDO DE UNA TRAGEDIA

La responsabilidad del primer ministro israelí

Se llamaba Naima y en la madrugada del 17 de septiembre de 1982 logró escaparse de Chatila con un puñado de mujeres y correr hasta una de las unidades israelíes estacionadas en los alrededores. 'Les supliqué que intervinieran', recuerda, 'que detuvieran la matanza' que perpetraban en los campamentos los milicianos de las Fuerzas Libanesas (milicia cristiana). En vano.

'El jueves por la noche', narró un militar israelí al diario hebreo Haaretz, 'vimos llegar a nuestro puesto mujeres palestinas del campamento de Chatila'. 'Con gritos histéricos nos dijeron que los falangistas (Fuerzas Libanesas) recorrían las calles matando niños y obligando a los hombres a subirse a camiones'. 'Informé a mis oficiales, pero me contestaron: Todo va bien; no temas nada'.

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Los israelíes no necesitaban los testimonios palestinos para saber lo que estaba sucediendo. Apostados en altos edificios circundantes -su cuartel general estaba a menos de 300 metros de Chatila- pudieron ver, incluso a simple vista y de noche, gracias a las bengalas luminosas que dispararon a petición de las Fuerzas Libanesas, las exacciones que cometieron sus aliados.

'Los soldados de una unidad blindada, la que estuvo bajo el mando del coronel Eli Geva hasta su dimisión, estacionados a cien metros del campamento, señalaron que podían observar con nitidez la ejecución de civiles por los milicianos en la mañana del viernes' 17 de septiembre, escribió el periodista israelí Amnon Kapeliouk en su libro Sabra y Chatila, investigación sobre una matanza. 'Su informe llegó a sus superiores jerárquicos'.

La entrada de la milicia cristiana libanesa en unos campamentos cercados por el Ejército israelí no fue una casualidad. Ariel Sharon, entonces ministro de Defensa y hoy en día primer ministro, se reunió el 15 de septiembre en el cuartel general con el jefe de Estado Mayor, general Raphael Eytan. Acordaron que las Fuerzas Libanesas penetrarían en Sabra y Chatila para neutralizar a los fedayin palestinos que permanecían allí pese a la salida de la OLP de Beirut. La escasa resistencia opuesta por los palestinos demostró la inexistencia de esos guerrilleros.

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Elie Hobeika fue el encargado de la operación, al frente de unos 200 milicianos, y algunas de sus órdenes fueron dadas, a través de un teléfono de campaña, desde un puesto israelí. Hobeika, que 10 años después sería diputado y ministro libanés, siempre se declaró inocente, pero uno de sus lugartenientes, Robert Harem, lo acusó de la matanza en un libro publicado en París. Hobeika fue asesinado en Beirut en enero pasado.

Unos 400.000 israelíes se echaron a la calle en Tel Aviv para exigir una investigación independiente y el Gobierno de Menájem Beguin acabó creando una comisión presidida por Kahane, un prestigioso magistrado. 'Sabíamos', les dijo Sharon el 25 de octubre a los investigadores, 'que habría víctimas civiles, pero en ningún momento nos imaginamos que tales matanzas se producirían'. Años antes, David Ben Gurion, el padre del Estado judío, había escrito en su diario: 'Ariel sería un buen líder si consiguiese liberarse del vicio de mentir'.

'Es imposible', señaló la comisión en sus conclusiones, el 8 de febrero de 1983, 'justificar la ignorancia del peligro por parte del ministro de Defensa'. No sólo Sharon no informó, durante 48 horas, a Beguin de lo que sucedía, sino que es 'responsable de no haber dado las órdenes oportunas para reducir los riesgos que conllevaba la intervención de los falangistas' con los que el Ejército israelí mantenía estrechos lazos desde 1975.

'El ministro de Defensa no ha cumplido con su deber' y, por tanto, 'debe él mismo extraer las consecuencias de sus errores'. Tres días después, Sharon dimitía y muchos creyeron entonces que ése era el final de su carrera política, pero en 1984 volvió a ser ministro y, en 2001, jefe del Gobierno.

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