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El momento de la verdad para Göran Persson

El primer ministro socialdemócrata, Göran Persson, de 53 años, es el político sueco que más se juega en las elecciones del domingo. Si bien una reedición de su agónica victoria en 1998, cuando el partido del mítico Olof Palme obtuvo los peores resultados de su historia con el 36,4% de los votos, le permitiría ingresar en el santoral socialdemócrata, una derrota a manos de una derecha harta de las imposiciones del Estado del bienestar le convertiría en el villano de la izquierda.

Persson ha gobernado estos últimos cuatro años caminando por el filo de la navaja social-liberal, tratando de ocupar el centro político conquistándose a las clases medias sin perder al tiempo las bases de apoyo tradicional del partido: las mujeres y los sindicatos. Este equilibrio se ha manifestado claramente en política económica al reducir paulatinamente la carga fiscal que soportan los suecos sin merma de la política de asistencia social y en política exterior al promover contra la voluntad de buena parte del partido un referéndum sobre el euro o al mantener la neutralidad mientras daba su apoyo a EE UU.

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Esta ambivalencia quedó patente durante la reciente visita de Tony Blair a Suecia para apoyarle en la campaña. Si, por una parte, Persson revivió al estar acompañado por el primer ministro británico sus mejores momentos como estadista, como cuando ejerció la presidencia de la UE en el primer semestre de 2001, su aparición con Blair en un momento de máxima alineación británica con Washington con motivo de Irak resultó contraproducente para muchos votantes de izquierda.

El primer ministro es un claro producto de la tradición socialdemócrata. Hijo de un obrero de la construcción, ingresó en las Juventudes Socialistas a los 16 años y ascendió por los diferentes niveles del partido. En 1979 obtuvo el acta de diputado, y diez años más tarde el primer ministro Ingvar Carlsson le nombró ministro de Educación. Cuando en 1994 los socialdemócratas volvieron al poder, con Suecia inmersa en una de sus peores crisis, Persson desempeñó la cartera de Finanzas. Sus recortes de prestaciones le convirtieron en el símbolo de la austeridad, pero el éxito de su gestión le dieron una vez primer ministro en 1996, una merecida popularidad.

Difícil prueba

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Ahora se enfrenta a, tal vez, su prueba política más difícil pese a que los partidos de la derecha carezcan de líderes con verdadero carisma. Desde la retirada de Carl Bildt, los moderados, liderados por Bo Lundgren, no han remontado en popularidad, mientras que el jefe de los liberales, Lars Leijonbrog, que desde que fue elegido en 1997 tuvo que batallar para hacerse con el control del partido, parece encontrarse ahora en su mejor momento y ya acaricia la posibilidad de convertirse en el futuro primer ministro.

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